La historia se repite
Bernardo Fernández.- No quiero ser repetitivo. Estos días todos los medios de comunicación han dedicado portadas, editoriales, artículos o tertulias, para todos los gustos, sore el fiasco de la remodelación del aeropuerto de El Prat. Por lo tanto, no insistiré.
Si voy a señalar, no obstante, algunas de las muchas oportunidades que como sociedad y país hemos perdido por tener gobiernos ineficaces que, enfrascados en el monotema de la independencia, no se han ocupado de la política de las cosas. Es decir, de aquello que de verdad interesa a la ciudadanía.
Veamos pues, unos cuantos ejemplos:
Hasta mediados de 2017 Barcelona era la ciudad preferida por la mayoría de los estados de la UE para acoger la Agencia Europea del Medicamento, EMA (las siglas en inglés). La agencia tenía que dejar Londres como consecuencia del Brexit y nuestra ciudad era la más atractiva, tanto en el nivel técnico como por la calidad de vida, además contaba con un edificio formidable -la Torre Agbar- donde recalar. La EMA da cobijo a 900 altos cargos y es un negocio redondo, de altísimo valor añadido, a su alrededor.
Sin embargo, la inestabilidad social y la inseguridad política que había generado el independentismo con el 1-O, y que entonces estaba en pleno apogeo, desaconsejaron su traslado a Barcelona y finalmente fue Ámsterdam la ciudad que acabó acogiendo la sede de la Agencia.
De forma casi simultánea, más de 5.000 empresas, entre ellas algunas tan emblemáticas como La Caixa o el Banco de Sabadell empezaron a marchar de Cataluña, para instalar sus sedes centrales en lugares más tranquilos y evitar verse perjudicadas por la inestabilidad política y jurídica que aquí había generado el “procés”. A día de hoy, no ha vuelto prácticamente ninguna. Pero tampoco nadie se ha preocupado de tender la mano y hacer una oferta lo suficientemente atractiva a esas empresas para que, al menos, se planteen la posibilidad de volver.
El pasado mes de marzo el president, Pere Aragonés, con el argumento nihilista de no coincidir con el jefe del Estado, Felipe VI, no acudió a la celebración del 70 aniversario de Seat, desairando, de esa forma, a la cúpula de Volkswagen y dejando a trabajadores y ciudadanos de Cataluña sin quien debía ser su representante natural: el president del Govern.
Ahora, el infantilismo naif del Govern secesionista ha hecho que el Gobierno central suspenda la inversión de 1.700 millones de euros que el pasado, 2 de agosto, el vicepresidente de la Generalitat Jordi Puigneró y la ministra de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana, Raquel Sánchez, pactaron para la ampliación del aeropuerto del Prat.
En este contexto, cuando es más necesario que nunca destensionar la situación, no ayuda nada, sino todo lo contrario, que personajes como Laura Borras (segunda autoridad del país) digan que “el dinero que el Estado no ha querido invertir en el aeropuerto de El Prat lo invertirá en Madrid”; eso es mezquindad política, impropia de un cargo de tan altísimo nivel.
Estas son algunas de las oportunidades de crear riqueza que hemos perdido en los últimos nueve años, no las únicas, pero sí las más sonadas. Y explican en gran medida porque Madrid aporta más al PIB que Cataluña y pronto de seguir así las cosas lo hará Valencia, entonces nos sorprenderemos.
Seamos realistas: (aunque el independentismo nos quiso embaucar con el eslogan “el món ens mira”) el mundo ni nos mira ni nos espera. Así que o nos subimos al tren del desarrollo o el tren seguirá por las vías del progreso sin nosotros.
Pero volvamos al hilo conductor de esta columna: la cuestión fundamental que ha hecho descarrilar el proyecto de El Prat, ha sido el frikismo indepe. Hay que decir, también, para no pecar de sectarios que, la necesidad de que el Gobierno debe aprobar el plan de inversiones de Aena antes de que finalice este mes de septiembre, ha jugado su papel. Es evidente que sí. La entidad que preside Maurici Lucena no puede esperar a que en la Generalitat desojen la margarita. Gobernar es tomar decisiones, a veces impopulares y eso parece que Pere Aragonés no lo tiene claro.
De todas formas, observando detenidamente el paisaje político, algo me dice, que no todo está perdido, que es posible que se retomen las negociaciones y aún se esté a tiempo de recuperar la inversión. Quizás esta vez nos salve la campana. Por si acaso crucemos los dedos.