Extrema indignidad
El odio, en todas sus formas, es un sentimiento que en mi modo de pensar debe ser íntimo, no conviene decirlo, ni mucho menos escribirlo, pues queda huella, permanece en el tiempo, y se puede volver en contra de uno mismo. La ley lo castiga, argumento suficiente para no exteriorizarlo, ni en público ni en privado. Ahora bien, existe otro sentimiento como el desprecio. Que sepamos no es delito, se puede escribir, hablar e incluso decir a quien se desprecia, sin que nadie te venga a culpabilizar por ello. Así pues, el odio se puede pensar y el desprecio se puede decir, o escribir. Hecha esta aclaración, puedo escribir que el sentimiento que me produce la prensa de la extrema izquierda es de profundo desprecio, la razón es la siguiente.
¿Hasta cuándo la prensa de extrema izquierda, y sus apéndices ideológicos, van a estar tratando de criminalizar a los referentes de la derecha, y con ellos a sus votantes? La respuesta es tan sencilla como demoledora, hasta que se les haga frente de manera y forma contundente. O dicho de otra forma menos aparatosa pero idéntica: hasta que tengamos el coraje y el valor de plantarles cara y usemos sus mismas formas. En mi opinión, y la de millones de españoles es que poner indefinidamente la otra mejilla, no es una buena opción. Se trata de defender nuestros ideales, nuestras ideas y nuestra forma de vivir, no de amoldarnos a las de la extrema izquierda socialista o a la de sus primos hermanos de ideología, la ultraizquierda comunista. Empezar por darles el mismo trato que nos dispensan ellos, es el primer paso.
Esta anomalía democrática sólo se da en aquellos países donde la prensa es retorcida a modo y forma del que lo alienta, lo permite, y lo subvenciona, o sea, el actual gobierno. En la historia reciente ningún gobierno democrático ha llegado a tener la mayoría de los medios de comunicación: prensa, radio y televisión a su servicio. En España es diferente, basta echar un ligero vistazo al panorama actual para darse cuenta del lodazal putrefacto en el que se han convertido esos medios, y con ellos los periodistas que tienen en nómina. El principal mandamiento de un medio de comunicación, que se considere libre decente e independiente, es informar puntual y verazmente de todo lo que ocurre a su alrededor. En España, no. Aquí no se informa para que el lector, oyente o televidente saque sus propias conclusiones, aquí lo que hacen esos medios es formar opinión, adoctrinar, y señalar criminalizando a todos aquellos que no entran en su maquiavélica forma de entender la democracia, su “democracia”.
Todo medio tiene derecho a tener su línea editorial, faltaría más, pero no por ello tiene que tergiversar las noticias, enmascarar la realidad o teñir con su color o el de que le subvenciona la verdad de lo que realmente ocurre. Emular a La Pravda de Vladimir Lenin o al Der Stürmer de Julios Streicher, forma parte de la historia de la propaganda política más abyecta y miserable, pero para esta extrema izquierda el método sigue siendo válido y vigente. Han remozado y renovado el método, pero los fines que persiguen son los mismos, hacer de esta sociedad una granja de mentes estabuladas, esclavizadas y subvencionadas con las migajas que le sobran a la nomenklatura del nuevo orden. El método soviético, pero corregido y aumentado.
Esta anomalía es más propia en dictaduras, satrapías o países donde la opinión la dicta el que manda, en nuestro caso, el que ordena. Cuando a la prensa se la subvenciona, la opinión de los subvencionados pasa de ser objetiva a subjetiva, o más claro, pasa de informar a deformar los asuntos a su antojo, siempre a medida del que les paga.
Resulta “conmovedor” ver y oír a los paniaguados y correveidiles que envían esos medios a las tertulias, verlos hablar sobre lo que casi siempre ignoran, e incluso debatir sobre lo que no saben. Son los nuevos profetas de la nueva normalidad, algo que nadie entiende, pero de lo que viven muy bien los golfos que han visto en esa patraña la oportunidad de medrar y enriquecerse a costa de los borregazos que pagan los impuestos, o sea, nosotros.
