Desborde emocional en las elecciones norteamericanas
Asier Morales Rasquín.- Algunas situaciones producen una respuesta afectiva intensa y automática, a veces con independencia de su importancia objetiva. Podríamos decir que tocan botones comunes, prácticamente, a toda la humanidad. Hay quien, sin disfrutar demasiado el fútbol o sin tener apego por ninguno de los equipos en juego, siente la tensa ansiedad de la ronda final de penaltis. Espectadores poco interesados que presten suficiente atención a lo que sucede, compartirán parte del temor implícito en el drama.
Evidentemente no es un fenómeno que ocurre en cualquier situación. El ritual electoral, incluso en otra nación, es capaz de producir un efecto semejante. Casi en automático y por las razones más extrañas, si hay dos opciones y estamos suficientemente expuestos a la trama, terminaremos identificados con uno de los bandos.
Por su parte, el raciocinio elemental eludirá la posibilidad de que eso por lo que nos emocionamos tan fuertemente, quizás, no sea tan importante. Con el revuelo general es muy difícil llegar a ese punto, de manera que lo usual es conseguir una retahíla de justificaciones, armadas a posteriori, para contextualizar la supuesta trascendencia de lo que sucede, lo acentuado de ciertas reacciones y lo insistente de los argumentos.
Resulta obvio que el volumen de crispación subió excesivamente en estas últimas elecciones norteamericanas.
Muy resumidamente, los ingredientes para cocinar la polarización son:
– Líderes propensos a declaraciones y acciones incendiarias.
– Medios de repetición y enfatización de los antagonismos que hacen sentir que no existen puntos intermedios ni de encuentro.
– Escasez de personas en la sociedad inclinadas a compartir una postura de reconocimiento de la alternativa y de ponderación general.
Ha sido dicho demasiadas veces y, aún así, es imperativo reincidir: los populismos se potencian acentuando oposiciones. Lo sabemos, pero seguimos cayendo en la trampa. Es más fácil apreciar un conflicto bipolar desde la perspectiva del héroe y el villano, que conseguir las reales diferencias y similitudes entre las opciones.
Uno de los varios peligros es que, ante el resultado, algunos se sienten excesivamente ofendidos y otros excesivamente aliviados. El ejercicio político no tendría que conmover tan profundamente el afecto de la gente. Es un mal síntoma y nos indica que los funcionarios ostentan mucho más poder del necesario. En estos escenarios, las cuestiones de la vida de las personas no dependen de ellas mismas o de sus semejantes, sino de ciertas decisiones gubernamentales.
El argumento del tsunami
Las alertas de urgencia existen para señalar una situación de vida o muerte. Resultaría perjudicial, además de antinatural, que siguiéramos durmiendo apaciblemente ante una alarma de incendios.
Sin embargo, existe la posibilidad de que ambas facciones agregaran leña al fuego haciendo pensar que la república o la democracia estaba en peligro de muerte, principalmente para acceder al resultado deseado. Tomemos en cuenta que no me refiero exclusivamente a los líderes, a los medios de comunicación o a las redes, sino a los simpatizantes: la gente.
La costumbre de subir el volumen siempre
Especialmente para quienes han vivido ejemplos reales de progresiva y gratuita destrucción de la civilización, resulta más difícil de lo normal soportar la tensión de un particular tipo de un punto de equilibrio, fácilmente despreciado por los extremos como si se tratase de tibieza. Es cierto que la política es enteramente capaz de destruirlo todo, de ahí que los llamados de urgencia, de uno u otro lado, delatan la sensación de enfrentar al enemigo que acabará con el mundo como lo conocemos.
La pregunta que cabe hacernos es si este tipo de alarmismo ha sido realmente productivo alguna vez. Asumir que el adversario es el demonio, con independencia de que lo sea, ¿ayuda a combatirlo o solo genera una procesión de movimientos descoordinados y poco efectivos?
En este breve artículo, comparto la hipótesis de que quien denuncia a un tirano autoritario, consigue cierta satisfacción al hacerlo, siente que ya ha cumplido alguna parte del trabajo. Si un amplio sector de la sociedad se limita a la convulsionada acusación, estaremos en presencia de una gigantesca masturbación dolorosa que, como todas ellas, tiende a la infertilidad. Me parece fundamental aclararlo para evitar confusiones fuera de lugar: la denuncia es muy necesaria, pero difícilmente será suficiente.
La habilidad para enfocarse en el fondo del mensaje, capaz de desplegar acciones, y no dejarse arrebatar por una emoción desbordada, parece ser uno de los grandes desafíos de nuestro tiempo, otra vez.
Es nuestro trabajo, no el de alguien más
En este punto aparecerán las habituales vivencias de impotencia, asegurando que la marea emocional es demasiado fuerte. Especialmente en los de la acera de enfrente, que siempre lucen más ruidosos y peligrosos.
Los medios tienen demasiado poder, las redes concentran exceso de influencia y capacidad de manipulación. No podemos contra ellos. Naturalmente, aparece el comodín de siempre: “alguien debería controlar todo esto”.
La oferta de contenidos depende de lo que los ciudadanos exijan. Se trata de encarnar esa posición de ponderación que, también, habríamos de esperar de nuestros líderes. De otro modo seguiremos presos en las fantasías que tanto desean que repitamos.