La madre acusada de asesinar a sus hijos en Valencia afirma que su pareja practicaba ritos satanicos
La madre acusada de matar a sus dos hijos en un ritual en Godella ha negado este martes que cometiera el crimen junto a su pareja en la segunda sesión del juicio que se celebra en la Audiencia de Valencia, aunque ha reconocido que enterró sus cuerpos en la casa de campo que ocupaban ilegalmente. Amiel y Ixchel, de tres años y medio y seis meses, murieron tras recibir multitud de golpes durante la madrugada del 13 al 14 de marzo de 2019.
En su declaración ante el jurado popular, durante la que solo ha querido contestar a las preguntas del fiscal y de su letrada, María G. ha acusado a su pareja, Gabriel C., de maltratarla, apartarla de su familia y «meterle ideas en la cabeza»: «Me decía que tenía el demonio dentro». «Lo que hizo fue tapar su violencia y metérmela a través de esas creencias», ha añadido.
Durante los días previos al crimen, la procesada « no miraba el móvil porque estaba en un brote muy agudo y no comía porque él me decía que la comida estaba envenenada». Esa misma noche, según su relato, acostaron a los niños, se fumaron un porro y ella se fue a dormir mientras él se quedó vigilando para que la secta en la que creían no los atacara y se llevara a sus hijos. Una actitud que veían arrastrando un par de años.
«Yo creo que fue él -quien mató a sus hijos- porque estuvo despierto toda la noche. Si nos mataba a los tres, nadie se iba a enterar de nuestra muerte porque todo el mundo sabía que nos íbamos a ir para siempre de allí», ha señalado.
A mitad de la noche, creyendo que le iba a hacer el relevo a Gabriel en la vigilia, se despertó y salió al jardín, donde vio el cuerpo de su hija Ixchel. El de Amiel estaba «en el bordillo de la piscina». «Tengo en shock las escenas de mis hijos muertos. No les veo. Es como si mi cabeza lo hubiera borrado porque es demasiado fuerte para procesarlo», ha comentado. «Tenía tan presente que nos querían matar que dije: la secta los ha matado», ha defendido.
María ha declarado que enterró a los niños en dos puntos diferentes, singulares para cada uno de ellos, porque «no podía dejarlos así» y fue a alertar a su pareja de lo ocurrido tras desnudarse porque tenía la ropa sucia de tierra. Ella ya sospechaba entonces que su pareja estaba dentro de la secta: «Me dio la impresión de que tenía algo que ver» y cuando él le preguntó dónde estaban los niños «le dije que estaban en casa de mi madre».
Tras varias persecuciones y una paliza que ha relatado ante el juez, salió corriendo y empezó a esconderse de Gabriel, a quien ha acusado de dejarla durante horas dentro de un pozo. Después de eso, la Guardia Civil la encontró desnuda dentro de un bidón.
«Soy muy ingenua»
Su relato no encaja con la tesis de la Fiscalía, que considera que ambos progenitores actuaron de común acuerdo bajo las órdenes del procesado. Gabriel también defendió que no tuvo conocimiento de lo ocurrido hasta la mañana siguiente.
El Ministerio Público pide 50 años de cárcel –25 por cada asesinato, con la agravante de parentesco– para el padre, sobre el que ha quedado acreditado que no sufre ningún tipo de enfermedad mental. Por su parte, María es inimputable porque sufre una esquizofrenia de tipo paranoide que anula sus facultades y que no fue diagnosticada hasta que se cometió el crimen, según los informes psiquiátricos. Para ella, la Fiscalía solicita 25 años de internamiento médico.
María ha explicado que empezó a creer en las sectas y en «conspiraciones gubernamentales y extraterrestres» cuando nació su hijo Amiel. «Él se creía Jesucristo reencarnado» y «yo era María Magdalena» y «por eso nos perseguían». Gabriel decía tener «poderes de curación» o para «leer la mente» y hacía ceremonias en las que ofrecía «cosas buenas» -alimentos- al fuego a cambio de protección. «Soy una persona muy ingenua y creía en las conspiraciones. En él creía sobre todas las cosas. Lo amaba. Todo lo que decía para mí era muy importante», ha incidido.
