Reivindicando al doctor Hamer
El doctor Hamer es otro de los médicos perseguidos sin tregua, hasta el punto de inhabilitarlo y meterlo en prisión, todo ello bien aliñado con los ingredientes de la injuria y la calumnia, elementos indispensables en la cocina de este tipo de procesos. ¡Qué vergüenza siento por esta pobre humanidad corrupta!
Desde la antigüedad se sabe que nuestras emociones influyen no solo en nuestro estado de ánimo, sino en el desarrollo de dolencias y enfermedades. Ya el padre de la medicina, Hipócrates, hablaba de ello, pero parece que lo hemos medio olvidado. El propio doctor Hamer lo expresa con estas palabras: “A través de los milenios, la humanidad siempre ha estado al tanto, en grado más o menos consciente, de que todas las enfermedades en último grado tienen origen psíquico, y esto se convirtió en un patrimonio ‘científico’ anclado firmemente en el legado del conocimiento universal. La medicina moderna ha convertido a nuestro ser animado en mera bolsa llenas de fórmulas químicas”. ¡Qué razón tiene!
Ryke Geerd Hamer nació en Frisia (Alemania). Estudió medicina y teología en la Universidad de Tubinga. Tras hacer la residencia en varias clínicas universitarias alemanas y su especialización en medicina interna, empezó a ejercer en la Clínica Universitaria de Tubinga. En este tiempo desarrolló varias patentes, como un escalpelo no traumático, una mesa de masaje y una sierra especial para cirugía plástica. Después se trasladó a Italia, donde puso en práctica un proyecto médico solidario para tratar gratuitamente a personas sin recursos.
Nos vemos obligados a dar estos datos biográficos porque la propaganda en su contra ha pretendido transformarlo en una especie de vividor alucinado, poniendo en entredicho su cualificación académica para ejercer la medicina.
En 1978, tiene lugar el hecho que cambiaría su vida profesional y su futuro como médico. Su hijo Dick, mientras estaban en Italia, recibe un disparo accidental en el transcurso de una fiesta y fallece cuatro meses después. Pasado un tiempo, él y su esposa Sigrid, también médico, que habían disfrutado siempre de muy buena salud, desarrollan un cáncer. Esta circunstancia lo llevó a pensar en una posible relación entre los cánceres desarrollados y el trauma recibido a causa del inesperado fallecimiento de su hijo. No cabe duda que fue una inspiración.
Con el doctor Hamer se cumple una vez más el hecho de haber descubierto un remedio o una solución, partiendo de su propia enfermedad. En aquel momento trabajaba para el departamento de oncología de la Universidad de Múnich. Como tenía a su disposición los historiales de los pacientes con cáncer, inició una investigación y, para su sorpresa, descubrió que la mayoría de ellos habían sufrido episodios traumáticos inesperados antes de la aparición de la enfermedad.
Basándose en que todos los procesos corporales están controlados desde el cerebro, analizando los escáneres cerebrales y comparándolos con los registros médicos y psicológicos correspondientes, encontró una correlación entre el “choque” traumático y su repercusión en un determinado órgano y en el cerebro. Es decir, el recorrido del hecho y su causa. Este descubrimiento fue un hito, pues era la primera vez que la medicina del cuerpo iba más allá, penetrando en la psique, y encontraba un origen desconocido hasta entonces en un rincón del cerebro, y el papel de este como intermediario entre la psique y el órgano enfermo.
Según su tesis, cada enfermedad se origina por un trauma que nos encuentra “desprevenidos” y no sabemos o no podemos gestionar debidamente. Cuando ese momento conflictivo ocurre, impacta un área del cerebro y causa una pequeña lesión –Foco de Hamer—, que es visible en un escáner cerebral como un grupo de anillos concéntricos. Dependiendo de qué capa del cerebro recibe ese impacto, las células envían una señal bioquímica a las células del cuerpo correspondientes, provocando un tumor o la disfunción de ese órgano.
He entrecomillado “desprevenidos”, porque si conocemos lo que va a ocurrir y, de alguna manera, ya esperamos ese hecho traumático, es más fácil procesarlo sin causarnos un daño irreparable. Hamer no utiliza el término cáncer, sino que define la enfermedad como una respuesta biológica especial a una situación insólita, y asegura que una vez resuelto el conflicto, el cuerpo vuelve a la normalidad.
Es así como crea las famosas “5 leyes” y acuña la Nueva Medicina Germánica (NMG). Cuando tuvo evidencias suficientes, leyó su tesis doctoral sobre “La ley de hierro del cáncer” en la Universidad de Tubinga. Pero, sin siquiera investigar y contrastar sus hipótesis, le pidieron negar sus hallazgos. Él, seguro de lo que había comprobado científicamente, se negó a retractarse. Después fue denunciado al Colegio de Médicos y acusado de prácticas contrarias a la ortodoxia, al tiempo que se pedía la retirada de su licencia de médico. Sin embargo, sus descubrimientos fueron refrendados por miles de casos tratados en centros de salud europeos.
