Globalización y futuro, dos claves para entender la nueva guerra política
Por Gerardo Garibay Camarena.- Globalización y futuro son dos elementos clave para entender la nueva lucha política, que está alejándose de las tradicionales definiciones de izquierda y derecha, mientras se reescriben las prioridades y nuestras sociedades entran en terreno inexplorado.
Y no es la primera vez.
Las líneas de batalla de los conflictos políticos son mucho más dinámicas de lo que pudiera parecer a simple vista. Pensemos por ejemplo en los últimos 500 años, donde los grandes bandos se han definido con base en aspectos tan diferentes como la religión que se profesa, la posesión o carencia de títulos nobiliarios, la posesión o carencia de tierra en propiedad, la nacionalidad o la ideología.
Ahora esas líneas están cambiando nuevamente. Las luchas entre capitalismo y socialismo, que definieron al mundo de la posguerra, quedan rebasadas mientras se dibuja un nuevo panorama cuyos matices todavía estamos descubriendo, especialmente alrededor de los conceptos de globalización y futuro, como escenarios básicos de una polémica cuya resolución definirá el resto de nuestras vidas.
¿Y quienes están en pugna? La progresía y los populares. En ambos bandos encontraremos algunas banderas y tendencias previamente identificados con la izquierda y con la derecha, pero que se están realineando en torno a nuevas realidades, prioridades y alianzas con diversos matices a lo largo del mundo.
La progresía
Es profundamente globalista. Han heredado y consolidado la arrogancia cosmopolita que caracterizó a ciertas élites europeas y americanas desde finales del siglo 19. Se consideran a sí mismos como “ciudadanos del mundo” y no se sienten particularmente vinculados a una nación en específico. Por eso en América derrumban con júbilo los monumentos a Washington o Elizabeth II.
Es intensamente tecnocrática, pues sus filas se alimentan de los altos niveles académicos y económicos. También por ello es arrogantemente optimista sobre sus propias capacidades; la progresía se lanza decidida a destruir las viejas lealtades y estructuras, porque está convencida de que su inteligencia, talento y bondad son suficientes para controlar el nuevo mundo que surja como resultado de sus diseños.
– Tiene un profundo rechazo hacia las viejas lealtades. La progresía considera a las identidades tradicionales (religiosas, nacionales, de género y de civilización) como un una cerca que los encierra y les impide el pleno desarrollo de la personalidad, que para ellos requiere la libertad absoluta para autodefinirse y modificar esa percepción tantas veces como deseen.
En otras palabras, la progresía (los woke) considera que todos los elementos de la identidad, incluso los más básicos (por ejemplo, el ser hombre o mujer) como un bien de consumo al que la persona tiene derecho para adaptar a su gusto, como lo haría con cualquier otro de los productos que compra en internet.
Esto explica, por ejemplo, la paradójica alianza progre entre las élites y quienes teóricamente buscan eliminar las “estructuras de privilegio”: Los elitistas están seguros de que en el “nuevo” mundo triunfarán (cuando menos) tanto como en este, y los otros apuestan a conseguir una posición de dominio aprovechando el río revuelto.
Tiene un profundo desprecio por las tradiciones cercanas, que considera anticuadas y aburridas, pero irónicamente brinda un aparente respeto a las tradiciones no occidentales que considera “sabias”.
En el fondo, lo que pretende la progresía es consumir esas tradiciones externas, instrumentalizándolas para diferenciarse de los pueblerinos dentro de su sociedad. Toman extractos de la cultura gitana, islámica, prehispánica, hindú, budista, etc., pero nunca se compromete plenamente con ellas; simplemente toman los rituales o símbolos y los convierten en un producto para consumir dentro de un nueva cosmovisión humanista y globalista.
La mezcla de los “valores” de la progresía da como resultado una moralidad farisaica, pero que no pretende agradar a Dios, sino fortalecer el propio estatus a través de acciones que permitan presumirle virtudes al resto del mundo, siendo la primera de ellas la de “validar” a los “grupos vulnerables” injustamente relegados por el viejo régimen.
En este punto la progresía se vuelve incluso más intensamente moralista y persecutoria que los propios fariseos de antaño, ya que los fariseos pretendían la estricta adhesión a una serie de reglas inmutables y dadas de antemano; por el contrario, la progresía pretende la estricta adhesión a una serie de reglas que se modifica constantemente.
