Mentiras y “tragaderas” en el contexto de la plandemia: Recordando a Salvador Freixedo
Por Pascual Uceda Piqueras.- La llegada de la plandemia y de toda su corte de miedos y mentiras ha generado un aumento del grado de conformismo ciudadano que llega a alcanzar unas cotas inimaginables. Nunca en la historia de la humanidad ha sido tan fácil para los gobernantes hacer comulgar a sus súbditos con ruedas de molino. Bien es cierto que el clima de terror inoculado en la sociedad, antes y después del comienzo de la falaz crisis sanitaria del coronavirus, ha supuesto la creación del mejor de los escenarios posibles para difundir y hacer cumplir casi cualquier cosa sin necesidad de explicarla, justificar su utilidad y mucho menos permitir que sea cuestionada o siquiera debatida. Resulta evidente que quien mueve los hilos entre bastidores ha hecho muy bien sus deberes. Circunstancia esta que ha permitido el desarrollo posterior de la farsa sin que nada ni nadie haya conseguido frenarla.
La consecuencia que ha tenido en la sociedad ese conformismo generalizado, ese desinterés del hombre por, al menos, sospechar de la veracidad de lo que le cuentan, se llega a percibir en el común a través de la nueva habilidad adquirida -discúlpese el tono sarcástico-, consistente en la capacidad de deformar el rostro en una contorsión imposible y manducar de un solo bocado lo que antes se hacía en pequeñas porciones y masticando de la manera más conveniente.
Como ya se habrán podido imaginar, no nos estamos refiriendo a una ingesta de alimentos al uso, sino a lo que en términos coloquiales se entiende por “TRAGADERAS”, que podría definirse como la nueva/vieja facultad adquirida por la especie humana para tragar, a toda costa y a pesar de la dificultad derivada del gran tamaño de la pieza a engullir, todo tipo de forraje dispensado desde los comederos del Estado. Dicho en términos más académicos: “Tendencia o inclinación de una persona a creérselo todo con gran facilidad”.
Hoy en día, y después de año y medio de restricciones de todo tipo, ya nadie parece acordarse del cuentecito del pangolín y del murciélago como origen de la enfermedad de la COVID-19 (que además fue cuestionado tanto por el presidente de EE.UU. Donald Trump como por el exdirector del CDC de EE.UU., que lo relacionó directamente con un virus quimera creado en laboratorio). Esa fue “la moto” que nos vendieron en aquel mercado asiático de Wuhan con el nombre de SARS-CoV-2. A pesar de ello y de la puerilidad de sus argumentos, la historieta fue creída a “pies juntillas”, pues había sido aceptada como verdad incuestionable por todos los organismos nacionales e internacionales y difundida por los medios de comunicación a sueldo. ¿Se imaginan hacer lo propio con la fábula de la “hormiga y la cigarra y luego atreverse a decir que la culpa del virus, que segó la vida de nuestros mayores en todo el mundo, la tienen esos endiablados insectos –o reptiles, que también existen fábulas para ellos-?
Pero este ejemplo de “tragaderas” no es el único, quizá sí el más sonoro, por ser el que inauguraba esa autopista -de peaje, claro- hacia la soñada y anunciada hasta el paroxismo “nueva subnormalidad”. Existen muchos otros comunicados oficiales, pautas de actuación y peregrinas explicaciones que nos llevan a pensar que la verdad haya sido desterrada de la órbita de las relaciones del Estado –de los dos, el superficial y el profundo, ambos en perfecta simbiosis- para con su “pueblo soberano”. Recuerden también ese “torpedo en la línea de flotación” que supuso para las élites globalistas la ilegalización del confinamiento decretado en el primer estado de alarma por parte del Tribunal constitucional. La lista de tropelías sería interminable. Lástima que no todas acaben siendo desenmascaradas, aunque no hay que perder la esperanza en esa justicia divina que más pronto que tarde acabará proyectándose sobre la humana. Porque, a pesar de las evidencias y de las sonoras “pilladas en renuncio” (acuérdense del inexistente “comité de expertos” para la “desescalada”), las cuales deberían bastar por sí mismas para hacer abrir los ojos a más de uno y de mil, no parece que la gran masa de fervientes adoradores del Estado todoprotector, seguidores de la doctrina del pinchazo per se, del tapabocas por si… y de la distancia por seis, muestren el menor deseo de reinsertarse en la sociedad de la razón; dependientes como son de su correspondiente dosis de felicidad de diseño servida puntualmente por los órganos e instituciones al servicio del poder.
