Las enseñanzas de «Fabiola, o la iglesia de las catacumbas» para la acción contrarrevolucionaria
Es bueno siempre volver a los clásicos, y más en tiempos de turbación. Hace poco, un muy buen amigo, luchador desinteresado con auténtico celo apostólico, Oriol Ferré, me recordó un fragmento de Fabiola, obra del Cardenal Wiseman. A su vez a él se lo recordó otro auténtico apóstol de la contrarrevolución, que le acompaña en todos sus emprendimientos, Francisco de Asís.
En el fragmento en cuestión el Cardenal Wiseman hacía ver como muchos de los que perseguían a los primeros cristianos lo hacían por la mezquindad de sus ruines aspiraciones, que les hacía envidiar la pureza de intenciones de otros.
Sin embargo, la desgracia de estos tiempos nuestros, es que esta mezquindad es compartida por muchos católicos que supuestamente “son de los nuestros”. Y es que, en efecto, cualquiera que tenga alguna experiencia en el apostolado católico, sobre todo en el ámbito social y político, sabe que los principales ataques no proceden del exterior, de los no católicos, sino del interior, de los propios católicos que deberían participar y alentar las actividades de apostolado en estos ámbitos sociales y políticos tan necesitados del mismo. ¿Qué activista contrarrevolucionario no ha sido atacado, por los suyos propios, sin pruebas ni indicios, de buscar unos fines ocultos? ¿Quién no ha sido vilipendiado y difamado en pequeños círculos, y precisamente por otros miembros del propio grupo, que siempre se caracterizan por su menor actividad o por la negligencia en la realización de aquello que se les encomienda?
Por eso difundimos este texto, para tranquilidad y recobro del ánimo de aquellos que ven enturbiada su actuación por estas maledicencias; y para el arrepentimiento y cambio de costumbres de aquellos acostumbrados a ser el pozo triste, oscuro y profundo de donde nacen estas viles acusaciones.
He aquí el fragmento:
«-¡Es mucha bondad la de esa gente!- continuó Cromacio siempre festivo-. Francamente, se toman demasiado interés por mis asuntos. Pero ¿no es muy extraño que mientras en mi casa, como en otras tantas, ha reinado la mayor libertad para dar banquetes y chalar y divertirse de muchas maneras, a nadie se le ocurrió meterse en nuestras acciones; y ahora que llevamos una vida tranquila, frugal, laboriosa, alejados de la política y de los negocios públicos, una turba de curiosos trate de averiguar lo que hacemos, y se apodera de los políticos desocupados el prurito de intervenir en nuestros asuntos, divulgando las más absurdas imputaciones y las más calumniosas sospechas sobre los motivos que han determinado el nuevo sistema de vida que llevamos?
– Ciertamente, pero ¿cómo lo explicarías, Cromacio?
– No de otro modo que atribuyéndolo a la tendencia de esos espíritus mezquinos, buenos solamente para evitar toda otra espiración de la cual no se sienten capaces, y que sin saber por qué denigran cuento estiman superior a sus ruines aspiraciones.»