No se toma la molestia ni de disimular
Una turba de borrachos de odio sale a la calle cargada de piedras dispuesta a destrozar a su paso bienes públicos y privados, apedrear a policías y prender fuego a contenedores y vehículos. Lo hacen jaleados por un parlamentario de uno de los partidos del Gobierno de la Nación y apoyados expresamente por miembros de ese mismo Gobierno. La excusa que esgrimen se resume en defender el derecho de libertad de expresión de un tarado camorrista condenado por alentar atentados contra diversas personas y otras barbaridades semejantes, entre ellas amenazar de muerte a un testigo de uno de los procesos en los que está envuelto. De resultas de la jarana hay más policías heridos que manifestantes, las pérdidas particulares son cuantiosas y los estragos en el mobiliario urbano son de consideración.
El vicepresidente del Gobierno llama a censurar medios de comunicación mientras exige libertad de expresión para el animal disfrazado de ‘artista’ y justifica, a través de su portavoz, toda la marejada sufrida en Madrid, Barcelona y Valencia con el argumento de que se pretende profundizar en la democracia real. Extrañamente una sucesión de hechos semejantes podría darse en cualquier país europeo. Extrañamente un gobierno, mediante miembros autorizados, podría jalear una situación de guerrilla urbana trufada de antisistemas y filoterroristas urbanos sin que causara absoluto asombro en todo su entorno.
Pero eso sí ocurre en España. Un despojo ideológico conocido como Echenique glorifica a los neobatasunos y llama a la manifestación violenta a través de Twitter sin que esa empresa siquiera roce su cuenta. La Fiscalía no promueve investigación alguna y habrán de ser sindicatos policiales quienes deban iniciar trámites judiciales contra los actuantes en las algaradas y los impulsores políticos de las tropelías. Y en el seno del Gobierno solo se muestra -a cargo de la otra mitad- algún mohín de disgusto por el orgullo mostrado por Iglesias -vicepresidente, insisto-, ante el vandalismo de sus cachorros violentos. Resulta inconcebible pero es así.
O quizá no tanto. ¿Dónde está y qué dice el impostor que preside ese Gobierno? ¿Ha puesto pie en pared? ¿Ha marcado territorio y criterio? No. En cualquier país medianamente homologable, el inverosímil vicepresidente habría sido apartado de su quehacer -si es que ese gandul hace algo- sin siquiera darle explicaciones. Aquí, después del bochorno de haber pasado del insomnio al abrazo, el presidente no establece medida alguna que restaure un mínimo de vergüenza ante el aquelarre de esa gentuza. Ahí es donde hay que reclamar responsabilidades y a ese sujeto es a quien hay que demandarle explicaciones: al presidente de la peor partida de desechos que ostenta el poder en España, repartido entre populistas antidemocráticos, amigos de asesinos y progolpistas varios, enemigos diversos de la democracia.
Iglesias pretende amedrentar a la prensa libre -aquí te esperamos para lo que quieras-, sus temporeros quieren imponer la violencia en la calle, sus amigos quieren descabezar España, trocearla y convertirla en un estercolero político, y, mientras tanto, el fatuo y fraudulento Sánchez calla sin un solo mohín de desacuerdo. No se toma la molestia ni de disimular.