Asistimos como zombis al grotesco espectáculo de ver cómo se afanan en meter a martillazos los argumentos del que les paga. Para ello no dudan en mentir, difamar y acusar al contrario, generalmente sin pruebas, o más bien con montajes. Siempre hablan de oído, aunque éste lo tengan en la bragueta. Sus razonamientos están a la altura del estómago, sobre todo cuando aún no han cobrado la soldada. Las explicaciones cuando no saben darlas, las defecan vía oral, enmerdando el debate para ocultar su indigencia moral. La táctica del calamar, pero corregida y aumentada.
En sus aquelarres televisivos y radiofónicos la verdad les da lo mismo, siempre cuentan con el flotador de turno, una especie de comisario político especializado en cortar el hilo del contrario, dejando que el chequista de turno interrumpa constantemente a su contrario, o cortando su argumento dando paso a la publicidad, o conectando con el manguta de turno para dar la primicia de la enésima gilipollez de su amo y señor, el que les paga. Nos hemos acostumbrado tanto, que ya no nos produce sonrojo, más bien asco. Es un hecho incontrovertible, claro y diáfano: esta especie de pajarracos convierten en normal lo abracadabrante, en cotidiano lo cochambroso, y en habitual lo esperpéntico. Todo a mayor gloria de un sujeto que ha tomado al estado como su cortijo particular, cortijo en el que el populacho paga todo lo de todos, sin derecho a protestar. Este periodismo de diseño es muy viejo, tanto o más que su apolillado y maltrecho ideario. Por su peste a naftalina les reconoceréis.
Han hecho un uso tan obsceno de decenas de palabras, que a base de repetirlas las han vaciado de contenido. A esta pléyade de nuevos “goebbelitos” no les frena nada, ni de momento nadie, ni la abundante fonoteca ni la enorme hemeroteca ni la extensa videoteca que existe sobre su jefe y los embustes que dejó grabados. Esta especie de ungulados con pluma ha perdido la facultad de pensar, la de discernir entre lo malo y lo peor, pero sobre todo la de mirarse en el espejo de la honradez, y cuando lo han hecho, no han visto nada ni a nadie.
La patraña de ayer queda derogada por la de hoy. Continuamente tienen que estar defendiendo lo que no tiene defensa, ese es su calvario y penitencia, para eso cobran. Niegan lo obvio, y hasta en sus anteriores argumentos se contradicen a sí mismos. Cuando el déspota da una consigna, a los cinco minutos todas sus terminales mediáticas a golpe de cornetín lo pregonan urbi et orbi. Todo un ejército de prestidigitadores de la palabra, funambulistas del teclado y payasos del micro, atronarán y vociferarán desde sus púlpitos la buena nueva. Nos agreden en nuestras propias casas con sus gestos, diatribas y amenazas, dejándonos inermes ante la verborrea del mazámpulas de turno.
Nos insultan, llamándonos ultraderechistas si votamos a VOX, rancios y carcas si lo hacemos al PP, o fascistas y nazis a todos a la vez cuando no tragamos su basura. Se autodenominan progresistas, cuando en realidad sus argumentos doctrinarios tienen más de cien años. Son escoria anclada en los albores de 1936, cuando el pensamiento único asesinó a miles de españoles. Por esa razón, su única respuesta es estar constantemente haciendo referencia a la Guerra Civil. Esta claque de jumetas no dudaría en desenterrar otra vez a Recaredo, tachándole de fascista porque sus ojos eran azules.
¿A cuántas personas han asesinado civilmente, dejándoles hechos unos guiñapos, tras pasar por las trituradoras de carne de sus pocilgas mediáticas? Son ya demasiados los que han visto truncadas sus vidas públicas, y también las privadas. Muchas de sus víctimas, tras ser juzgados años después, fueron declarados inocentes por los hechos que un grupo de hijos de puta se empeñaron en bramar día tras día, pero a estos les dio igual. Ellos ya habían dictado sentencia.
Cuando la justicia no falla a favor de sus insidias, pasa a ser la nueva víctima de esta especie de jauría de hienas, hienas que nunca se cansan de buscar nuevos culpables a los que inocular su ponzoña. Esta repugnante bazofia lo han convertido en el motivo de sus vidas, buscar culpables entre la oposición a los que ejecutar dialécticamente en sus modernos y tétricos platós. Montar cadalsos es su especialidad, poner la soga al infamado su capricho, dar la patada al taburete su deseo inconfesable. No engañan a nadie, pero siguen intentándolo.
