Los toros y la tauromaquia
Rafael Sanmartín.- Son cosas distintas, aunque haya quienes se empeñen en confundirlas. ¿Qué interés podían tener los dioses griegos para ordenar a Herakles el robo de los toros a Gerión? El forzudo personaje necesitaba superar aquella prueba y otras nueve para acceder al Olimpo. Vaya méritos se inventaban los “olimpiosos” dioses. Consiguieron que Herakles acabara con la vida del rey justo, amigo de sus súbditos, pero no consiguieron acabar con los toros. Ningún exaltado va a terminar con tan bello animal salvo que… ¿Salvo qué? Salvo que triunfe la intolerancia, la más grave de todas las enfermedades humanas. Que una cosa es el toro y otra la tauromaquia, hecho que, tozudamente, se niegan a comprender quienes no comprenden que terminar con el toreo sin alternativa sería terminar con el toro.
El toro es un animal noble. Imponente, pero noble. Impresionante, pero amigable, amigo del ser humano. Nadie quiere pensar, comprender que el toro sobrevive porque existe la tauromaquia. Que si se eliminara, además de acabar con un entretenimiento útil, en poco tiempo estaríamos clamando por un reducto dónde conservar una docena de animales para evitar su pérdida total. No es útil la sangre ni lo es la muerte del toro. Pero es que eso no es la esencia de la tauromaquia. Eso fue un cambio positivo que se dio a la tauromaquia hace más de doscientos años, para impedir o disminuir sufrimiento al animal. ¿A dónde conduce negarse a continuar evolucionando? ¿A quién beneficia oponerse a todo cuanto no sea el cierre, la reconversión o el derribo de las plazas de toros?.
¿Por qué cerrarse a posibles alternativas humanas? ¿Por qué tan alto nivel de intransigencia? Lo que hace perder la razón a los antitaurinos es su intolerancia, tan poco andaluza. Es negarse a reconocer que puede haber, que hay formas de mantener la tauromaquia, que lo que precisa cambio radical es la forma de materializarla. También los taurinos del siglo XVIII se oponían a un cambio radical, el que imprimió e impuso Costillares con su obsesión por disminuir el sufrimiento del toro. Entonces eran los taurinos los cerrados de mente; ahora los antitaurinos, que no cuestionan tanto el sufrimiento del animal como la existencia misma de la tauromaquia, aún cuando el animal no sufra. En el XVII-XVIII la nobleza se negaba a acabar con el lanceo, la forma más brutal y sádica de tratar a un animal. En el XXI hay gente negada a aceptar una forma de jugar con el toro que sea respetuosa con su integridad física y emocional.
Ha llegado el momento de mirar atrás. A finales del XVII para comprender que se pueden hacer cambios para mejorar, para humanizar el espectáculo. A nuestro pasado remoto para conocer esos cambios. Y hay que conocer al toro, de verdad, sin falsa defensa de sus derechos, para comprender que ha llegado el momento, no de terminar con la fiesta, sino de cambiarla por completo. El respeto a los derechos de los animales dice que es necesario un cambio, quizá más profundo que el del XVII, porque ahora no se trataría de matarlo con el menor sufrimiento posible, sino el de terminar definitivamente con todo sufrimiento y convertir la Fiesta en un divertimento, incluso para el propio animal, que disfruta y podría disfrutar más, jugando.
Para eso es necesario un radical cambio de actitud, tanto por parte de “pros” como de “antis”. Un cambio de mentalidad. Lo negativo para la fiesta y para la convivencia es la cerrazón de unos y otros. Lo nefasto para la convivencia es la media vuelta de la intolerancia, al dar la espalda y negarse a conocer lo que puede ser una alternativa válida al toreo actual y de mucho más valor, con respeto absoluto a la vida, a la integridad del toro, y no sólo eso: con participación, con colaboración voluntaria del toro que pasaría un buen rato con sus amigos. Porque para llegar a ese nivel es preciso ser amigo del toro, es necesario ganarse su confianza en el campo, dónde el toro la establece. Es necesario convivir con él desde pequeño.
Lo lamentable es la intolerancia, de naturaleza tan poco andaluza, aunque haya sido adoptada por andaluces. Es lamentable por ambas partes; pero la parte “anti”, por presumir de moderna, de “evolucionada”, ha contraído un compromiso moral e intelectual mucho mayor que el de la parte “pro”. Por eso es tan fuera de lugar la salida extemporánea, tan extraña la intolerancia de quien se niega a escuchar la menor posibilidad de existencia de una alternativa humana al toreo actual, que permita mantener la fiesta, reiteramos, no sólo sin hacer daño al animal, sino permitiéndole disfrutar.
No se puede ser progresista ni presumir de avanzado, sin mirar al pasado. Porque de él hay mucho que aprender. Unas veces lo que no se debe repetir, otras lo que se debe recuperar. Para aprender sobre tauromaquia hay que recuperar lo mucho aprovechable que tiene la tartessa fiesta del toro. Con diversión para todos. Sin sangre.
Cerrar los ojos es lo mejor para tropezar.