La destructividad de la izquierda
¿Cuál puede ser la explicación de que las izquierdas en España son siempre más destructivas e irresponsables que en otros países occidentales? El fenómeno viene durando dos siglos. Es la pregunta que hacían algunos de los editorialistas más consecuentes de España en la primavera de 1936.
La cuestión de los visigodos es esencial, desde luego, y tratarla como asunto marginal e incluso “no español”, como a menudo se ha hecho, deforma por completo la visión de conjunto de la historia de España. De la periodización propuesta en sustitución de la nomenclatura tradicional (edades Antigua, Media, Moderna y Contemporánea) ya he hablado en otras ocasiones. Sobre el carácter destructivo de nuestra izquierda, causa muy principal de las convulsiones y el estancamiento de España en los últimos dos siglos, harán falta estudios críticos más detallados.
El problema lo exponía implícita pero claramente El Sol al terminarse el año 1935, en medio de una crispación social exacerbada:
Los españoles vamos camino de que nada nos sea común, ni la idea de patria, ni el régimen ni las inquietudes de fuera ni de dentro, y mucho menos los postulados de convivencia nacional que fueron la aurora de esperanza que precedió al advenimiento de la República.
Cuando no queda nada común entre vastos sectores de la sociedad, esta se descompone. Y ocurría así porque los izquierdistas tenían una idea muy negativa de España, describían a las derechas con una carga desmesurada de odio y se inclinaban a creer en soluciones drásticas y utopías. Así se entienden los “¡Muera España!” de la época, o que el grito contrario fuera objeto de sospecha y animadversión. A ese ambiente corresponden expresiones como las de la socialista Margarita Nelken burlándose de quienes llamaban a la guerra civil “lucha entre hermanos”, o de la anarquista Federica Montseny negando cualquier contienda fratricida, pues entre los suyos y las derechas había más diferencias que las pudiera haber entre los humanos y los marcianos. Cabría exponer bastantes ejemplos anteriores, porque en la II República y el Frente Popular culminaron procesos mucho más antiguos.
Las izquierdas han solido explicar sus actitudes pretendiendo que la derecha hispana solo representaba a los financieros, los terratenientes, los obispos y los generales, una oligarquía culpable de todos los males e incomparablemente más cruel, brutal y opresiva que cualesquiera otras derechas europeas. Pero no es que llegaran a tales ideas a partir de hechos reales, sino que partían de esas ideas para interpretar los hechos, falseándolos o exagerándolos sin cuento: así ocurría con motivo de los juicios por atentados anarquistas, de la Ferrerada, de la “represión de Asturias”, etc., con sus tremendas campañas de opinión creadoras de estereotipos perdurables. La derecha española constituía el máximo de la “reacción”, del “fanatismo inquisitorial”, del “oscurantismo”, de la “tortura y avidez de sangre”. A su vez, las mentiras y calumnias quedaban justificadas como una buena arma para movilizar contra opresores tan desalmados al “pueblo trabajador”, al cual decían representar las osadas izquierdas. Tópicos con escaso fundamento, pero efectivos también en Europa, donde tales campañas revivían la Leyenda Negra.
Una causa fundamental de esas conductas radica, creo, en la precaria sustancia intelectual de nuestra izquierda, la cual no ha producido un solo pensador relevante ni ha sabido adaptar las ideas recibidas de fuera a las circunstancias concretas de España. Ha vivido de tópicos simples. Uno de ellos, la lamentación por no haberse realizado aquí una “revolución burguesa” modelada sobre la de Francia. Descendiendo todavía un escalón hacia la simpleza, encontraba en la Iglesia la raíz de los males pasados y presentes: solo en ese punto coincidían todas las corrientes izquierdistas, muy enfrentadas entre sí en los demás aspectos. Y sigue ocurriendo hoy mismo, cuando al ataque exterminador anticristiano ha sido sustituido por tácticas de asfixia administrativa.
En cuanto a la aversión a España, su raíz más honda parte, a mi juicio, de la inmensa influencia de Bartolomé de las Casas: los crímenes alucinantes (según dicho fraile) en América expresarían el incomparable fanatismo, codicia y ferocidad de los españoles de la época, asimilados a los de las derechas posteriores, las cuales seguirían portándose de igual modo en el XX, particularmente al sentir amenazados sus injustos privilegios por los partidos del pueblo: tal sería la explicación de la guerra civil del 36.
La izquierda española tiene, así, rasgos distintos de otras izquierdas europeas. “España es diferente”, evidencia trivial, pues un rasgo de la civilización europea es la profunda diferenciación entre sus naciones. El tema requiere mayor estudio, ya digo, pero aventuraré una hipótesis: esa destructividad izquierdista tiene alguna relación con la pérdida de vitalidad intelectual de la Iglesia española desde mediados del siglo XVII, su inclinación a un acartonamiento ritualista y formalista. La izquierda recogería, aumentado, ese acartonamiento intelectual combinado con esperanzas mesiánicas, cuya base religiosa parece también argumentable.
A pesar de la “leyenda negra”, España es hoy el país con menos delitos de sangre del mundo. Me enteré de este hecho gracias a Radio María, don Pío, en su programa del viernes por la noche llamado “libertad a los cautivos”. En cuanto a la destructividad de la izquierda, no se puede negar que los complejos de la derecha también han ayudado a la imagen desfavorable de nuestra querida España. Por cierto, mucho daño ha hecho a España Américo Castro, ensayista fantasioso a quien demolió Don Claudio Sánchez Albornoz. A pesar de ello, el vulgo opinante sigue creyendo los… Leer más »