Ucrania
La historia reciente de Ucrania en los últimos noventa años hay que verla bajo un común denominador: la agresión. No sólo la reciente, protagonizada por Vladimir Putin, que no Rusia, aunque las últimas noticias que tenemos dicen que un porcentaje muy cercano al 85% de la población rusa es favorable a ella. En este caso, como en el de cualquier dictadura, la de Putin lo es, las encuestas que allí se hacen hay que cogerlas con pinzas. Pero vayamos a la historia, en ella encontramos tres casos lo suficientemente graves como para quedar grabados a fuego en el alma del ciudadano ucraniano, contando con la actual invasión de su vecina Rusia.
Cronológicamente el primero de ellos sucedió a principio de los años treinta, se trata del Holodomor. Comenzó en la primavera del año 1932, y duró dos años, más o menos. Holodomor significa -matar de hambre-, o -muerte por inanición-, dependiendo del traductor. La causa fue el temor patológico del dictador Iósif Stalin a perder el poder. El dictador comunista temía un levantamiento debido al descontento generalizado de la población ucraniana, más próxima al esclavismo que al paraíso social comunista que los bolcheviques les habían prometido en un principio. El régimen soviético, en su paranoia habitual, creía también que la población escaparía a su yugo, dejando abandonados los campos y con ello cercenando el suministro de grano al resto de la población soviética. Stalin ordenó al ejército que bloquease las fronteras de la región ucraniana dejando dentro a la población. A partir de ese momento ordenó formar grupos y brigadas de milicianos y militares, que bajo el mando de comisarios políticos fueron de puerta en puerta de las casas de los campesinos decomisando todo el grano que hallaron, incluyendo el grano que se usa para la siembra. Sin grano que sembrar, la hambruna estaba asegurada. Era una sentencia a muerte, sin balas y sin ajusticiamientos, el final sería el mismo.
De esa forma tan despótica y cruel dejó a la población de Ucrania sin recursos y sin su alimento básico: el pan. No sólo se llevaron el grano, también los animales de labranza, cerdos y aves de corral, matando y quemando los que no se pudieron llevar. La hambruna llegó pronto, los primeros en morir fueron los más débiles, niños, ancianos y enfermos. Los casos de canibalismo no tardaron en aparecer, y con ello los puestos de venta de carne humana en los desabastecidos y herrumbrosos mercados callejeros, de los cuales hay abundante material fotográfico. Como resultado murieron varios millones de ucranianos, las cifras de muertos oscilan entre los cuatro y los seis millones, algún historiador llega a los diez. Los datos más fiables superan los cinco. Un último dato: la intelectualidad comunista, tan fiable como siempre, llegó a negar que hubiera sucedido tal hecatombe.
El segundo caso ocurrió tan solo unos años después. Los ucranianos no habían olvidado el reciente pasado, el odio al amo bolchevique estaba tatuado a fuego en sus memorias, muchos no lo olvidarían hasta su muerte, sus descendientes tampoco. El 22 de junio de 1941 la Wehrmacht empezó la invasión de Rusia. Ucrania era y sigue siendo tierra de llanuras inmensas, mares verdes cuando la espiga aún no ha amarilleado. Terreno propicio para el rápido movimiento de los blindados. La región ucraniana fue pronto ocupada, aunque no en su totalidad. Detrás de la Wehrmacht, en los territorios ya ocupados, se fueron posicionando las SS, y con ellas el Grupo C de las Einsatzgrüppen. Esta unidad, como sus compañeras, iban comisionadas por Himmler para llevar a cabo acciones de limpieza étnica, en este caso de ciudadanos judíos. No me extenderé más de lo necesario.
A las afueras de Kiev hay un lugar que se llama Babi Yar. Se trata de un pequeño barranco, aun existe hoy día. En él hay un monumento sobrecogedor dedicado a todas las personas que allí fueron asesinadas. Entre el día 29 y 30 de septiembre de 1941, en ese pequeño espacio de tiempo, fueron acribilladas por los pelotones nazis más de 30.000 personas de origen judío. Posteriormente se llegó a los 200.000 los asesinados en ese mismo lugar y alrededores. Esta matanza se produjo bajo el mando de Kurt Eberhard, gobernador nazi de la zona, el jefe del grupo C de las Einsatzgrüppen, Otto Rasch, y el que estuvo sobre el terreno supervisando las matanzas de Babi Yar, Paul Blobel.
Los ucranianos recibieron con vítores y flores a los soldados alemanes, hartos de soportar al régimen que les había matado de hambre años atrás. No tardaron en comprobar que al yugo comunista le sucedió el dogal nazi. La historia es cruda, a veces demasiado. Al final de la guerra el triunfo de los comunistas volvió a sumir al pueblo ucraniano en una larga noche, fría y desangelada oscuridad. El ciudadano ucraniano volvió a sufrir en sus carnes el zarpazo del totalitarismo. En su reciente memoria sólo hay un color, el rojo, los apellidos de ese color son la sangre y una bandera odiada.