Algunos son conscientes de su inoperancia como profesionales, y de su miseria moral, pero no tienen otra salida para poder seguir comiendo. Ellos nunca admitirán que se equivocaron, les cuesta renunciar a las muescas que grabaron en sus micros, por las que les pagaron. Su vaciedad como entes solo está a la altura de la nada. Nunca se disculparán, nunca mirarán el reguero de cadáveres que dejaron tras de sí, se limitarán a ver como envejecen sus odios y como se pudren sus ideas.
Fabulan y mienten, seguros de la impunidad que les proporciona la supuesta superioridad moral que adorna su cartera. Sus víctimas rara vez les denuncian, unos por no dar carta de naturaleza a sus insidias, otros por temer que esas denuncias falsas no pasarán la criba de la fiscalía, y el resto por miedo a ser desde ese momento blanco de sus patrañas y embustes. Pocos osan enfrentarse a ellos, el terror es libre. Los que lo propagan, lo son más.
A toda esa banda los conocemos, los vemos a diario, no solo en sus medios, también en las redes sociales. Son gentecilla, mindundis, payasos, chusma de baja estofa, eso sí, revestidos por la cobertura mediática en la que descansa su poder. Un somero examen basta para calificarlos: los hay tontos y peleles, con barba y sin ella. Algunos atesoran imbecilidad y estulticia a raudales, vanagloriándose de ello. Otros directamente son desertores de la inteligencia y fracasados de la razón. Ellas se dividen entre abotargadas y lamelibranquias, ursulinas venidas a menos y zarrapastrosas llegadas a más. Incluso las hay que se presentan como licenciadas en el alambre y doctoradas en filosofía parda, cuando en realidad no pasaron ningún examen de ética. Si me quedo algún negociado por tocar, envíenlo a la papelera. Seguro que alguna de ellas lo acabará encontrando, y lo que es peor, usándolo.
Calificar a los obtusos como lo que son no es insulto, es definición. Cuando oímos a un tontuliano mentir, se merece entrar en estos apartados. Cuando le oímos opinar mintiendo, también. Si el metro tiene cien centímetros, y uno de esos sujetos dice y opina que su amo acaba de decir que son ciento veinte, que no se queje de ser y profesar la misma imbecilidad del que le obliga a decirlo.
Esta colla de bazampulas, no confundir con mazámpulas, han inventado la entrevista a voces. Quién no ha visto a una meritoria, o a un dengue, chillar o vocear como una zarigüeya a un personaje que está a cincuenta metros, o incluso más. El anagrama del micro viste tanto como el frac del verdugo que va a guillotinar a una doncella. Lanzar a meritorios a la caza de un gesto del político de derechas se ha convertido en todo un arte, lo vemos a diario. La cutrez elevada a la enésima potencia, todo en aras del siniestro personaje que juega con la desesperación del que busca trabajo. Este método es tan oscuro y tenebroso como el uniforme de enterrador que viste el que lo inventó.
Y qué decir de las salas de justicia que han montado en sus platós, donde algunos pistoleros sin desvirgar actúan como “jueces”, mientras otros piltrafillas con ínfulas de Robespierre hacen lo propio como “fiscales”. A estos nuevos Roland Freisler de pacotilla les viene grande hasta su propia existencia. Incapaces de ver más allá de sus narices, ejecutan a la perfección su papel preferido: el de cretinos. Como traca final, el espectáculo que ofrecen es impagable.
Concluyo, el mismo día que este gobierno, el mismo gobierno que ha infringido más de mil doscientas veces la ley de transparencia, dicta a la Corona las mismas normas que él ha pisoteado miles de veces. Como no podía ser de otra forma, la apestosa, putrefacta, repugnante y asquerosa prensa de extrema izquierda se pone “digna” y arremete contra S.M. el Rey Don Felipe. La decencia y la dignidad nunca militaron en la izquierda, la corrupción y el oscurantismo, sí.
A esto se ha llegado. A esta basura nos ha empujado la extrema izquierda y lo que les cuelga, su prensa amaestrada. Una colección de impresentables a los que el reloj vital de su abyecta y miserable ideología se les paró hace muchos años, justo el día que perdieron la dignidad, la razón, y la vergüenza.
Se puede decir más alto, pero no más claro. Es lo que hay. No hay quien les tosa a los sátrapas neokomunistas hdlgp y “sacos de mierda”. No es odio. Es una opinión.
lo peor de todo es que no hay solución.