El feminismo y el socialismo provocaron la caída del Imperio romano y no la invasión de los bárbaros
En estos tiempos que nos han tocado vivir, en los que predominan la mediocridad, la maldad y la indigencia intelectual entre quienes nos mal-gobiernan, y que cada día que pasa se hace más urgente y necesaria una regeneración en España, es imprescindible releer a los clásicos, volver la vista atrás, no para regodearnos en la idea de que cualquier tiempo pasado fue mejor, sino para aprender de los aciertos y de los errores de nuestros ancestros.
No hay día en el que quienes nos hablan de Europa y de la “identidad europea” no hagan referencia a la enorme aportación que hicieron a Europa y al mundo los antiguos romanos, pero nunca suelen decir qué aportaron y qué ha perdurado de aquella cultura, aquella civilización que surgió de una aldea de campesinos en el territorio de la actual Italia.
Aunque muchos lo ignoren, la antigua Roma y la cultura romana estaban dominadas por una oligarquía rural, de propietarios que explotaban directamente sus propias tierras: una clase social muy distinta de la nobleza guerrera de la epopeya homérica de la antigua Grecia.
Una de las razones fundamentales por la que Roma duró siglos y siglos fue por la forma en que los romanos eran educados.
La educación romana se basaba en el “mos maiorum”, conjunto de reglas y de preceptos que el ciudadano romano, apegado a la tradición, estaba obligado a respetar. Transmitir esa tradición a los jóvenes, hacerla respetar como un ideal incuestionable, como base de toda acción y de todo pensamiento, era la tarea esencial del educador.
Al joven noble no sólo se le educa en el respeto a la tradición nacional, patrimonio común a toda Roma, sino también el respeto a las tradiciones propias de su familia de origen.
En opinión de los antiguos romanos la familia es el entorno natural en el que debe crecer y formarse el niño. Incluso en la época del imperio, cuando la instrucción colectiva en la escuela, la enseñanza institucionalizada es ya una costumbre arraigada desde mucho tiempo atrás, se siguió discutiendo acerca las ventajas y los inconvenientes de ambos sistemas.
La educación de los niños y adolescentes en la antigua Roma se producía en el ámbito familiar hasta los diecisiete años; primero, hasta los siete años, bajo la supervisión de la madre; con posterioridad, bajo la vigilancia del pater familias, a quien acompañaban en sus actividades cotidianas.
En la antigua Roma el padre era considerado como el verdadero educador; El pater familias romano se entregaba con plena implicación, al cumplimiento de su papel de educador.
A los diecisiete años, cuando el adolescente abandona los símbolos de la infancia, entre los cuales estaba la toga praetexta, blanca y bordada con una tira de púrpura y adopta la toga viril, se inicia una nueva etapa de su educación que, aunque se realiza materialmente al margen del estricto marco familiar, no escapa enteramente al mismo, ya que en la mayoría de los casos ésta se realiza junto a individuos que se encuentran relacionados con la familia por estrechos lazos de “amiciti”.
La nueva etapa comprendía claramente dos fases, en las cuales el joven romano, perteneciente al patriciado o a la incipiente nobilitas (nobleza), aprenderá los elementos fundamentales necesarios para su posterior actividad en la vida pública o en el ejército; ante todo, procederá, durante el primer año después de haber tomado la toga viril, el aprendizaje de la vida pública, conocido con el nombre de tirocinium fori (etapa de formación como ciudadano civil), que se realizaba normalmente bajo la protección y las enseñanzas de algún amigo de la familia, especialmente adecuado .
Tras esta breve introducción en el conocimiento de la vida pública, que normalmente duraba un año, el joven romano pasaba a realizar su servicio militar, el tirocinium militiae; primero, como soldado raso; pero muy pronto, en correspondencia con el status social de la familia a la que pertenecía, se integraba, bien mediante elección del pueblo o por designación del jefe del ejército, entre los tribuni militum, es decir, la oficialidad de las legiones.
Dos elementos son dignos de destacar en los contenidos que están presentes en todo este proceso educativo: la subordinación del individuo a la comunidad y el peso de la tradición; el primero de estos elementos, que implica la consagración de todo ciudadano a la civitas de la que forma parte (Roma no se liberará jamás por completo del ideal colectivo que consagra el individuo al servicio del Estado; jamás consentirá en renunciar a él, ni aun cuando la evolución de las costumbres la haya alejado de aquél; Roma volverá sus ojos con nostalgia); fenómeno que no es exclusivo del mundo romano en el periodo que tratamos, pues se trata de uno de los ingredientes fundamentales de todas las ciudades – estado en la Antigüedad. Lo peculiar, lo más característico del mundo romano es el hecho de que este idea se mantendrá o, al menos, será defendida incluso en momentos históricos en los que el tipo de ordenamiento territorial, social y económico propios de esta forma de organización, han desaparecido o casi desaparecido.
Este conservadurismo justifica el que Cicerón, a mediados del siglo I a. C., afirmara que el bien de la patria era la suprema ley (salus publica suprema lex esto) (Cic. Leg. 3.8), y años después estará presente en el intento de restauración de los viejos ideales morales que llevarán a cabo algunos emperadores siguiendo las directrices de Marco Flavio Quintiliano (originario de Calahorra, La Rioja) en el primer siglo de nuestra era.
