La excoordinadora de la lucha frente a la pandemia en EEUU confiesa que ocultó datos a Trump
Gaceta.- Después de la elección de jueces para el Supremo que permitieron, al fin, revertir la absurda sentencia de Roe vs. Wade, lo que más debe agradecer el mundo del mandato de Donald Trump ha sido desvelar que el dominio del «Estado profundo», lejos de ser una «teoría de la conspiración», es una realidad como un templo.
A Trump no se le dejó gobernar, sin más, y no solo por la investigación de la inexistente «trama rusa» que pendió sobre su cabeza durante todo su mandato. Su jefe de Estado Mayor, el general Mark Milley, reconoció haber llamado a su homólogo chino para tranquilizarle: si estallaba la guerra con China, él les avisaría antes de cada ataque, un acto de alta traición que no tuvo ninguna consecuencia.
Y ahora es la doctora Deborah Birx, coordinadora de respuesta al coronavirus de la Casa Blanca bajo Trump, la que presume orgullosa de haberle ocultado información sobre la pandemia al presidente.
Birx no es tan conocida como el famoso/infame Anthony Fauci, pero fue quien tomó muchas de las decisiones sobre confinamientos, uso de mascarillas y distancia social que convirtieron el país en un escenario distópico. Al fin, fue sorprendida violando sus propias recomendaciones, como ha sido común en muchas partes del mundo: la pandemia ha servido, al menos, para que todos comprobemos el grado de hipocresía de la clase política, desde las fiestas del dimisionario Johnson hasta los cumpleaños de Obama o el gobernador de California, el sobrinísimo Gavin Newsom.
Ahora la doctora ha publicado un libro en el que cuenta (reinventa) su papel en esa época caótica, una confesión que disecciona Jeffrey Tucker, del Instituto Brownstone. En él Birx admite que «en cuanto convencimos a la Administración Trump para implementar nuestra versión de un confinamiento de dos semanas, empecé a pensar en cómo ampliarlo». ¿Se acuerdan de aquello de «dos semanas para aplanar la curva» que tuvimos en medio mundo? Pues era mentira, y lo sabían.
«Quince días para frenar la propagación fue un comienzo, pero sabía que sería solo eso. Todavía no tenía los números frente a mí para justificar la ampliación, pero tenía dos semanas para obtenerlos”.
No encontró las pruebas que necesitaba, pero daba igual: le dijo a Trump que las tenía, en cualquier caso, y le hizo creer que el único modo de luchar contra una epidemia consistía en condenar a arresto domiciliario a todo un país de gente perfectamente sana, algo cuyo resultado ya conocemos.
No funcionó para parar la pandemia, pero sí para hundir la economía mundial (cuando el resto de países siguió el ejemplo norteamericano), dar más poderes a los gobiernos y destrozar las libertades públicas.