Nadar contracorriente
Desde la atalaya que ofrecen las intensas vivencias de los muchos años transcurridos, creo que la simple observación de la realidad cotidiana proporciona una forma de captar y percibir el mundo desde tu propia historia personal, influida naturalmente por la educación recibida, los valores y las creencias arraigados y las emociones o percepciones disfrutadas o sufridas.
Y esta simple observación conduce a no cometer el error del que nos advertía el famoso boxeador y hombre polifacético Muhammad Ali: “Si uno mira el mundo a los 50 años, de la misma forma en que lo miró cuando tenía 20 años de edad, tiró 30 años de su vida”. Es por eso que contemplo el mundo de hoy como una esperanzadora continuidad de los grandes avances que un gran número de generaciones protagonizamos y experimentamos en el pasado siglo.
En julio de 1969 Neil Armstrong fue el primer hombre en pisar la luna y ese “gran paso para la humanidad” televisado mundialmente, supuso la consolidación de unos importantes avances tecnológicos que hoy disfrutamos. Después de muchos años de investigación, al inicio de este siglo se ha conseguido contar con el primer genoma que permite investigar si las causas de una enfermedad podría estar en los cambios del genoma de las personas que la sufren, además de otros sorprendentes descubrimientos de la ciencia médica. Por otra parte, de las operadoras telefónicas que nos conectaban a distancia a veces con largos tiempos de espera, hemos pasado a los Smartphone que nos comunican, en fracción de segundos, con el rincón del planeta más recóndito…
Todos estos y otros grandes avances de la humanidad que se aceleraron especialmente desde la segunda mitad del pasado siglo, sin embargo no están exentos de peligrosos riesgos que están aflorando en la sociedad actual y que pueden afectar seriamente a las futuras generaciones. Tengo el convencimiento de que el hombre de hoy debe plantearse un reto urgente: cómo salir de la caverna imaginaria en la que vive y contemplar el mundo real tal como es. Un mundo donde se recupere el pensamiento y la reflexión frente a la imagen y la inmediatez; un mundo donde la palabra y la conversación no sea sustituida por algoritmos y memes que son la pura imitación de sentimientos y un mundo donde el sentido inmanente de la vida supere al creciente endiosamiento tecnológico.
Se está alejando peligrosamente a las jóvenes generaciones de sus raíces culturales y religiosas seduciéndolos en un falso mundo virtual en el que se manipula ideológicamente el lenguaje y se exaltan los sentimientos más perversos que impregnan negativamente a la sociedad. Chesterton decía “que las cosas muertas pueden ser arrastradas por la corriente, solo algo vivo puede ir contracorriente”. Afortunadamente una parte de nuestra sociedad sigue viva y dispuesta a nadar contracorriente…