Ésta subordinación del individuo a la comunidad, del ciudadano a la civitas, se expresa también en prácticas, de fuerte contenido religioso, ampliamente enraizadas en el mundo romano con anterioridad a la Primera Guerra Púnica.
La importancia de la tradición, como ya he mencionado con anterioridad, se expresa básicamente en el peso que posee el mos maiorum que, hará afirmar a Cicerón que la fortaleza de Roma descansa tanto en las viejas costumbres como en el vigor de sus hijos (moribus antiquis res stat Romana virisque) y se manifiesta también en el profundo conservadurismo de la religión romana, que constituye uno de los elementos fundamentales de argamasa, de cohesión de la comunidad.
Pero, además, la importancia del mos maiorum tiene otro ámbito de expresión de una importancia similar; concretamente, al peso de las tradiciones familiares, que se manifiesta en los grandes funerales, donde se hacen desfilar las imágenes de los antepasados, las oraciones fúnebres, donde se exaltaba grandeza de éstos, a la vez que la del difunto, y el propio hogar familiar, con la exposición de las imágenes, de las mascarillas de los ascestros, en el atrium de la casa.
Si observamos con atención, el contenido de aquella “antigua educación”, advertiremos, en primer lugar, un ideal moral: lo esencial es formar la conciencia del niño o del adolescente, inculcarle un sistema rígido de valores morales, de reflejos seguros, un estilo de vida. En suma, como ya se ha dicho anteriormente, este ideal es el de la ciudad antigua, hecho a base de sacrificios, privaciones y devoción, de consagración total de la persona a la comunidad, al Estado.
Cuando los antiguos romanos acaban asumiendo la cultura griega y se “helenizan”, hacen suyas su filosofía, sus costumbres (no sin reticencias y múltiples protestas “nacionalistas”) adaptan su sistema educativo a las nuevas corrientes de pensamiento y pedagógicas que les llegan de oriente. El nuevo sistema de educación romano (a partir del periodo republicano) poseerá tres niveles: enseñanza elemental (ludus litterarius), enseñanza secundaria a cargo del grammaticus, y enseñanza superior, dirigida por los retóricos.
Los romanos crearon un sistema nacional-estatal de enseñanza, una red de centros educativos en todas sus provincias, que llegaba hasta los lugares más remotos del imperio. Aunque no fueron especialmente innovadores, pues calcaron el modelo de la los griegos, mejor dicho atenienses, sí fueron ellos quienes lo divulgaron e implantaron por todos los lugares que rodean el “Mare Nostrum”, el Mediterráneo.
Los antiguos romanos consideraban, como se ha dicho y repetido a lo largo de este texto, que la educación en las primeras edades de los niños y niñas correspondía en exclusiva a la familia, y bajo la dirección y supervisión de la madre. Es decir que, no existían parvularios, centros de educación infantil.
Transcurrido el tiempo de educación en familia, hacia los siete años los niños se incorporaban a la enseñanza elemental o primaria; transcurrido el tiempo (tal como en la actualidad en España) pasaban a la secundaria y finalmente a la enseñanza superior. A la misma vez que la red estatal de centros de enseñanza, existían centros educativos privados, obviamente de pago, a los que solamente se podía permitir acceder los hijos de la gente más acomodada, de las oligarquías urbanas y rurales.
Tanto en la red de centros estatal de enseñanza, como en los centros privados, el objetivo principal era preparar a la juventud para que acabase asumiendo cargos de responsabilidad, ya fuera en la empresa privada como en la administración de la cosa pública; tanto en un ámbito como en el otro, los antiguos romanos pensaban que debían estar presentes la honestidad, la laboriosidad y la lealtad. El sistema educativo romano pretendía formar personas de orden, metódicos y enérgicos; una élite activa, emprendedora y bien educada.
Los romanos de entonces nunca perdían de vista su ideal de “ciudadanos hechos a sí mismos”, para lo cual, para progresar, tanto académicamente como profesionalmente, o en la política, eran tenidos en cuenta la capacidad y el mérito, sin olvidar el compromiso ético de servicio a sus conciudadanos.
Efectivamente, los antiguos romanos eran educados en la responsabilidad, en la justicia y en el sentido del deber… Todo lo contrario de lo que actualmente se practica en España.
En la época del Imperio los romanos, por decisión de los emperadores, crearon Universidades, la primera de ellas en Constantinopla (actual Estambul), centros de enseñanza a la vez que de investigación y experimentación.
Se puede afirmar con rotundidad que los antiguos romanos pusieron en marcha un sistema de instrucción pública equiparable a los actualmente existentes en el mundo desarrollado, y que este sistema educativo fue una de las razones de que la cultura, la civilización romana durara siglos y siglos.
Entre las muchas instituciones que heredamos de la antigua Roma está precisamente su sistema de enseñanza, que sin duda, si nos atenemos a sus resultados fue sumamente eficaz. Tal es así que todavía se sigue imitando en gran medida.