El tercer caso está ocurriendo hoy mismo. Ucrania ha sido invadida otra vez, ésta vez por su vecina Rusia. Desde el final de la II Guerra Mundial las guerras han cambiado mucho tecnológicamente. Pero hay algo que permanece intacto, como si no hubiese pasado el tiempo. Me refiero a cómo mueren los que no luchan en el frente, los que soportan todas las penalidades inherentes a un enfrentamiento armado: la población civil. Siempre son los mismos los que la sufren de la peor manera, los mismos que se refugian en sus casas, antes de troncos y ramas, ahora de hierro y cemento. Antes se las incendiaban, ahora se las arrasan desde 50 o 500 kilómetros. Antes oían el zumbido de las bombas al caer sobre ellos, ahora se enteran cuando la deflagración les arrancan miembros y vísceras, sin haber oído como llega el misil. Las guerras modernas se empiezan a ganar desde el aire, y se terminan cuando la infantería ocupa el último reducto donde se esconde el soldado enemigo. La mayoría de las veces ese reducto, escondrijo o agujero está ocupado por un anciano, una mujer y un niño. El resultado siempre es el mismo: se les levanta la tapa de los sesos con una ráfaga de fusil.
En esta guerra se está alcanzando el clímax de la depravación. En pleno año 2022 creíamos que el ser humano había dejado anclado en el pasado ciertos comportamientos. A la vista está que no. Ambos bandos se conocen: unos han sufrido a otros, otros han sido lanzados por uno, diciéndoles que su misión era salvar a otros, que a su vez son armados y lanzados por uno contra esos unos, en una espiral de odio que nunca tendrá fin.
En esta guerra el odio juega un papel esencial, es el común denominador, es el término sin el cual la ecuación no se entiende. Ayer vi un video donde un grupo de ucranianos asesinó a un grupo de soldados rusos tumbados boca abajo, tan indefensos y aterrados como la mujer que acaba de ser violada y mira incrédula el cañón del fusil ametrallador desde donde saldrá su muerte. Nadie tiene derecho a arrasar tu vivienda, el fruto de tu trabajo de años, el lugar donde guardas los recuerdos de toda tu vida, las fotos de tus mayores, tu ropa, tus medicinas y tu cama, no, nadie se puede tomar ese derecho. Ni tan siquiera justificar el motivo por el que lo hace. En una guerra pierden todos, menos los cobardes que las propician, alientan y provocan.
Resumir en unas pocas líneas lo que es una guerra es imposible. Hacer que se comprendan los motivos, también. Lo sencillo es mentir, engañar y prostituir la verdad.
En muchos países de la antigua órbita rusa hemos visto hinchadas de equipos de futbol con símbolos nazis, sabiendo que sus propios países fueron invadidos por los nazis, y masacrados por ellos, cuesta entenderlo. Sin embargo es una pregunta que sólo a ellos les corresponde contestar. Muchos jóvenes, incluso aquí en España, exhiben esos signos, cruces gamadas y esvásticas, sin saber que significaron y quienes las llevaban. Lo mismo ocurre con la bandera de la hoz y el martillo, sin saber que detrás de esos símbolos hay más de 120 millones de muertos, más del doble de los que produjo el nazismo.
Que la política es el arte de engañar al pueblo no es solo una frase resultona, es totalmente cierta. Cuando termine la guerra sólo habrá un claro perdedor: el pueblo, tanto el ucraniano como el ruso. Los que se lucran con la sangre de miles de jóvenes seguirán preparando la próxima guerra, que a nadie le quepa duda.
Erich María Remarque en su libro “Sin novedad en el frente” describe magistralmente lo que es una guerra, cómo se desarrolla y lo que deja atrás cuando termina. El problema de hoy día es uno muy claro: nadie coge un libro, y si lo hace no lo lee.
Homologar las dos primeras matanzas (Holodomor y la matanza de judíos en septiembre de 1941) con lo que está pasando actualmente en Ucrania es tendencioso, arbitrario e injusto. El autor del artículo no dice nada de los antecedentes que explican lo que ahora sucede en Ucrania. Ucrania en los últimos años ha cometido innumerables matanzas en las regiones del Donetsk y Lugansk sobre la población prorrusa; miles de ucranianos de estas regiones han tenido que huir a Rusia para salvar sus vidas, el ejército ucraniano a bombardeado ciudades y centros públicos por lo que han muerto miles de ciudadanos y esto… Leer más »
Lapsus: en la séptima línea debe decir “ha bombardeado”.