No parece, pues, que sea una empresa fácil esa de reconducirse hoy por el camino del sentido común. Despertar del engaño se convierte en misión imposible cuando uno se siente a salvo en medio de ese éxtasis cuasi psicotrópico al que ha sido inducido en nombre de filantropías de “medio pelo” y futuros sulfurosos. En cualquier caso, haremos ahora un último esfuerzo en la tarea que nos hemos propuesto de tratar de hacer despertar al dormido, acortarle en lo posible el perímetro bucal y aumentarle su capacidad crítica en algún grado; y, para ello, echaremos mano de una de las personas que más y mejor ha luchado por devolver al género humano lo que siempre le ha pertenecido y nunca debería haberle sido arrebatado: su libertad. Porque nos estamos refiriendo al siempre recordado Salvador Freixedo, en el segundo aniversario de su partida.
Teólogo y jesuita, ovnílogo y escritor, su obra constituye uno de los ejemplos más importantes en nuestra época contemporánea de la fusión de las dos corrientes de pensamiento (ortodoxia y heterodoxia) por las que siempre ha transitado el saber humano. Su compromiso con la Verdad le llevó a abandonar la Orden jesuita, donde sirvió cerca de treinta años, para dedicarse a la búsqueda de respuestas a los múltiples interrogantes que rodean a la vida del hombre sobre la tierra y a su relación con una “divinidad” que se muestra menos divina que terrestre. De resultas de su ingente trabajo de investigación fue compilándose una extensa obra escrita, en cuya cima se sitúa La granja humana, obra que hoy está más de actualidad que nunca, en cuanto a la intención que se muestra de abrir los ojos a una realidad que dista mucho de la película de Walt Disney con la que las élites nos tienen entretenidos.
En resumen, Freixedo llama la atención en su obra sobre la necesidad que tiene el hombre contemporáneo de abrir los ojos y liberarse del engaño al que está siendo sometido por las élites que nos gobiernan: “Mientras la mayor parte de los hombres procedan como borregos, acudiendo en manada a ver y oír a sus ‘líderes’ políticos, deportivos, artistas o religiosos, y sientan entusiasmos patrióticos al ver desfilar a falanges de robots con un arma al hombro o gocen en juntarse como rebaños en estadios o en catedrales para ver espectáculos o para recibir bendiciones, será señal de que la humanidad aún no ha superado su etapa infantil”.
En relación ahora al tema que nos ocupa de las mentiras con las que se vale el poder de turno para someter a las masas a través de los medios de comunicación a sueldo, Freixedo se hace eco, en otra de sus obras (Teovnilogía, 2012), del discurso que pronunció un famoso periodista americano (John Swinton,1880) con motivo de un homenaje en su honor. Según se recoge en un momento de su intervención: “El trabajo de los periodistas es destruir la verdad, es mentir descaradamente, es pervertir, es vilipendiar, es adular a los que tienen el dinero y es vender a su patria y a su raza para ganarse el pan. Ustedes lo saben igual que yo”.
Aunque siempre hay excepciones, la tónica general es la descrita por Swinton hace más de un siglo. Freixedo concluye con la siguiente afirmación: “Y paralelo a ello está el borreguismo de los ciudadanos de los países desarrollados que, engañados por los grandes medios de comunicación y especialmente entontecidos por la televisión, engordan más o menos satisfechos con su nivel de vida y con la paja endulzada con que las pantallas de televisión alimentan a diario su cerebro”.
Ahora dejaremos en manos del lector, de ambos, del crítico y del sumiso, la tarea de creer abiertamente el torrente de información con el que es bombardeado desde todos los medios afectos al poder o, por el contrario, decide rebelarse contra la tiranía de estos tiempos distópicos empuñando su arma más preciada: su inteligencia. Como vemos, su obra está hoy más de actualidad que nunca.
*Filólogo, escritor, especialista en Cervantes
Ciertamente vivimos en la Matrix de los genocidas Rothschild and Co.
Sigue al Conejo Blanco:
https://www.alertadigital.com/
https://www.youtube.com/channel/UCKkK0SilgGWZVUIpjJV8aSw/videos
muy grande Freixedo, lo conoci y me dijo utiliza siempre tu inteligencia
Y decir la verdad además puede costarte caro, que se lo digan a los pocos que osan contradecir al monstruo que lleva fagocitando verdades desde 1945 y convirtiéndolas en un muñeco tentetieso a base de darle golpes repetidamente hasta amoldarlo a sus usureros intereses…
Cuando no tienes nada que perder salvo la vida y perderla no te importa decir la verdad sale completamente gratis, siempre, everytime que dicen los yanquis