La guerra fue encarnizada. El Tribunal Supremo dictó sentencia favorable al doctor Hamer y se le ordenó a la Universidad a pronunciarse sobre su tesis. La ley alemana obliga a las universidades a pronunciarse sobre los trabajos de los médicos doctorados en ellas. ¡¡¡Y Hamer se había doctorado en Tubinga!!!
Hamer propone que se nombre una comisión científica que estudie su teoría y asegura que él mismo renunciará a su profesión si después de un análisis de los escáneres cerebrales que le presenten no diagnostica correctamente el tipo de cáncer que muestran, la fase en la que se encuentra la enfermedad y el tipo de conflicto psicobiológico que la ha producido. Tras nueve horas y 200 escáneres analizados, Hamer no falla en ninguno, por lo cual, ante tal evidencia, la comisión científica decide no inhabilitarle. A pesar de ello, las incongruencias no tienen final: es denunciado ante la Justicia ordinaria, los peritos fueron dimitiendo de uno en uno, y las investigaciones no continúan.
Nuestra conclusión es que no podían negar lo evidente, pero tampoco podían admitir algo que atentaba contra el gran montaje del cáncer incurable, la presión de las farmacéuticas y esas manos negras que manejan la enfermedad como la gallina de los huevos de oro.
No contentos con eso, en 1986, el juez encargado del caso decide inhabilitar transitoriamente al doctor Hamer para ejercer su profesión. Nunca más volvería a ejercer la medicina. No puedo evitar las lágrimas al escribir esto. No es de extrañar que este modus operandi del sistema frene a cualquier profesional de la medicina que ose ir un poco más allá de sus limitados protocolos en cuanto a presentar “soluciones” para curar el cáncer o cualquier otra plaga con el marchamo de incurable. El sistema solo admite cirugía, quimioterapia, radioterapia y sus pócimas abrasivas. La ciencia –en este caso la medicina—es tan dogmática que incluso está prohibido decir que el cáncer se puede curar con métodos alternativos. Seamos claros: el cáncer es un gran negocio de unos cuantos que cuenta con la complicidad y el silencio de muchas mentes sin conciencia.
En el año 1988 la certeza de la teoría/evidencia del doctor Hamer fue aceptada por el doctor Birmayer, titular de la cátedra de cancerología de la Universidad de Viena, al que siguieron otros equipos médicos y universidades de diversos países. Pero todo fue inútil. El sistema funciona como una apisonadora sobre el firme de una carretera, sin marcha atrás. Por eso es tan necesario reivindicar la ética, la conciencia y la consciencia.
Si todos estos hechos convirtieron la vida del genio Hamer en un tormento, a partir de ese momento, fue un absoluto infierno. Con él se ha cometido injusticia tras injusticia: desde el ninguneo, las acusaciones, los ataques y la falta de apoyo de sus colegas médicos, a las injurias y calumnias de los médicos pagados por sus libelos, a las denuncias y condenas en los tribunales, incluso a la falta de iniciativas para restablecer y limpiar su memoria. Como anécdota vergonzosa hay que decir que una de las sentencias lo llevó a pasar dieciocho meses en una cárcel compartiendo celda con criminales.
El creador de la Nueva Medicina Germánica ha escrito varios libros, que han sido traducidos a diferentes idiomas; ha impartido seminarios y charlas y ha sido invitado en incontables ocasiones a los platós de televisión de todo el mundo; incluso en la segunda cadena de la TVE protagonizó varios programas, cuando la censura aún no se había instaurado de manera tan feroz. Él siguió condenado hasta su muerte, sin poder ejercer la medicina. Sin embargo, cada vez hay más médicos que han adoptado su método, y alaban sus tablas como un gran hallazgo para la diagnosis. No obstante, la NMG es considerada como seudoterapia. Así se escribe la historia.
Es lamentable que el sistema castigue al público, persiguiendo a cada profesional que hace un descubrimiento de este tipo. Como ya hemos expresado, no es de extrañar que los grandes cerebros silencien sus descubrimientos por miedo a que los encarcelen. Los ejemplos son más que abundantes.
Afortunadamente, la ciencia del doctor Hamer sigue viva y se está practicando. Las ideas sobre la mente, la conciencia y la psique van permeando en la sociedad. Libros como los de Deepak Chopra y el doctor Andrew Weil contribuyen a que la medicina sea un poco más humana, sabedora de que hay cosas que no resuelve el bisturí y que la acción de la mente sobre la materia no es ninguna ocurrencia, sino realidad comprobada. La medicina debe caminar hacia la integración. En definitiva, salvo los emporios farmacéuticos, todos buscamos la salud.
En los años previos a su muerte, el 2 de julio de 2017, Hamer ha aportado al mundo una “melodía sanadora”, que equilibra el organismo y lo prepara para la autocuración.
Las tablas de Hamer son utilizadas actualmente no solo por los médicos practicantes de la Nueva Medicina Germánica, sino por los psicólogos de avanzada y los kinesiólogos de todo el mundo. Desde estas páginas queremos expresar nuestra gratitud al doctor Hamer, un mártir de nuestros días, una víctima de la dogmática y corrupta institución científica.