Filosofía, Dios, la vida (y VI)
Miramos al Universo, donde se plasma que todo es posible y grandioso y parece que es convincente que sea así, porque esto no es normal, ni sencillo, ni elemental, sino enormemente complicado, extraordinario, inabarcable y pleno de leyes y contraleyes, que nos exceden y nos abrumarían si tuviésemos que desentrañarlas con nuestras fuerzas.
No vale decir no lo entiendo y por lo tanto no existe nadie responsable de esto, todo es casual, hasta yo mismo, y cerrarse en banda.
Son las generaciones de pensantes, en el transcurso de los siglos, de elementos humanos especialmente dotados para cada rama del saber, quienes van abriendo camino al conocimiento humano, tanto desde la especulación filosófica, como desde la experimentación, la observación y la inventiva empírica. El estudio, la meditación, y esa observación de correlaciones van haciendo acopio de conocimiento y lo transcriben para los legos y lerdos, que vamos captando, e intentando su digestibilidad.
Nuestra civilización, la occidental, que es el conjunto de nuestra formación integral la debemos a la religión judeo-cristiana, a la filosofía griega recuperada por el renacimiento y la escolástica, al derecho romano y al cúmulo de técnicas y tecnologías evolucionadas, que facilitan nuestras vidas y que nos graban, e imprimen carácter. Empezó con el fuego y la rueda y no sabemos hasta dónde pueda llegar. Es el cimiento, como dice Zubiri. La guerra, que llena la Historia de muerte, crueldades y dolor, es un mal a eliminar y un síntoma de disfunción social que hay que combatir con empeño.
Hay un mundo material y otro inmaterial –parece evidente- que ya colegían los griegos, e inmortal, y que estamos llamados a cosas que no podemos ni imaginar, pero que antes hay que pasar por el crisol de la vida terrestre, de la animalidad y que puede ser no sólo durísima, sino cruel y despiadada y además caduca, finita, pero que su temporalidad y los auxilios del Creador pueden superarla y ayudarnos.
A veces experimentamos momentos tangenciales, pero fugaces, que nos dan que pensar. Hay quienes no lo ven, oponen la razón a la fe, y todo lo adjudican a una mecánica casual, a una evolución ciega que plantea serias dudas de que pueda ser y que comprendemos que haya quienes puedan pensar así, porque Dios lo permite, pero sabios como Pascal la valoran en probabilidades al 50% cuanto más o cuanto menos. No debemos simplificar, sino asumir la voluntad de Dios que nos concede unas capacidades y unas gracias respetuosas con nuestra libertad, que para Él es esencial. ¿Por qué es así? No tenemos ni idea, pero la voluntad, el querer, esa tensión, esa tendencia hacia algo que barruntamos –como dice san Agustín- es fundamental para Él.
Muchos sentimos que somos algo más que un cuerpo finito y caduco, que tenemos un alma como ya decía Platón dentro de nuestras costuras, que se desprende en nuestra muerte física para trascender y pasar a otro nivel y que por dentro nos sentimos el mismo durante toda nuestra vida, sin envejecer, mientras en el espejo vemos los cambios que afectan a nuestro físico caduco. La doctrina católica –ajena al aidopajinismo imperante- nos dice que Dios la infunde en el momento de la concepción.
Cuando morimos quienes tenemos la suerte de la fe o el mérito de haberla asumido por voluntad de hacerlo, sabemos, tenemos la certeza de que vamos a otro plano, donde alcanzaremos la felicidad que hemos buscado lícitamente toda nuestra vida. De cualquier modo, no nos apetece nada y nos espanta, como al mismo Cristo en la cruz, que más certeza no se podía tener en el Paraíso, cuando le decía en verdad al buen ladrón, Dimas, que le reconocía en gracia: Hoy estarás conmigo en el paraíso, lo que no excluía necesariamente a Gestas, que carecía de la percepción y sagacidad de aquel.
La especie humana, como otras superiores a las que se asimila en ciertas cosas, se mueve por mor del sexo entre dos criaturas, que el Génesis llama hombre y mujer.
Hay una fuerza genésica que se vincula a la atracción recíproca entre macho hembra, por razones físicas, químicas o espirituales, hormonales y feromónicas del uno hacia el otro, que tiende a la unión, a la cópula sexual productiva, que aprovecha la naturaleza en la suavidad, el perfume, la virilidad, la feminidad, el ciego instinto que nos apremia con los deliciosos prolegómenos excitantes de caricias y besos que abocan a la penetración del macho en la pasiva hembra, que lo busca y a los afectos irresistibles, para interesar ciegamente a la especie en otro ente.
