Son imágenes que las televisiones no mostrarán a sus televidentes. Tres fornidos subsaharianos propinan una brutal paliza a un hombre de raza blanca en el exterior de una caseta de la feria de Sevilla (el cantante José Manuel Soto ha apuntado en redes sociales que se trataba de la caseta del PSOE). Se trata de una agresión salvaje, brutal… El agredido es un hombre de unos treinta años que porta a sus espaldas una guitarra. Los agresores le golpean una y otra vez, con odio y saña, e incluso patean su cabeza cuando se encuentra indefenso en el suelo. Podemos imaginarnos cuál sería a estas horas el alcance de la noticia con una inversión de los roles raciales. Indigna tanto o más que la agresión, que entre las muchas personas que contemplan la escena, nadie preste ayuda al español avasallado. El “miarmismo” no entiende de valientes. Cruda imagen del pueblo español, incapaz de mover un dedo por ninguna causa noble. Este pueblo español pasará a la Historia como una triste y despreciable manada de cobardes.

Por eso Pedro Sánchez no es sino el presidente que merece un pueblo tan indigno y cobarde como el nuestro, que soporta sin rechistar tanta humillación, un subproducto de la corrupción y de la degradación de un sistema que ha sido dominado, desde la muerte del general Franco, por líderes indignos y corrompidos, habituados a anteponer sus propios intereses al bien común.

Tampoco debemos omitir el hecho de que ninguna organización antirracista haya condenado el brutal ataque. En realidad estas organizaciones son el arma arrojadiza de los “políticamente correctos” contra cualquiera que se aparte de la línea marcada por los intereses de la oligarquía. Su función consiste en capar moral e intelectualmente a la sociedad practicando el terrorismo psicológico entre la población, bajo la acusación de “racista”, para justificar un avasallamiento expiatorio fundado en esa supuesta culpa.

Para desarrollar estas labores de propaganda mediática, lobotomización y manipulación inaceptables reciben jugosísimas subvenciones que salen de los impuestos que pagan los contribuyentes.

Con el apoyo institucional a semejantes irresponsabilidades se ha logrado que sólo se consideren “agresiones racistas” los casos en que los agresores son blancos y las víctimas de otras razas, pero no cuando es al revés (es decir, la mayoría de las veces).

(Ver las imágenes del suceso).