No nos engañen: los españoles son los únicos culpables
AD.- Me reenvía un conocido, 20 años concejal en un pueblo de la Cataluña profunda, uno de esos pasquines maniqueos que circulan en redes sociales, y que pretenden dibujar los trazos de un país en fase terminal por culpa de unos y no de todos. Por culpa sobre todo de algunos políticos, de izquierda, naturalmente. Y aún admitiendo como cierta una parte del mensaje, no se puede excluir a la población española, sobre todo a la que dice ser de derecha, de la máxima responsabilidad en la quiebra del modelo social y moral que cínicamente condenamos.
Le digo a mi conocido que estos mensajes son lanzados por determinados grupos políticos para pescar en el río revuelto de quienes rechazan cínicamente el producto aún cuando hayan sido un factor fundamental del mismo. Se señala en el escrito que España se empobrece moralmente más cada día y que sus valores han sido sustituidos por pervertidos dogmas. ¿Y quién tiene la culpa de la falta de convicciones de nuestro pueblo, que no es mayor que la que tienen otros pueblos europeos? Como ha apuntado un lector, la destrucción de este país data de antiguo, de muy antiguo, y comenzó con el derribo de la vida rural, la “modernidad” mal entendida, la picaresca, el abuso de los poderosos y el pragmatismo económico como razón existencial. ¿Quién tiene la culpa, salvo nosotros mismos, de que hayamos enajenado nuestra fe por las socaliñas del mal llamado estado del bienestar? Si a muchos de nosotros no han logrado adoctrinarnos, por qué sí a la mayoría de los españoles. ¿Por qué trasladar siempre al sistema la culpa de nuestros males y nunca a la estupidez, el cretinismo, el simplismo y la ignorancia de la mayoría de los españoles, quienes no parecen nada conturbados por las cosas que a unos pocos nos perturban? Los españoles a veces dan mucho asco. Han elegido como forma de vida un gregarismo estúpido en el que se compite a ver quién es el más cabestro, el más ignorante o el más progre.
Se señala en el escrito el abandono de los ancianos, el vaciamiento de las iglesias o los conflictos territoriales. ¿También de esto tiene la culpa el sistema? ¿No será más bien la falta de pertrechos morales de la población española la que impele a las familias a abandonar a sus ancianos en siniestras instalaciones, o a sustituir la moral natural por otra de hojalata? ¿Qué impedía hoy domingo que los españoles abarrotaran las iglesias salvo el hecho mismo de que la mayoría de ellos han optado voluntariamente por vivir conforme a otras creencias? ¿No iba a ser Vox un revulsivo para la toma de conciencia cristiana de nuestra población?
Se recurre también a la crítica al sistema autonómico como causa de nuestros males económicos, mientras se oculta que las autonomías fueron fruto del multitudinario reclamo ciudadano al inicio de la transición. En Andalucía, centenares de miles de personas salieron a las calles para sortear todas las trabas políticas y legales que trataban de impedir que la región accediera por la vía rápida a la autonomía como permitía el artículo 151 de la Constitución. ¿Acaso nos hemos olvidado que a los pocos días de morir Franco ya había muy pocos españoles dispuestos a defender su legado? ¿Hemos olvidado cómo el pueblo español se echó en brazos del sistema político que venía a remediar todos nuestros males, con Juan Carlos I al frente?
¿Por qué quienes hablan de afrentas a nuestra bandera, no hablan nunca de afrentas a nuestra soberanía económica? ¿Por qué cobardemente acusamos a las izquierdas de nuestros problemas y no a esas oligarquías que se jugaron nuestro destino en una partida de cartas, desde los Borbones hasta las logias de Bruselas y Frankfurt, y que nos han convertido en lo que somos?
Difícilmente podemos encontrar otro culpable de nuestros males que el pueblo español, tan sumiso que se dejó sobornar, como los antiguos jefes africanos que entregaban a los suyos como esclavos por cuatro bagatelas. Cesemos ya de culpar a otros de nuestras desgracias. El pueblo español eligió libremente esta forma de existencia. Nadie nos puso nunca una pistola en la sien para que viviésemos según el interés de las élites económicas internacionales, que se han adueñado de nuestro país y aherrojado nuestras conciencias. La familia española está destruida porque la vocación hedonista de los padres y de las madres prevaleció sobre cualquier otra cuestión. Hoy las familias se separan ante cualquier revés, los hogares se desestructuran por la voluntad exclusiva de sus miembros, y de nadie más. Que tengamos a centenares de miles de inmigrantes ha sido gracias a que miles de empresarios españoles priorizaron esa mano de obra a la de los propios nacionales. ¿Es culpable Marlaska de que todos los dirigentes nacionales de Vox tengan chachas extranjeras? ¿Es culpable Sánchez de que en la hostelería madrileña apenas haya trabajadores españoles? ¿Es culpable Irene Montero de que todas las familias de derechas del barrio de Salamanca tengan empleadas de hogar extraeuropeas? Nos hemos merecido a pulso el panorama que se nos avecina y que acaso algunos todavía no perciben, pero que en dos décadas hará de la nuestra una sociedad irreconocible. Y la culpa habrá sido únicamente nuestra. No se puede elegir libremente el peor de los caminos y luego culpar a otros de inducirnos a tomar esa decisión.
En la medida que la población española se alejó de cualquier mira trascendente para sucumbir al festín que pusieron ante nuestros ojos, la nuestra se convirtió en una sociedad fracasada y corrompida. Un ejemplo castizo: no es la izquierda la que pone en peligro nuestras tradiciones, sino nosotros mismos. Lo hemos visto en la feria taurina de San Isidro que se celebra estos días. El toreo, como todo lo demás, está podrido. Perdón, sus despachos. Si hacer historia no vale para ser el primero al que una empresa llame y ofrecerle a Ventura la tarde que guste en San Isidro, ¿de qué sirve ser el número uno? Parece ser que de nada. Poco importa que Diego Ventura sea el último en cortar un rabo en Las Ventas. Los triunfos que son auténticos ya no sirven para nada. Ni en el toreo rige ya la meritocracia.
La práctica generalidad de los españoles han aceptado la autoridad del poder económico como la única, sustituyendo a Dios por el becerro de oro del euro, preferible bien aparcado en algún paraíso fiscal, lejos de la voracidad del fisco español.
Todos hemos fallado. Por eso es la hora de los líderes providenciales. En nuestra historia hemos vivido momentos muy difíciles, pero siempre, en situaciones parecidas a ésta, hubo españoles que rescataron y salvaron a España. ¿Dónde están hoy esos españoles?
Ánimo, confiar sólo en nuestro Señor Jesucristo, Un abrazo.
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La divergencia y sectorialización de los diagnósticos impide la respuesta unida y certera ante la inminente y genocida Nueva Dictadura Mundial que nos imponen los dueños del dinero
Cuánta razón tiene, cuánta verdad dice y con qué tristeza hay que reconocer que este artículo no dice más que lo que es cierto y no queremos oír.
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