Una Reina querida por su pueblo
El fallecimiento de la Reina Isabel II de Inglaterra, justo a los ocho días del de Mijaíl Gorbachov, ha originado una conmoción mundial después de haber permanecido siete décadas al frente de la Corona y de la Iglesia anglicana. Biógrafos, periodistas, televisiones, redes sociales describen con detalle los rasgos más características de su personalidad y todos los avatares familiares, políticos o sociales que ha tenido que afrontar a lo largo de su nada fácil reinado.
Sin embargo, conviene resaltar en este momento de exaltación de la figura de la Reina de Inglaterra cuál ha sido nuestra contribución al desarrollo de los pueblos y naciones en el mundo. Los españoles con la Corona al frente dejamos en Iberoamérica, a diferencia de la colonización británica (British Commonwealth of Nations), una obra de expansión de España: instituciones, cultura, lengua y naciones. Por esta razón la Constitución de 1812 hablaba de españoles de ambos continentes y no de colonizadores. Colonización de la que aún sufrimos un vergonzoso vestigio en suelo europeo como es Gibraltar y que ningún monarca británico ha sido capaz de restituir a España.
Al margen de este borrón en nuestras relaciones, como bien señala el editorialista de un diario de tradición monárquica, a la Reina Isabel de Inglaterra “…siempre le resultó muy difícil de conciliar todos los intereses en juego: mantener a salvo la dignidad de la institución y no alejarla emocionalmente de la sociedad británica” . Todo un ejemplo de saber hacer y profesionalidad desde su relevante papel como cabeza visible de una gran Nación. Para los españoles no es aventurado hacer un paralelismo de las dificultades con las que hoy se encuentra nuestro Rey Felipe VI para defender la dignidad y estabilidad de nuestra monarquía parlamentaria al igual que durante siete décadas lo hizo su “querida tía Lilibeth”.
Hoy, desde el propio gobierno se afrenta y agrede a la monarquía constitucional proclamando un día si y el otro también su republicanismo o intentando deteriorar el prestigio y la dignidad del reinado de Felipe VI sobre la figura de su padre el Rey Juan Carlos. Si a todo esto se le añade el grave enfrentamiento entre el poder judicial y el legislativo a raíz de la renovación de los órganos judiciales, creo que el pueblo español necesitaría volver a escuchar unas valientes palabras como aquellas del 3 de Octubre, en las que hizo una llamada a “los legítimos poderes del Estado para asegurar el orden constitucional y el normal funcionamiento de las instituciones” y que produjeron un gran alivio y esperanza entre los españoles.
Es por eso que la vida de Isabel II como ejemplo de serenidad, rectitud moral y amor a su país es un espejo donde hoy puede mirarse nuestro Rey para afrontar los difíciles momentos por lo que atraviesa España y su reinado.