Otro ser, procedente de ambos, de nuevo cuño y todo ello en base al placer que procuran las presencias del uno al otro y la impenetrabilidad de los cuerpos, principio que desafían en el acto sexual, buscando la mayor unión que más les satisfaga hasta explotar y luego sus capacidades de mantener ese vínculo para bien del tercero en discordia. Las voces, los gestos, los cariños… Impregnan nuestras vidas y nos procuran paz.
Dios ha previsto todo ello, ha dispuesto unas leyes que funcionan ¡vaya, si funcionan! que a veces comportan sacrificio, paciencia y entrega incondicional para superar los escollos de cada día, que no son pocos y muchas veces incomprensibles e injustos a nuestro parecer. Todo ajusta, todo va y si añadimos caridad, fe y confianza esperanzada todo saldrá bien. ¿Por qué se han empeñado algunos en atribuir este invento al demonio y le han metido en el baile divino?
Pero aun no estamos en ese Paraíso que decía y prometía Cristo a Dimas en la cruz del martirio ¡Menudo sitio! Nos toca esperar y perseverar. Todo llega.
Le llamamos, y es amor, imagen del que Dios ha puesto en cada criatura y que significa vida y que Él hace tender hacia la eternidad, como diría san Agustín.
No entendemos, ni lo haremos nunca, tantas cosas. Un misterio, si, un enorme misterio complejo ante el que hay que agachar la cabeza y encomendarse a Quién lo ha dispuesto, que está en nosotros, que se declara Padre nuestro, que nos escucha y sabe lo que debe ser en cada momento, pese a nosotros, nuestra pequeñez y nuestras miseria y cobardía. Y sin embargo respeta nuestra libertad y nuestra dignidad. ¿?
Sabe que si nos pregunta nos vamos a negar, pese al enorme beneficio desproporcionado que nos propone pasadas las horcas de la vida terrenal. Conoce nuestro escaso alcance y los mejores momentos para comprometernos y mantener las instituciones que descubre el Derecho Natural, que ha inscrito –ingénitas- en nuestra conciencia, con las que choca frontalmente el frívolo criterio que vivimos gratuitamente, por mor de la prensa y de mentalidades materialistas y espesas.
¿Era necesario todo el universo creado para que naciese Cristo, el hijo del Creador y Creador a su vez, miembro de una trinidad que no entendemos, en un planeta estable y funcionando como un reloj al cabo de los siglos y milenios para pasar por lo que hay que pasar, por la muerte y el sufrimiento, de un plano a otro para comprobarlo, vencerlo históricamente y darnos testimonio para que surgiese la Humanidad? Einstein manifiesta que unas leyes perfectas exigen un legislador perfecto. Me quedo con esta opinión de un superdotado y me tranquiliza mucho.
Ahí aparece el fenómeno de la fe, algo que Dios nos sugiere, nos ofrece, pone a nuestro alcance con tantas casualidades –que pone cada vez más difícil la posibilidad de los exoplanetas vivibles por muchos que haya- si lo queremos aceptar y ejercerlo, pero que de ninguna manera nos impone. Permite que optemos por su negación ya que da una importancia absoluta a la libertad, al libre albedrío de cada cual, y de eso hace depender nuestro futuro o no futuro, en la eternidad. ¿Un experimento?
Yo creo que es infinitamente misericordioso, porque es infinitamente justo y que cuando nos toque partir, cuando cierre nuestros ojos la postrera sombra que nos llevare el blanco día, veremos la lux perpetua luceat eis, la que se dice en los responsos rezados desde este lado y creo, de verdad y por la clemencia infinita del Padre, que nadie se quede fuera de ella por un quítame allá esas pajas o cosas de mayor entidad. ¡Es lo que tiene ser infinitamente justo!
¡Quizás ni Judas Iscariote!
Gracias por sus conmovedoras palabras llenas de emoción, Sr. del Riego. En verdad es una gracia este sentimiento que lleva a encandilarse al reflexionar en la infinita sabiduría, omnipotencia, pero, sobre todo en la magnificacencia de la misericordia de Dios., porque entonces somos más conscientes de Su Presencia. Lo notamos en la calidez del sol, y sentimos arder nuestro corazón,, en la caricia de la brisa, que nos susurra Su Nomnte,, en la luz de la estrellas, que nos iluminan la noche oscura del alma Sólo en Él está la paz que nos trajo Jesús..Es lo más parecido a estar… Leer más »