Filosofía, Dios, la vida (III)
Acabo de editar un libro en el que he invertido años de estudio, “Desarrollo sostenible. Problemática y resolútica” con motivo de los 50 años de existencia del Club Roma, a cuyo capítulo español pertenezco desde 1993, que ha merecido ser prologado por Ricardo Díez Hochleitner -presidente de honor del Club- en el que expongo magnitudes, proporciones y progresiones muy significativas, que son el origen de la grave problemática a la que se enfrenta la Humanidad y que unidas todas ellas dejan vislumbrar tantas y tantas casualidades que resultan muy reveladoras de que alguien ha puesto su propósito en ellas al crear el sistema Tierra y la vida, muy difícil de que se repita en exoplanetas, si no imposible. No parece ser de otro modo.
En julio me sorprendió una entrevista en Alfa y Omega a Ramón Tamames –muy admirado por mí en asuntos de estructura económica y lo bien que escribe y se le entiende- y compañero del Club de Roma, en la que manifiesta que está buscando a Dios, a estas alturas de la película. Me parece que lo ha dejado demasiado para el final, ya que en noviembre del 19 cumplirá 86, si Dios quiere, que espero que sí, pero nunca es tarde y menos para una cosa así. Le mandé mi escrito este y me contestó que lo leería en ese verano del 19.
Nuestra Tierra es una maquinaria perfecta con leyes perfectas y que funciona, como advertía Einstein en su día y por lo que decía que tiene que haber necesariamente un legislador y constructor perfecto.
Hay, además, momentos y experiencias -vivencias- más o menos tangenciales, vinculadas a la música, a la liturgia, a la belleza, a la libertad, a la vida, al amor y al bien. La justicia, la injusticia y la esclavitud física a las leyes que imperan son connaturales a nuestra naturaleza actual en la que vivimos inmersos y como debe ser. Personalmente, tengo la experiencia de haber convivido –en repetidas y breves ocasiones- con un familiar “venerable” según los cánones. Amable, sencillo, respetuoso, fumador, lector y nada proselitista, pero que contagiaba serenidad, alegría, ejemplo, paz, certeza y extrema confianza. Una suerte que agradezco.
La razón vital orteguiana y traída sucesivamente por Marías, es que somos arrojados –involuntariamente y sin invitación- a un lugar y durante un tiempo determinados –espacio-tiempo- y tenemos que actuar necesariamente, en un sinvivir permanente. Algo así como puestos a freír en una sartén. Alguien –infinitamente justo y misericordioso- toma esa iniciativa, responsabilizándose y eso nos debe tranquilizar mucho.
Esto –que nos es dado, e impuesto a la vez- hace que nuestra frágil condición humana, en la que, con un decálogo de conducta, revelado y muy asumible, debemos convivir durante un tiempo –unas décadas insisto, que nos pueden parecer cortas o largas, al gusto- con nuestros coetáneos. Vivir un tramo de la historia de la humanidad, en este planeta regido por leyes físicas y químicas… y otras que desconocemos. Que nuestra conducta sea la mejor o no tan buena depende de tantos factores, que hacen muy difícil –a mi criterio- la culpa, tal como se puede entender y menos con transcendencia eterna.
Hay quienes hacen de la leve distracción su actividad vital y lo cifran todo en cambiar de escenario, de un modo patético y estéril en su mayoría, y pregonan que como se aprende es viajando, haciendo turismo, vamos. La cosa es no hincar los codos. En abierto contraste con esta falacia, Emmanuel Kant –siempre me impresionó ésta actitud- pasó sus ochenta años de vida sin salir de Königsber (Kaliningrado desde 1946), en Prusia -sin alejarse nunca más de 16 km de ella- en cuya universidad (Albertina) se formó. Posteriormente fue catedrático eminente de ella, pasando su larga vida en el estudio, la enseñanza y la meditación, lo que le convirtió en uno de los pensadores más influyentes de la Europa moderna y de la filosofía universal, criticísta y padre del idealismo alemán. Puso la razón en juego con el empirismo y dándoles a ambos factores un protagonismo enlazado y tributario para construir el pensamiento.
Aporta ideas sólidas tanto en metafísica, como en astronomía, siguiendo a Newton y a la providencia divina en la construcción del Universo. La frase conclusiva de su Crítica de la razón práctica, grabada en la proximidad de su tumba, es exponente de sus pensamientos más importantes: ”Dos cosas me llenan la mente con un siempre renovado y acrecentado asombro y admiración por mucho que continuamente reflexione sobre ellas: el firmamento estrellado sobre mí y la ley moral dentro de mí”.
Nos van a examinar del amor, al final del tiempo, como dice san Juan de la Cruz. Eso es todo. Julián Marías, católico practicante, convencido y prolífico pensador y escritor, murió en el 2005, con la curiosidad manifiesta por eso de “la resurrección de la carne”. Es muy edificante, al menos para mí. Todo esto mueve de la fe a la certeza, como dice mi amiga Nuria, que además de perspicua, conspicua e iconógrafa, es guapa, elegante y con clase y estilo.