La acusada ha relatado que se levantaba con moratones en los brazos que su pareja achacaba a los ataques de esa secta mientras dormían para «sustraernos material genético y a pincharnos hormonas que nos alteraban el cuerpo, por eso discutíamos». «Como me resistía, me borraban la memoria», ha añadido. Ahora, asegura, sabe que en realidad esas marcas se las provocaba él cuando discutían por como trataba al niño.
Hasta entonces habían conocido la cultura y mitología maya en un viaje a México y creía que «la vida son muchos ciclos y nos reencarnamos». También realizaban prácticas de regresión, pero «no exactamente para vidas pasadas» sino para «sanar el cuerpo de los traumas que habían tenido en la adolescencia».
Una barbacoa para destapar la secta
La madre de los menores asesinados ha rechazado que realizaran rituales de purificación con los niños, pero ha aseverado que el padre llevaba a cabo ritos satánicos e incluso le llegó a hacer creer que la abuela materna había muerto: «Me dijo que podía poner el espíritu de mi madre en el cuerpo de la niña. Yo hablo con la niña como si fuera mi madre».
Del mismo modo, ha relatado situaciones en las que el padre «agitaba nerviosamente» o «lanzaba contra el sofá o la cama» al niño para que se callara, así como episodios de empujones y bofetadas contra ella misma: «Llegó al extremo de ponerme contra una pared con un cuchillo, pensándose durante unos segundos si clavármelo o no». «Así es como tienes que tratar al niño de ahora en adelante, porque así lo trata la secta y así tiene que aprender», ha asegurado que le decía Gabriel en referencia esas supuestas agresiones.
Al respecto, ambos progenitores decidieron que Amiel dejara de ir al colegio un mes antes del infanticidio porque consideraban que allí era víctima de abusos sexuales. «Me pidió que hiciera terapia de choque con mis hijos, que les hiciera las mismas cosas que les habían hecho la secta para que a través de mi cariño se les quitara el trauma», ha defendido.
Asimismo, ambos convinieron que, corrían peligro al haber destapado una trama de abusos y planearon irse a hacer el camino de Santiago para buscar trabajo y esconderse «donde nadie nos encontrara».
María ha asegurado que Gabriel le quitó el móvil cuando vio que estaba avisando a su entorno de que iban a marcharse. «Ahí aún no me había convencido de que mis familiares y amigos estaban dentro de la secta», que ocurrió poco después, por lo que se planteó hacer «una barbacoa» con todos ellos para decirles que lo sabía todo.
En este punto se enmarca el mensaje que envió a su madre días antes del asesinato en el que decía: «Gracias por todo, Creador. Me voy contigo. Adiós mamá». «Dios para mí era Gabriel. Mi madre vino histérica a casa porque creía que me iba suicidar o algo», ha comentado sobre la actitud de la abuela materna, que intentó por todos los cauces que las autoridades actuaran e incluso llegó a denunciar la situación que vivían sus nietos ante un juez horas antes de que fueran asesinados.
Respecto a la libreta roja de Gabriel que contiene pasajes sobre rituales mayas infanticidas, la acusada ha negado que esas anotaciones fueran sus delirios: «Se lo inventó todo». Ha apuntado que su pareja le leía durante horas esos textos hasta que asumió como verdad lo que relataban.
Además, ha contado que no fue al psiquiatra, aunque se lo pidió su madre, porque Gabriel era «absolutamente contrario a cualquier cosa médica». «En ningún momento me auxilió porque quería volverme loca», ha matizado.
Sentada junto a su abogada durante las tres horas que ha durado su declaración, María ha explicado que, una vez en la cárcel, fue ella quien dejo de tener comunicación con Gabriel, tras intercambiarse cartas en las que le decía que quería volver a tener hijos para que metiera las almas de los fallecidos en sus cuerpos, porque empezó a darse cuenta de que todo era mentira. «Me costó mucho asimilar que estaba enferma y el mundo en el que yo vivía no era real», ha zanjado.
El presidente del tribunal ha decidido inadmitir la declaración como testigo de la madre de Gabriel, citada en los próximos días, puesto que se encontraba presente durante la declaración de su exnuera.
Se le fue la mano y se cargo a los nenes, ahora se hace la loca para intentar no ir a prision, nada nuevo bajo el sol, es la historia mas corriente en las carceles de mujeres.