Muere el torero Jaime Ostos a los 90 años tras sufrir un infarto durante un viaje en Colombia
El torero Jaime Ostos muere en Bogotá durante unas vacaciones con su familia. Ostos fallece a los 90 años a causa de un infarto mientras se encontraba en casa de unos amigos con su mujer y su hijo Jacobo.
El diestro, que había superado el coronavirus y otras dolencias de gravedad, fallecía esta mañana. La familia de Ostos y su mujer, la doctora Mariángeles Grajal, había viajado hace unos días a Colombia para celebrar allí las fiestas navideñas.
Jacobo Ostos, hijo del torero, agradece las muestras de cariño recibidas y asegura que: «mi padre ha muerto como quería, con sus amigos, bailando y disfrutando de la vida, de su mujer y de su gente», tal como recoge el diario ABC. Está previsto que en las próximas horas se produzca la repatriación de los restos mortales.
El diestro de las 25 cornadas
Muy maltratado por los toros –llegaron a darle la extremaunción en 1963 tras una cornada en Tarazona–, destacó por su arrojo y casta. Maestro de la técnica y hábil con la muleta, fue un entregado en el coso, siempre bordeando el filo del asta, lo que le costó muchas cogidas. No por casualidad algunos le llamaban el matador de las 25 cornadas. Otros ‘Corazón de León’. Uno de los peores tragos de su vida fue la covid, una enfermedad que le dejó en los huesos y con un peso de 45 kilos.
En 1956 tomó la alternativa en Zaragoza junto con su paisano Bartolomé Jiménez Torres, con el que mantuvo una enconada rivalidad en los ruedos. A tal punto llegó el antagonismo que Écija se dividió en dos bandos: «jaimistas« y «bartolistas». La ceremonia tuvo lugar en la Feria del Pilar de Zaragoza de manos de Litri y en presencia de Antonio Ordóñez, con toros de Urquijo.
Escaló la cúspide del escalafón en 1959 y 1962. No se dejaba vencer en buena lid. Cuenta Jean Cau, escritor y secretario de Jean Paul Sartre, lo que espetaba a los otros matadores, antes del paseíllo: «Si hay alguien que quiera seguirme, le advierto que aquí estoy yo. ¡Hoy voy a cortar orejas!»
Vivió de cerca la rivalidad de Luis Miguel y Antonio Ordóñez. «Eran muy diferentes. Luis Miguel era más poderoso, muy humano; tenía gran presencia y personalidad. Antonio Ordóñez era más artista pero, si un toro no le gustaba, no sabía disimularlo».
Amigo de Ernest Hemingway, el novelista le dijo una vez que se hubiera sentido un hombre completo si hubiera salido a hombros por la Puerta de Príncipe. «Otra vez, en Pamplona, me contó que iba a correr el encierro y acabó yéndose a beber una botella de vino… Sentía debilidad por Ordóñez».
Se hizo acompañar de una formidable cuadrilla, formada por los banderilleros El Vito, Luis González y Pepe Blanco; y los picadores Curro Toro y Cipriano Velázquez. Se jactaba de que el que menos estuvo con él duro 23 temporadas.
Cinco litros de sangre
Sufrió una gravísima cornada en Tarazona de Aragón, el 17 de julio de 1963. Perdió más de cinco litros de sangre y fue operado a vida o muerte. Al citar al natural, el fuerte viento le levantó la muleta, dejándole al descubierto. El toro le metió una cornada en seco, en el bajo vientre. Cuentas las crónicas de entonces que Ángel Peralta intentó detener la salida de la sangre con una sábana, mientras doscientas personas hacían cola delante de la enfermería para donar sangre. Estaba exangüe. Su tensión llegó a ser de 1,8. «Yo oía a través de la puerta de mi habitación la conversación de los médicos, que no me daban esperanzas de vida… Cuando empecé a mejorar, tenía un noventa por ciento de posibilidades de perder la pierna. Fue muy fuerte», contó en una entrevista a Andrés Amorós.
Se enorgullecía de no haber usado jamás la espada de mentira, ni en los tentaderos. «Una vez, en El Puerto, sufrí una herida en un dedo y Antonio Ordóñez me dio su espada de madera. En el primer muletazo, el toro, en un derrote, la rompió: yo no sabía usarla, no estaba acostumbrado».
Ostos nunca perdió el calor y su autenticidad ante el toro, pero con aquel ‘Nevado’ de Tarazona, que le partió la iliaca y a punto estuvo de robarle la vida, vio las arrugas a la muerte. Ese ‘Nevado’, así se llamaba el toro, lo recordará toda su vida. «Floté en un mundo de nubes de diferentes colores que jamás he visto en la realidad: ni en pintura, ni en el campo, ni en el cielo. Unos fosforescentes muy vivos, mezclados con una luz muy fuerte», relataba a Luis Nieto en su ‘Anecdotario taurino’.