La mediocridad es la nota común en esta vida de a diario y por eso, aporto la opinión de un viejo dominico, que afirmaba que era muy, muy difícil ofender a Dios. Requiere cierta talla y malevolencia que no es común. Que los santos padres velasen por la ortodoxia y que los escolásticos hayan prestado su opinión, con la razón aristotélica en la mano, depende de tantos conceptos evolutivos y de tantas razones históricas y casuísticas, que diluyen las posturas, pero dejan la esencia de la verdad revelada a través de los siglos. A esa nos debemos y tiene principios inmutables, por más que el relativismo –hijo de la ignorancia, del cinismo y de la mala fe- tienda a igualar por lo bajo.
Es curioso que algo tan feble como las tecnologías se apoderen de las mentes con tan suma facilidad, actuando en contra, cuando deberían confirmarnos en la fe, porque nos permiten entrever cosas que antes, durante siglos y milenios, eran impensables e inimaginables. Sonaban a fantasía. Hemos aprendido que hay un software y un hardware perfectamente vinculados, que funcionan juntos, sin soldarse y lo del wifi, o el Intel inside, cosas estas inimaginables cuando andábamos con pizarras, haciendo palotes y sin sospechar de lo digital, lo binario, o lo cuántico y sin embargo se nos hablaba de trinidad, tranquilamente y veíamos a san Agustín buscando en la playa y recibiendo una lección de humildad. Nos parece nada y sin embargo supongo que es la puerta a las estrellas.
No hay excepciones al “no matarás”, ni siquiera en la dejación culpable del Constitucional, que ya tiene edad para asumirlo. Lo entiende cualquiera con mediana voluntad, si no buena. Únicamente se nos exige creer en Cristo como camino, verdad y vida –un acto de voluntad, libre y activo- para no morir eternamente, lo que permite deducir que el que no cree, se autoelimina –pulsar delete- y es muy libre de hacerlo, salvo que Dios haga una repesca. ¿Por qué no? Tan fácil como eso. ¿Cuánta es la gracia suficiente para colegirlo? La que daría cualquier padre a sus hijos por pródigos que fuesen. Podemos medirla. No hay razón alguna para reducirla y ponerse histéricos con la longitud de las faldas, los malos pensamientos, o con los escotes. Estamos hechos por Dios a mano, de forma artesanal y las piezas encajan felizmente por su voluntad, no por la del demonio.
Leer a Xavier Zubiri fue fundamental para mí. Se produjo tras largos años de imposibilidad, como me ha pasado con Vargas Llosa, del que tras intentar “La ciudad y los perros” y la “Conversación en la Catedral”, no terminé ni “Los Jefes”, que era un Crisolín, mientras me recreo en Azorín, en Miró, en Balzac, en Pla, o en Baroja. No me preguntéis por qué. Zubiri era un reto y su denso “Naturaleza, Historia, Dios” me supuso la inmersión en el estudio más intenso. Mereció la pena. Decía cosas muy verdaderas y muy esclarecedoras, a la vez que sencillas, pero había que lucharlas renglón a renglón, párrafo a párrafo y página a página y volver sobre ellas una y otra vez, hasta su problemática digestión. Así quedó el libro… tras la pelea que mantuve.
Zubiri, amén de tantas sugerencias y señalamientos, cuando habla del llamado problema de Dios, dice que “Dios no tiene problema alguno” como es lógico, que somos nosotros los que lo tenemos planteado y a quienes preocupa. Su firma, su huella indeleble y reconocible, está en nosotros mismos, afirma, porque nos ha creado para Él y a su imagen, y ahí debemos buscarle, en nosotros mismos. Religación y reflexión. “Dios, dice, es fundamento del hombre, no objeto del hombre”. Esto merece considerarse muy profundamente y con buena fe.
Zubiri utiliza la escolástica actualizándola con la fenomenología de Husserl y de Heidegger y es buen conocedor de la física, incluso de la cuántica. Zubiri tuvo buen contacto con Einstein, en Berlín. Einstein tenía la seguridad de que Dios existe, que habiendo leyes perfectas tiene que haber necesariamente un legislador perfecto y que la imaginación, decía, es más importante que el conocimiento. “El pensamiento viene, luego se expresa con palabras o se intenta hacerlo”. De la nada, nada procede ni puede emanar, es todo un principio empírico. Esto es algo que debe presidir nuestro pensamiento.
Otro pilar de mi convencimiento, muy importante, ha sido la tesis doctoral de Juan Pablo II, sobre San Juan de la Cruz, el que “entrose donde no supo y quedose no sabiendo toda ciencia trascendiendo”. Árida en toda su extensión, como una subida a las escarpaduras del monte Carmelo, es una continua denuncia de la infinita desproporción existente entre la criatura y su creador, como no puede ser de otra manera -como se dice ahora- según manifiesta reiteradamente el místico san Juan en sus escritos y que transcribe el papa santo fielmente, lo que mueve a adoptar una actitud humilde y confiada.
