Lo que va de la Mamá Grande a Maradona
Por Andrés Villota Gómez.- Dudé en comparar el funeral de Diego Maradona con los funerales de la Mamá Grande porque María del Rosario Castañeda y Montero era una gran terrateniente y la dueña de un “patrimonio invisible” formado por el orden jurídico, la moral cristiana, los colores de la bandera y los derechos del hombre, entre otros varios intangibles.
Lo dudé por la devoción y admiración que profesaba Diego Maradona por el comunismo, por los dictadores comunistas y por adoptar como propio (de labios para afuera) el discurso populista que iba en contravía de lo que representaba la Mamá Grande. Y lo dudé, también, para no caer en el cliché fácil de comparar lo que hizo el presidente argentino Alberto Fernández con el funeral de Maradona, con un capítulo más del realismo mágico latinoamericano.
Sin embargo, las enormes fortunas de los dictadores comunistas, y la inmensa riqueza de los gobernantes de izquierda, y la de los artistas, y la de los demás miembros de la farándula y la de todos los que se ufanan de ser “simpatizantes de la izquierda” desde sus lujosas mansiones construidas por el capitalismo, al final, consideré apropiado hacer la comparación. Son exactamente lo mismo con su riqueza, sus lujos, sus excesos, sus vicios y sus excentricidades. Y eso sin contar con que se creen los dueños de la moral, de la verdad, del conocimiento y de todo el patrimonio intangible de la sociedad.
Las élites del comunismo son las mismas oligarquías capitalistas que durante 150 años han combatido y han pretendido satanizar con su discurso en contra de la riqueza y de la “desigualdad”. Karl Marx vivió rodeado de lujos y tuvo una vida marcada por los excesos y los vicios burgueses. La fortuna del dictador Fidel Castro es proverbial y las lujosas cenas de Estado ofrecidas por él en La Habana, hacían ver frugales a las cenas ofrecidas en la Casa Blanca o en el Palacio de Buckingham. Hasta comunistas radicales como Jesús Aguirre sucumbió ante la pompa y boato de la fortuna de la muy noble Duquesa de Alba.
Tal vez por eso el dictador soviético Nikita Kruschev calificaba al dictador vietnamita Hồ Chí Minh como un “Santo del Comunismo” por vestir con harapos y parecer que moría por inanición, y en época más reciente, usaban a la supuesta pobreza franciscana en la que vivía el adulto mayor, José “Pepe” Mujica, como un ícono del comunismo continental. Los dos personajes perfectos para que le hicieran un “face wash” al resto de sus burgueses camaradas.
A Diego Maradona lo exhibía Fidel Castro y Hugo Chávez como un logro de la revolución, como si la inmensa fortuna que amasó durante su vida de futbolista, fuera posible lograrla en el sistema comunista cubano o venezolano. Como si la genialidad de su juego la hubiera cultivado en una escuela de futbol de Camagüey o de Maracaibo. A Maradona lo usaban Castro y Chávez para mostrar el apoyo al comunismo de un futbolista famoso y millonario, paradójicamente, en pueblos a los que les gusta el béisbol y no el fútbol, y en dictaduras en las que jamás podrán ser millonarios, salvo si algún día hacen parte del régimen.
Hugo Chávez profanó la tumba de Simón Bolívar para probar que había sido asesinado por la oligarquía bogotana del siglo XIX y poder encontrar a un responsable de su muerte (la de Bolívar). Al médico Leopoldo Luque lo acusaron de homicidio culposo para encontrar a un culpable por lo que le pasó al “Pelusa”. Algo muy del comunismo es buscar a terceros culpables, de lo que sea, para así poder expiar sus propias culpas por la miseria a la que llevaron a su pueblo y por la desgracia que llevaron a sus naciones.
El sainete que montó el presidente Alberto Fernández en la Casa Rosada, desbaratando cualquier posibilidad de volver a decretar una cuarentena en el futuro, los desmanes, la destrucción del patrimonio histórico argentino, la salida presurosa de la familia del astro con sus despojos mortales del palacio presidencial, la vicepresidente escondida en un despacho cercano y la represión violenta de los organismos de seguridad del régimen contra la muchedumbre que esperaba despedir a su ídolo, fueron el triste epílogo de la vida de Maradona. Esta vez Maradona no sirvió para lo mismo que en su momento lo usaron Castro y Chávez: para que el pueblo se olvidara de su triste realidad, por lo menos, por un instante.
A los funerales de la Mamá Grande asistieron el presidente de la República, el Papa y sus cardenales, congresistas (o los “doctores de la ley” y “alquimistas del derecho”), magistrados, ministros, jueces, las reinas de belleza, los veteranos de la guerra, grupos de la “sociedad civil” y “comerciantes independientes”, vendedores de comida y de bálsamos, los trabajadores de la Mamá Grande, sus herederos y los encargados del aseo de Macondo. Salvo por la ausencia del papa, a los funerales de Diego Maradona asistieron los mismos que fueron a Macondo cuando se murió la Mamá Grande porque, al final, resultaron siendo los mismos y hacen más de lo mismo que tanto critican. En fin, la hipocresía.