¿Qué más nos puede pasar?
Después de la crisis financiera de la década pasada y del parón económico motivado por el coronavirus chino, se asoma una forma de agonía por cortesía de Vladímir Putin y sus ansias imperialistas. La ocupación militar de Ucrania está despertando los peores augurios que creíamos dormidos después de remontar dos crisis consecutivas: el panorama es tembloroso.
A Rusia se le puede enfrentar un ejército, cosa que la OTAN no está dispuesta a hacer, o se le puede sancionar económicamente, además de maldecirla, unos a todo pulmón, otros con la boca chica. Las famosas sanciones económicas que se anuncian con trompetería justiciera pueden, efectivamente, tocar el PIB ruso, pero comportan indeseables efectos boomerang sobre los países de Occidente en su conjunto. Rusia basa su potente economía, entre otras cosas, en la exportación de materias primas: cobre, gas, petróleo, aluminio. Es el primer exportador de trigo, y el primer productor de fertilizantes. Una mengua de todos estos elementos se traduce, inevitablemente, en una crisis para los bienes de consumo que de ellos dependen, que son muchos. Pensemos en el gas: el mercado enloquece por horas ya que Rusia puede no ser el primer productor -lo es EE.UU.- pero sí el primer exportador. Si su suministro desciende, los norteamericanos no pueden responder a la demanda, y los precios enloquecen, como de hecho está ocurriendo ahora mismo. En lo que tarde usted en leer este artículo el gas puede haber subido diez céntimos de euro, con todo lo que ello supone para el mercado energético. Indudablemente eso conlleva un alza de la energía que, unido a la subida de los carburantes, dispara la inflación, esa que todos decíamos que iba a ser temporal, circunstancial, sin más recorrido que la primavera y tal y tal. Funcas acaba de advertir que dos puntos añadidos van a resultar inevitables, lo cual pone la recuperación económica en un brete muy delicado.
A un país cualquiera no le hace falta ir a la guerra para que ésta le desequilibre toda su economía. Lo que parece un conflicto nacido de la vocación expansionista e imperialista de Putin y que podría ceñirse al territorio con visos de ser ocupado, o sea Ucrania, es un maremoto de consecuencias dramáticas: desde el comienzo de las hostilidades la Bolsa ha caído en la misma proporción en la que crecen los valores refugio, léase el oro. Aunque mañana Ucrania se rinda y diga hasta aquí hemos llegado, llévate lo que quieras, las consecuencias son devastadoras en todos los sistemas industriales dependientes de las materias primas rusas y adyacentes. La gasolina lleva siete semanas subiendo -llenar su depósito cuesta 23 euros más que hace un año- y una inestabilidad provocada por un conflicto armado puede ser más duradera que el propio intercambio de petardos. Imaginen la economía española, sostenida por alfileres del BCE, abocada a un déficit tozudo por merced de sus gobernantes, con una inflación reconocida del 6% y con un panorama como el descrito, en el que todo va a costarle más al productor y al consumidor… ¿Qué más nos puede pasar?