Paracuellos, Katyn y nosotros
H. Tertsch.- En noviembre se cumplió el 84 aniversario de las sacas de las cárceles madrileñas al principio de la Guerra Civil y de la consiguiente matanza de presos políticos por parte de fuerzas del Frente Popular. Entre siete mil y diez mil españoles inocentes fueron ejecutados sin procedimiento ni juicio y enterrados en fosas comunes en un lugar en las afueras de Madrid llamado Paracuellos del Jarama. No hubo tampoco este año ningún acto oficial ni una evocación cultural. Apenas una modesta misa privada. Ni siquiera una mención a tan redonda efeméride en las televisiones privadas y públicas. En esas televisiones en las que sí se recuerda prácticamente todos los años el 26 de abril el bombardeo de Guernica. Está bien que se recuerde aquel bombardeo alemán con sus entre 160 y 300 muertos. Pero por lo mismo no debería ignorarse una matanza decenas de veces mayor. Hay decenas, si no centenares, de películas más o menos serias o ridículas sobre la Guerra Civil. No hay ninguna sobre esta gran matanza de las élites españolas para romper la cerviz a la España nacional. Fue el ensayo general para la liquidación de otras élites, las polacas, dos años después, en los bosques bielorrusos de Katyn. Stalin se la atribuyó a los alemanes y esta mentira del Kremlin se mantuvo casi medio siglo.
Por una combinación de mala conciencia, cobardía y desidia, España se ha convertido, como dice el historiador británico Anthony Beevor, en el caso único en el que los perdedores han escrito la historia. Mintiendo mucho más de lo que jamás mintieron los vencedores. Logrado el primer objetivo de hacer creer a las generaciones jóvenes una guerra caricaturizada en un enfrentamiento entre los «buenos frentepopulistas» y los «malos franquistas», se ha pasado a una fase en la que se trata de destruir toda evidencia de que la historia es más compleja. Se impide todo intento de rescatar algo de verdad para las generaciones futuras. Se destruyen lápidas, monumentos y documentos, testimonios y archivos enteros. Se desentierra a muertos y se entierran verdades. Hasta las placas del Instituto Nacional de la Vivienda se evaporan. Como si nada hubiera existido.
Nadie habla y nadie escribe sobre Paracuellos. Sí sobre Katyn. En los años ochenta coincidí en la Polonia de la ley marcial con Thomas Urban, ahora corresponsal en Madrid del «Süddeutsche Zeitung». Urban se quedó en Varsovia y Moscú y se convirtió en autoridad en la región. Ahora ha escrito un espléndido libro sobre Katyn con fascinantes detalles extraídos de archivos y testimonios de ambos países. Cuando nos conocimos, Moscú aun mantenía que la matanza de Katyn la habían perpetrado los nazis. Estaba ya la URSS al borde de la desaparición y seguía vigente la inmensa mentira. Los alemanes habían descubierto las fosas durante su ataque a la URSS en 1941. Organizaron una inmensa operación para dar publicidad a estos crímenes soviéticos. Pero prevaleció la versión soviética. Y quien decía la verdad era acusado de filonazi. En España quien habla de Paracuellos es tildado de «facha», el freno más efectivo para todas las verdades. A las nuevas generaciones de españoles se les oculta Paracuellos por el mismo motivo que se atribuía Katyn a los nazis. Porque su verdad desmantela el andamiaje de mentiras de la guerra de buenos y malos. Sobre el que construye su hegemonía cultural y su supuesta supremacía moral una izquierda que protege y justifica a los autores de aquella matanza. La verdad, por tanto, no nos la exige solo el respeto debido a las víctimas en Paracuellos como en Katyn. La verdad se la debemos sobre todo a las generaciones por venir. Porque con esas mentiras las quieren hacer esclavos.
Se necesita ser descastado para silenciar la memoria de tan espeluznantes tragedias.Pero, como las meigas, haberlos, haylos…
Muy buen artículo. Felicitaciones.
Saludos