Vacunas: una criminal historia de control, rapiña y devastación
Por Luys Coleto.- Llámese FARMAFIA, exacta precisión: término proveniente de la mixtura de FARMA + MAFIA y que se refiere a una asociación con características de mafia o cartel —al más puro estilo de los llamados carteles de la droga—, que comprende, entre otros, el monopolio de grandes distribuidores, la industria global productora de fármacos y la organización mafiosa de la salud (OMS). Medicina “organizada” o complejo industrial médico/farmacéutico que deviene un fiero, extensísimo y variopinto mosaico de grupos de especial interés que ejerce una desproporcionada influencia para maximizar ganancias y perpetuar el statu quo en todos los totalitarios campos de la medicina. Y más allá de ella. Y siempre sin eludir el hecho de que, como todo, por supuesto, “Inteligencia” militar pululando en derredor.
Vacunas: dominio y destrozo de nuestros cuerpos (y almas)
Nada que ver salud con sanidad, pues. Hoy, absoluta antinomia. Insalvable contradicción. S.S. Sistema Sanitario, cabeza del monstruo. Intereses plurales, nada decentes, desde luego. Económicos y políticos, preferentemente. Poder. Patologizar a la sociedad, enfermarla. Y, más tarde, crear el “remedio”. Iatrogenia, el remedio peor que la misma enfermedad generada por ellos. O, directamente, inventada. Creas enfermos crónicos- reales o imaginarios- y te forras a su costa. Maximizar beneficios y, sobre todo, poder. Desposeídos y despojados de nuestra sacrosanta salud. Y de nuestras vidas. FARMAFIA, en ese sentido, procura una vuelta de tuerca. Vidas despojadas. Y cuerpos definitivamente expropiados.
Ante la Mega Máquina Trituradora, nos hallamos perdidos. Con su mema visión reduccionista y fragmentaria de la medicina, observa, trocea y coloniza nuestros cuerpos. Tratados como partes de una máquina estropeada o con fallos que debe ser arreglada o mejorada, incluso se debe “corregir” la muerte, su inexorabilidad, a la que una parte de la Medicina ve como una enfermedad (por lo tanto un negocio más).
El transhumanismo, siempre de fondo
Matar a la muerte es parte de la fatua ideología transhumanista, aquella que anhela “biomejorarnos” y “aumentarnos”, aquella para la que todo lo vivo dato que debe ser artificializado. Esta visión mecanicista y patológicamente narcisista de nuestros cuerpos (ya sin alma) corresponde a la lógica híper-capitalista que sólo pretende que sigamos trabajando y consumiendo para que la Gran Trituradora no se detenga. Desde luego, no aguardemos a que se vaya a la raíz del problema o de la enfermedad que es causada por la catástrofe ecológica y social del sistema tecno industrial del que forma parte inescindible el totalitario (a fuer de corruptísimo) Sistema Sanitario. La tecnociencia, configuradora del mundo, nos modela, previo vaciado. Y de paso, estructura férrea e inapelablemente la sórdida Sanidad.
Es harto sencillo de comprender, muchísimo antes del coronatimo plandémico. Es este sistema es el que nos quiere, condicionados por el miedo y las apelaciones seguridad, vacunarnos contra el inexistente virus. Tan obvio, sobre nuestros cuerpos solo debemos decidir nosotros. Ninguna pandemia – y mucho menos, la actual falsa pandemia- puede hacer que nos traguemos su bazofia química y de control social bajo la forma de vacunas o medicamentos.
La vacunación es guerra, capitalismo depredador, atroz colonialismo…
La historia de la vacunas, desde el inicio, vinculada a la historia del capitalismo industrial, imperiosa necesidad del sistema para poder seguir funcionando. Es la eterna cantinela del capitalismo. Nos substrae de una capacidad para después vendernos la solución. Necesidad de arreglar piezas (personas) para que sigan funcionando (trabajando y consumiendo) y obteniendo suculentos beneficios. El capitalismo industrial necesita expandirse, derribar fronteras, para colonizar y saquear nuevos mercados, derrocar cualquier forma de vida que no se adapte a su lógica. Explotar lejanos “recursos naturales”, mientras explota al mismo tiempo a la población de lejanos territorios.
La historia de las vacunas, pues, es también la historia de la expansión de la economía, de la guerra, del capitalismo más depredador, de la colonización de tierras no industrializadas. Rockefeller, el patriarca partidario de la impía eugenesia, a principios del siglo pasado XX, da comienzo a una serie de programas “médicos”, inspirados, cómo no, en las vacunas, para acabar con las enfermedades tropicales que contraían sus trabajadores, los funcionarios y los miembros del ejército que habían invadido determinado país.
Repito, invadido. La función de las vacunas jamás fue “mejorar” la salud sino la mejor manera de controlar a los habitantes originales del territorio colonizado, reducir la resistencia de éstos mediante vacunas y otros tóxicos medicamentos. La fundación Rockefeller descubrió que la medicina era una fuerza casi irresistible en la ocupación de los países no industrializados. Y, pasado, la mitad de la centuria, amplió el destrozo a las naciones industrializadas.