AD.- La campaña contra el racismo que ha iniciado el Ayuntamiento de Santiago de Compostela se ha convertido en una manifestación de la más radical estulticia. Unos inquietantes carteles en las marquesinas del autobús, donde un muchachito con pinta de bregado delincuente -Mena, Adib, 17 años, estudiante, Siria- te mira con ojos de paranoico peligroso, luciendo su amplia sudadera, y esa fatal pregunta que te coloca entre la espada de la fiscal Verdugo y la pared de lo políticamente correcto: “¿Aceptarías que fuese el novio de tu hija? Aceptar o denegar”. Así, tal cual, sin matices. ¡Menudos merluzos!

Sin embargo, el cuello y la cara tatuada del chaval lo alejan de cualquier tipo de radicalismo religioso y lo acercan casi a la apostasía, pues hasta los mismos musulmanes escuchan con respeto aquella sura del Corán donde se afirma: “El Profeta (Paz y Bendición con él) dijo lo que significa: “Allâh maldijo las tatuadoras (al-wâshimât) y las que se hacen tatuar (al-mustawshimât), las arrancadoras de pelos de la cara (las cejas) (an-nâmisât wa al-mutanammisât) y las que se hacen esto, y las que se espacian los dientes para embellecerse (al-mutafallijât lil-husn); las que cambian (así) la creación de Allâh”. [relatado por Muslim].Estas prohibiciones conciernen también a los hombres según los sabios” (ver Ibn Hajar, en su libro Fath al-bârî).

Así pues, la verdadera interculturalidad consiste no en aceptar a ese mena como novio de tu hija, tal y como se te ofrece en el cartel compostelano, sino en valorar positivamente lo que nos ofrece la antigua sabiduría del libro sagrado del pueblo musulmán: la obscenidad de unos tatuajes que parecen despreciar la creación divina.

Luego vendrá la fiscal de Odio a juzgar nuestras opiniones sobre el destino de Europa bajo la ley islámica, pero tenemos la suficiente altura de miras para respetar aquello de bueno que los musulmanes nos ofrecen y la rotunda deformidad de unas campañas que, por alejarnos de un presunto racismo, parecen que nos obligan a emparejar a nuestras hijas con quien no puede de ninguna manera gustarnos.

Si mi hija quiere emparejarse con aquel turbador individuo, que haga lo que le venga en gana. Sin embargo, es de todos sabido -también por el Ayuntamiento de Santiago- que “sobre gustos no hay nada escrito”. Que no empiecen esos bobos a hacerlo ahora.