Era un hombre de Estado alojado en la izquierda
Esta semana Felipe González se desmarcó, en un acto ecuménico en homenaje a Rubalcaba, de la estrategia de Su Sanchidad. Dijo, con una claridad aplastante, que él nunca pactaría con aquellos que quieren acabar con su país tal y como lo tiene interpretado su Constitución, por mucha legitimidad que tengan sus votos. Estaba sentado a pocos metros el ministro Ábalos, el cual se había empleado a fondo durante unos días en convencernos de que el Gobierno no había pactado con Bildu. No me consta ninguno de sus mohínes porque yo estaba a su espalda y no me dio lugar a comprobar si mostraba alguna incomodidad, que ya me imagino que no, porque todo fue muy «polite». Era un acto entre socialistas del Antiguo Testamento, y algún que otro outsider, en el que nadie iba a pisarse manguera alguna.
El magnífico periodista Antonio Caño presentaba su libro dedicado a Pérez Rubalcaba, y contaba con la presencia de quienes acompañaron al inolvidable (inolvidable, si, sé lo que digo) secretario general de los socialistas en los tiempos en los que determinados valores aún pervivían en la política española. Rubalcaba no fue ningún santo, pero su altura política, su capacidad de diagnóstico, su finura para el mal, su maniobrabilidad perversa, su sentido de Estado, jamás habrían contemplado el pillaje que los socios y amiguitos de Su Sanchidad han establecido en torno a la aprobación de los Presupuestos. Sánchez, ese aventurero de la política que ha demostrado largamente carecer de ningún tipo de escrúpulos, ha admitido cualquier precio con tal de seguir en el machito y en el Falcon tres años más: el castellano al desván, los militares fuera de Loyola, los golpistas indultados con reformas legales «ad hoc» y los madrileños, ay los madrileños, a pagar más de lo que pagan, aunque contribuyan más que ningún otro a la caja común.
Durante el debate se planteó una incógnita inquietante: ¿qué diría Rubalcaba de las cesiones y pactos de Sánchez con los históricos enemigos de España con los que hoy andan dándose el pico? Los ponentes en la presentación, Felipe, Elena Valenciano y Madina (que anduvo listo y brillante), dijeron que no era posible interpretar a Rubalcaba después de su muerte, y tenían razón. Pero es que no hace falta invocar el espíritu rubalcabista para saber lo que pensaría de este gobierno de arribistas. Ya lo dijo en vida. Cuando Alfredo Pérez Rubalcaba calificó de «Frankenstein» a la coalición de socios que iban a aupar a Sánchez a la presidencia del Gobierno, escribió lo que en términos periodísticos llamamos «un comentario editorial». Sánchez, a ojos de Rubalcaba, elegía los peores compañeros de viaje, probablemente porque él, Sánchez, era igual de malo que los demás. Difícilmente los compañeros de Rubalcaba habrían de ser los independentistas catalanes, los filoterroristas vascos y la basura populista de la Podemia.
Desgraciadamente, un accidente vascular nos privó de un hombre de Estado alojado en la izquierda. Hombre que también arrastra sombras a considerar, pero que, comparadas con la excrecencia presente, suenan a mera broma.
Todos los ex presidentes del gobierno se convierten en estadistas…, CUANDO YA NO TIENEN EL PODER.
Todos excepto ZAPATERO, que está como una cabra, políticamente, se entiende, “promoviendo” dictaduras por todo el mundo, cuándo debería estar en la cárcel, o, por lo menos, haber sido investigado y juzgado POR LAS GRANDES BARBARIDADES DE SU MANDATO…