Es a manera de percepción lejana –inefable- pero real que manifiesta con la poesía, como pudiera haberlo hecho con la música, o el color. Es imposible hacerlo con palabras, y menos científicas. Nos queda muy lejos. Nuestros sentidos, las frecuencias en las que nos producimos, impiden esa sintonía que buscamos. No hay otro camino que la confianza, el abandono y la liberación de toda soberbia y rebeldía imposible, que es pataleta. Ruido y gran ignorancia, que debemos reconocer humildemente. Es curioso y digno de reseñar que quienes no creen en Dios, creen en cualquier cosa, cualquier memez inconsistente y próxima, tipo placebo. Les acompaña la energía. Un alivio inmediato que es hambre para hoy, para mañana y para pasado. Cuando las cosas se ponen duras y trascendentales nadie de nuestro entorno civilizado occidental se hace leer el horóscopo, ni se conforma con un vidente embaucador, o un chamán que lance los tejos. Entra en pánico. Es lo normal, y busca auxilio en la religión, y en las palabras de Cristo.
Nuestra naturaleza, nuestra proporción, hace que fracase, desde el inicio, cualquier aspiración que no se base en el amor confiado –el de un inocente gozquecillo- a un Creador y Padre, que ha dispuesto nuestra existencia y nos tiende su mano a cada momento y ha dejado una iglesia provista de medios y mediadores. Ahí, sí que podemos instarle y comprometerle e incluso obtener pequeñas dosis asimilables, a través de la oración. No es fácil orar, pero es posible intentarlo ante la Eucaristía. Es una tesis muy personal, muy íntima. Merece la pena hacerlo, doblar la cerviz y confiarnos. Lo otro dice muy poco de nuestra inteligencia y mucho de nuestra estúpida soberbia infundada.
Estas actitudes y el regalo de la gracia, no me cabe duda de que han sido causa de experiencias personales, enormemente gratificantes y efectivas, en las personas de Manuel García Morente, de Paul Claudel, de santa Teresa, de san Juan de la Cruz y de tantos y tantos otros personajes históricos, a los que les ha sido dada esa gracia de evidencia y transformante –que han buscado con avidez y humildemente, no lo olvidemos- de percibir la presencia real de Cristo resucitado, de Dios. Unamuno, se resistía y se revelaba, por su ansia de hacerse con la verdad y de prenderla, porque la barruntaba existente. Contemplar a mi amigo el sacerdote Pepe Sotillos, consagrando en san Francisco, junto a la Dehesa, me hace abundar y crecer en ello. Es la actitud que presumo correcta y adecuada al caso. No hay otra.
Haber mutilado los estudios de filosofía, del “amor por la sabiduría”, en el nivel secundario -un conocimiento mínimo de la materia- es una barbaridad imperdonable y una torpeza pedagógica, propia de pueblos salvajes. Junto al derecho romano, a la religión judeocristiana y a las tecnologías, la filosofía griega, que inicia la historia filosófica a cuyas orillas continuamos ejerciéndola, son los pilares en los que se sustenta la civilización occidental. Esto lo acusa Zubiri, como un postulado de partida.
Eliminar estas materias, arrinconarlas, supone condenar a la población entera a un bajo nivel de capacidad mental y a una indigencia intelectual, obtusa y roma, que la arrastra a la desorientación y la aleja de la posibilidad de pensar por uno mismo, de esa búsqueda de la verdad que nos brota ante la vida.
Claro, primero acabaron con el latín e iniciaron un proceso de robotización que progresa hacia el anonadamiento y hacia la inteligencia artificial en la que no cabe la fe.
El padre Carrera, el jesuita astrofísico que dirigió el observatorio vaticano, se pregunta: ¿Qué fuerza física universal justifica la creación de un soneto? ¿La gravitatoria, el magnetismo, la atómica leve, o la atómica fuerte? Ninguna. Eso es de un rigor incuestionable. Ahora a buscar el origen…
La “Historia de la Filosofía” de Marías debería ser obligatoria en todas las carreras universitarias al menos, y contribuir al pensamiento rico, fuerte y sólido y al conocimiento de un mundo transcendente y fundamentado. Continuar volviendo la espalda a estas materias, es dejar al ser humano –sin escalera en que afianzarse– agarrado a la brocha de la inopia, sin referentes sólidos y a merced de los pensamientos totalitarios, que no saben lo que se hacen. ¿O sí?
¿Qué clase de ingeniería es esta? ¿Qué pretende, si pretende algo que no sea destruir? ¿Quién comete esas estupideces? ¿Hasta cuándo?
(CONTINUARÁ)