Libertad de expresión
Hace unos pocos días, volví a ver la película “Un hombre para la Eternidad”. La película narra los últimos años de la vida del político y humanista inglés Tomás Moro, Lord Canciller de Enrique VIII de Inglaterra. Tomás Moro es presionado para que apoye el divorcio del rey, y éste pueda casarse con Ana Bolena. Pero Moro, como hombre íntegro que es se niega a firmar, y lo que es más importante, se niega a opinar. Teniendo en cuenta que toda la corte se había mostrado partidaria del divorcio, su silencio, era la más atronadora manifestación de su libertad de expresión, pues censuraba al rey, permaneciendo callado.
En el prefacio de la obra “Apología de la estulticia”, pésimamente traducido como “Elogio de la locura” (tonto y loco no es lo mismo), Erasmo de Rotterdam saluda a su amigo Tomás Moro animándolo a agradar antes que a morder, a no dar nombres y a hablar antes de cosas risibles que vituperables. Es la discreción del sabio, expresar más con el silencio, que con la palabra.
LA VIOLENCIA
Por otra parte, hay hoy gente que piensa que la piedra es mejor argumento que la palabra. Y en verdad que una buena pedrada parece más contundente que un buen razonamiento. Lo mismo que el incendio de las propiedades de los demás alumbra de forma más brillante sus opiniones. Me viene a la memoria aquel maestro de escuela que reprendía a un mozalbete grandullón que abusaba de su fuerza para imponerse a sus compañeros de clase. Y le decía: “tú de un golpe puedes imponer tu opinión a los demás, pero un burro puede atizarte con una coz y hacerte callar. Este animal no es más inteligente que tú, es más burro”.
Las leyes de la piedra, el saqueo y el incendio, es decir la sociedad de trogloditas urbanos se imponen en una querida parte de nuestra Patria. Las televisiones y los diarios no paran en estos días de opinar a favor y en contra de la libertad de expresión.
Hablan mucho de libertad, pero aquí de libertad no hay nada de nada. Aquí se prohíbe la libertad del pequeño comerciante o dueño de bar para trabajar, se prohíbe el uso del mobiliario público destruido, se prohíbe la acción de la justicia contra un delincuente, se prohíbe la libertad de circular por las calles, se prohíbe el derecho al descanso de las personas productivas que laboran por el bien de todos, se prohíbe la actuación de las fuerzas de seguridad cuyo deber es velar por todos, se prohíbe el derecho a la propiedad de una moto o de un coche y se los quema por gusto de verlos arder. Y todo esto ¿para qué?. Pues porque tengo libertad de expresión, y en base a esa libertad, prohíbo los derechos de todas las demás personas. Hala, y me quedo tan fresco.
El filósofo Hans Jonas en su “Principio de Responsabilidad”, muestra la trayectoria intelectual hasta llegar al rescate de la ética de la responsabilidad, que Max Weber sugiere en obras de comienzos del siglo pasado. El Principio de Responsabilidad de Jonas es una evaluación sumamente crítica de la ciencia moderna y de su “brazo armado”, la tecnología. El filósofo muestra la necesidad que el ser humano tiene de actuar con cautela y humildad frente al enorme poder transformador de la tecnociencia.
En sus “Sentencias y Máximas Morales”, la Rochefoucauld nos conduce de nuevo a la idea latina del “Maximas libertas, máximas responsabilitas”. Es decir, no hay libertad (incluida la de expresión) sin responsabilidad.
EL PENSAMIENTO
Antes de pronunciarse la palabra hablada, se genera en nosotros a nivel psíquico el pensamiento. Es decir, el pensamiento va por delante de la palabra. Yo reivindico la Libertad de Pensamiento, antes que la Libertad de Expresión. Y si no es así, díganme porqué de cada diez mil cosas que vemos por ahí, no hay ni ciento que tengan dos dedos de cordura. Miles y miles de tonterías escritas y contadas nos bombardean a diario. No señores, la libertad de expresión es algo demasiado importante como para emplearla en sostener necedades. La verdadera libertad es la de pensar, pues el pensamiento nos hace libres.
El gran filósofo Séneca murió desangrado en una bañera por orden del emperador Nerón. Se cuenta que en un alarde de lucidez, Séneca se dirige al tirano en estos términos:
“Tu poder reside en mi miedo, pero yo ya no te tengo miedo, por lo tanto tú ya no tienes ningún poder sobre mí”.
Efectivamente, la verdadera lucha no consiste en enfrentarse al poder; la verdadera lucha nos enfrenta a nosotros mismos. Tenemos que luchar contra nuestro propio miedo, y así arrebatarle su poder a los tiranos de turno. Es muy difícil vencer el miedo a señalarse, el miedo a opinar, el miedo a enfrentarse a la opinión generalizada. La libertad de pensamiento es lo esencial. El necio no es libre aunque grite muy alto, sólo se limita a repetir. No es un creador de palabras.
Siempre he respetado a la profesión periodística, pues considero que su ejercicio, si se practica honradamente es muy peligroso. Los periodistas deben sacar a la luz del mundo lo que los poderosos no quieren que se sepa. A diario vemos noticias de periodistas asesinados en el cumplimiento de su deber. Cuando veo periodistas que son ricos y millonarios me aflijo mucho.
Desde estas letras, yo os exhorto a vosotros, oh Santo Tomás Moro, oh Erasmo, el gran roterdamés, oh Séneca, a que abandonéis vuestro retiro y volváis a iluminar el mundo con vuestra sabiduría. Cuanta falta estáis haciendo en mi querida España. Aquí se encomia la estulticia y se elogia la locura, las dos cosas a la vez.
La primera vez que leo a Andres Plaza Ramírez (la primera que leo este periódico) . Me atrajo el título, ya que la libertad de expresión es algo de lo que hoy gozan los que están de un lado, y los que estmos del otro, no, y en el artículo inmediatamente se nota el conocimiento cultural y el pensamiento, elementos que debe tener cualquiera que desea dedicarse a cabo una tarea pública, como escribir, entre otras. Acertadísimo.