La ira desviada
El mismo día en que España se acercaba de nuevo a los seis millones de personas sin empleo, el asunto que encendió tertulias y activó a brigadistas de la moralidad pública fue la vacunación de las Infantas durante una visita a su padre en Abu Dhabi. No esquivaron ninguna cola ni desobedecieron ninguna disposición administrativa, no privaron a ningún español de su vacuna, ni se beneficiaron de ningún dinero público. Al parecer cometieron un gravísimo atentado contra la justicia y la ejemplaridad: se han vacunado cuando la mayoría de los españoles aún no lo han hecho y por eso son culpables. En consecuencia fueron objeto de un meticuloso linchamiento público.
En España existe un clima inquisitorial desde hace años. La ola de indignación surgida en 2018 alimentó horas de programación en radios y televisiones, alumbró otra generación de jueces y fiscales estrella e impulsó el nacimiento dos nuevos partidos políticos. Hoy podemos convenir que la mayoría de las llamadas a la moralidad, los golpes de pecho y las proclamas grandilocuentes no fueron más que una excusa para que prosperaran nuevos actores políticos cuyo comportamiento es mucho peor que el de aquellos a quienes vinieron a sustituir.
Aquellas proclamas de regeneración sirvieron para desalojar al Partido Popular del Gobierno, sí, pero nunca hubo más arbitrariedad ni más oscurantismo en la gestión del Ejecutivo. Todo ello aderezado con episodios más propios de una república bananera como el de esos asesores ministeriales que lo mismo sirven para ejercer de niñera que para ir acarreando fajos de billetes y pagando las cuentas del ministro de turno.
Con todo, en el linchamiento mediático de las infantas de esta semana hay un elemento nuevo y perturbador: es el propio Gobierno el que ha alimentado la turba: el mismo presidente desde el Palacio de la Moncloa lanzó al emérito a los pies de los leones acusándole de ‘conducta incívica’. Es el Gobierno el que encabeza este nuevo comité de salud pública contra la familia de Felipe VI, exigiendo una limpieza que distan mucho de aplicarse a sí mismos.
Esta actitud sobreactuada y farisaica puede ser considerada cualquier cosa menos inocente. Es el síntoma de una nueva estrategia salida de la factoría de prestidigitación política que Iván Redondo ha montado en Moncloa. Ante el descontento y el hartazgo social por la catastrófica gestión de la pandemia no hay nada como encontrar un buen chivo expiatorio. Si alguien se indigna porque no tiene trabajo, porque ha cerrado su empresa, porque no cobra el IMV, es mejor que mire hacia Abu Dhabi que hacia Moncloa. Si hay que cabrearse con alguien, que sea con unas infantas porque se han vacunado fuera de España. No con el Gobierno que ni siquiera es capaz de reconocer los muertos reales en esta pandemia.
El pecado de las infantas no ha sido vacunarse en Abu Dhabi, sino ignorar que hace ya mucho tiempo que en España impera un populismo demagógico y guerracivilista que convierte a Pablo Hasel en una víctima y a la monarquía democrática en el objetivo a batir.
La culpa de todo esto la tienen los generales en activo, que son unas mariconas castradas incapaces de seguir las ordenes que dicta la Constitucion y poner orden en esta casa de putas de pais. En Birmania y en Tailandia si cuentan con militares bragados que cumplen con sus obligaciones y en esos dos paises los comunistas ya no secuestran nenes para violarlos ni tampoco les venden drogas en las escuelas.