Y por ésta, y otras razones, la civilización romana superó en Europa Occidental más de un milenio de existencia (en la Oriental, sobreviviría hasta la toma de Constantinopla por los turcos).
Alguno dirá que olvido nombrar la principal aportación que los antiguos romanos nos hicieron: “El derecho romano”, por supuesto que no podemos ignorarlo, pero ése es un asunto para otro artículo.
La Civilización Romana emprendió el camino hacia el abismo desde el momento en que sus ciudadanos perdieron de vista los valores de los que he venido hablando, y abrazaron el ideal del “homo festivus”, cuando se adoptó por parte de los gobernantes la máxima de “panen et circenses”, y se condujo a los romanos a una situación de igualdad en la necedad, igualdad en la mediocridad; por supuesto, la administración del estado acabó endeudándose cada vez más, despilfarrando, provocando inflación, entrometiéndose en el mercado, recurriendo al control estatal de los precios, regalando generosamente subvenciones…, las ciudades se fueron empobreciendo, la gente productiva fue esquilmada por el estado, y como era de esperar acabó huyendo al campo, abandonando las ciudades… (¿Por qué hacer el esfuerzo de trabajar tu propia tierra cuando sus productos no pueden venderse a precios rentables, ya que el estado los distribuye casi gratis en Roma?), antes de la invasión de los “bárbaros” ya se había producido el colapso del estado, por haber aplicado durante largo tiempo políticas socialistas, por hacer que los ciudadanos llevaran una vida regalada.
Y paralelamente a todo esto, tal cual nos describe Amaury de Riencourt, en “Sexo y poder en la Historia”, “a medida que el imperio romano ganó en extensión, la sociedad romana experimentó una extraordinaria mutación con asombrosa rapidez, pasando del sano estoicismo y la simplicidad a una vida de libertinaje desenfrenado. […] La prostitución aumentó a pasos agigantados, la homosexualidad se importó de Grecia, y las mujeres se liberaron pronto de cualquier traba. No contentas con suprimir la autoridad absoluta del paterfamilias, las mujeres romanas empezaron a abandonar sus hogares para desempeñar un papel cada vez más importante en la vida política del Estado”.
“Fruto de la cultura grecorromana desequilibradamente masculina, esta rebelión feminista adoleció de un defecto decisivo: al revolverse contra la autoridad masculina y la supremacía de los valores viriles en términos estrictamente masculinos, las mujeres romanas destruyeron en definitiva los cimientos de su propia sociedad y civilización. […] Inconscientemente, las mujeres romanas destruyeron con sus propias manos sus bastiones femeninos en una sociedad patriarcal; las altivas, respetadas e influyentes madres de los primeros tiempos de la República pasaron a despreciar su función biológica primordial en la época imperial y comenzaron a competir con los hombres en términos masculinos. En ese proceso, fracasaron y no hicieron ninguna contribución significativa a la cultura romana; y al no ser capaces de restablecer el respeto por los valores específicamente femeninos contribuyeron a corromper la vida romana bajo el dominio imperial de los Césares sin lograr siquiera participar directamente en el poder político, cada vez más sujeto al influjo de las legiones y de la guardia pretoriana”.
Las similitudes entre la forma de vida del mundo occidental contemporáneo y del imperio romano en lo que respecta a decadencia son increíblemente turbadoras: la misma falta de objetivos éticos, la misma degeneración cultural y misma ausencia de creatividad, la misma brutalización, el mismo envilecimiento, la misma zafiedad y el mismo culto a la violencia sin venir a cuento. El circo romano en el que los gladiadores derramaban su sangre para la satisfacción sádica de las multitudes se sustituye ahora por el cine y la televisión, en los que el ketchup ha reemplazado a la sangre para satisfacción del mismo tipo de multitudes narcotizadas y alienadas.
Pero el psíquicamente el significado es idéntico en ambos casos.
Es más, la rebelión de las mujeres tanto entonces como ahora tiene idéntico alcance y el mismo propósito de destrucción de la civilización y de la sociedad, ya que en ambos casos las mujeres se sublevan contra el marco de referencia masculino, en lugar de desplegar un enfoque creativamente femenino respecto de cómo restablecer el poder de la mujer y su influencia, sin destruir la sociedad y dándole al componente femenino su verdadero lugar en la sociedad.
Dicen que quienes no conocen su propia historia, la Historia, están condenados a repetirla.
Que los romanos supieran la importancia de educar a los jovenes para que fuesen honrados y trabajadores explica por que no se han caido todavia los puentes que construyeron. Los romanos funcionaban pensando a largo plazo, preocupandose por las siguientes generaciones de manera efectiva y no solo de boquilla de forma falsaria e hipocrita. Los romanos pensaban en el mañana. Pero en este imperio de ahora los que mandan estan locos como cabras y creen que al planeta le quedan cuatro dias, que nos vamos a extinguir todos como los dinosaurios, viven entregados al hedonismo egocentrista mas salvaje en una… Leer más »
Está claro. Desde que las mujeres tienen derecho a voto y gobiernan, todo va de mal en peor. El papel de la mujer es esa labor silenciosa que sustenta el hogar, base de la civilización.