¿A qué se debe este fenómeno? A la mezcla de optimismo, consumo y humanismo. Los progres consumen y presumen su estatus moral en una carrera cuyo liderazgo depende de mostrar el más estricto cumplimiento de los nuevos valores del nuevo mundo, que se renuevan con cada cambio de temporada, condenando a los ostracismo a quienes se quedan atrás, en un espíritu semejante al de la revolución cultural china o la revolución permanente trotskista.
En pocas palabras, quieren globalización y futuro, controladas por ellos.
Los populares
Tienen una perspectiva comparativamente más pesimista respecto al “progreso”, y por lo tanto no están dispuestos a dejarse llevar por las sirenas que cantan sobre globalización y futuro. Para ellos las cercas de las viejas identidades y lealtades no son una prisión, sino (literalmente) un muro protector que protege en su interior a un mundo previsible y comprensible.
Comparten una cierta sensibilidad conservadora con buena parte de la derecha tradicional, ya que consideran a las tradiciones como un legado valioso, por el que vale la pena luchar. No están dispuestos a abalanzarse hacia las promesas del futuro dejando todo atrás.
Les preocupa la velocidad de los cambios sociales, económicos y políticos que están ocurriendo. Voltean a su alrededor y ven un mundo cada vez más dinámico, histérico e incomprensible, ya que, a diferencia de los progres, no tienen la arrogancia de visualizarse a sí mismos como los automáticos ganadores de un nuevo entorno.
Son nacionalistas. Incluso cuando apoyan el comercio internacional, lo hacen partiendo del planteamiento de que dicho comercio debe realizarse entre naciones con estructuras, identidades y reglas del juego definidas internamente; a diferencia de la progresía que apuesta por mecanismos de gobierno global que intervengan en forma cada vez más activa en la vida interna de los países.
Ven con creciente desconfianza a las grandes corporaciones, cuya alianza con la progresía es cada vez más abierta.
Los populares consideran que los gigantes de la nueva industria, como Amazon y Google, están alimentando una nueva realidad donde concentrarán el estatus social y el poder económico que hoy todavía se encuentra relativamente disperso en núcleos locales y nacionales.
Esto implica un muy interesante punto de quiebre para la derecha, que durante décadas hizo de la confianza ciega en el sector privado uno de los pilares de su discurso. Globalización y futuro ahora provocan conflicto.
Ahora, conforme se diluyen las diferencias entre las grandes corporaciones privadas y las grandes corporaciones gubernamentales, parece acercarse un cisma: los corporativistas tecnocráticos se alinearán con la progresía, mientras que los tradicionalistas y nacionalistas se acercarán a un enfoque popular, donde encontrarán sorpresivos aliados entre una parte de la vieja izquierda.
Globalización y futuro, pilares
La progresía percibe la globalización como un proceso inevitable y deseable, que es necesario para alcanzar una paz mundial humanista, consumista y moralista. Básicamente reeditan, perfeccionándola, la visión de los utópicos y “ciudadanos del mundo”. Para ellos, el futuro es un emocionante lugar de oportunidades, un territorio que podrán dominar como bondadosos tiranos.
Los populares ven la globalización con distintos matices de desconfianza y no están dispuestos a dejarse llevar por ella a cambio de sus tradiciones, identidades y lealtades. Para ellos el futuro es un lugar de oportunidades, pero también de gravísimos peligros, especialmente el de que la automatización, la concentración de capital y la cuarta revolución industrial pongan el poder en manos de un puñado de moralistas tiranos corporativos.
¿Quién triunfará?
El rediseño de estas líneas de batalla en la lucha política es un proceso que apenas inicia. Del mismo modo, apenas comienzan a consolidarse los cambios tecnológicos y sociales que darán lugar a ese futuro automatizado y domesticado que la progresía anhela y los populares recelan, así que la moneda sigue en el aire.
Sin embargo, si algo nos dice la historia es que, al final del día, el futuro nunca se amolda a rajatabla a las visiones de ninguno de los bandos. El mundo en el que viviremos incluirá algunas cosas que los progres esperan y que los populares temen, pero también tendrá muchas otras cosas que ninguno de ellos visualiza.
Globalización y futuro están en juego, tendremos que vivir, y pelear, para ver en qué termina esta historia.