Carta abierta del Padre Custodio Ballester a Jordi Bertomeu, prelado de honor de Su Santidad
Padre Custodio Ballester Bielsa*- Apreciado monseñor:
Escuché con suma atención la risueña entrevista que concediste este verano al Canal Terres de l´Ebre.
Verdaderamente tu intervención fue técnicamente perfecta. Lo que me extraña es esa recurrente afirmación tuya de que no te gusta conceder entrevistas porque en tu trabajo de persecución de la pedofilia clerical debes adoptar un “perfil bajo”. A mí, la verdad, no me parece tan bajo, dada la simpática locuacidad que desplegaste ante las cámaras.
Ciertamente quedó claro que tus responsabilidades actuales en la Congregación para la Doctrina de la Fe fueron una especie de carambola del destino cuando, acompañando a monseñor Scicluna en su visita a Chile para investigar el encubrimiento episcopal de los abusos sexuales del P. Karadima, el obispo enfermó gravemente y tuviste que hacerte cargo tú solo de todas las indagaciones. A partir de entonces, y a pesar tuyo, dices, tu nombre empezó a sonar y te vistieron con el título de Prelado de honor para codearte, casi de igual a igual, con los obispos investigados.
En la explicación histórica que das sobre la Congregación para la Doctrina de la Fe, nacida en el siglo XV para combatir la herejía luterana y examinar las teologías heterodoxas, afirmas que precisamente fue el santo Oficio el que inició el derecho procesal moderno tal como lo estamos manteniendo nosotros también en el mundo civil: que todos los reos tengan un abogado, los medios éticos para obtener la verdad… Me extraña, querido amigo, que, tras haber sido laminado todo el derecho procesal canónico con la excusa de la persecución efectiva de la pedofilia (como en el derecho más primitivo, hay que ofrecerle a la plebe un delincuente –aunque sea inocente-), me digas que éste todavía existe en la Iglesia.
Sabes perfectamente que todo sacerdote acusado ante Roma (los obispos no tendrían que comprometerse a nada), no sólo de pederastia ya, sino de cualquier otra cosa, incurre en presunción de culpabilidad; y por tanto ya ni se le juzga: se incoa contra él un expediente administrativo sancionador y así se va más rápido y, sobre todo, se le da carnaza al circo mediático que, tras de la gran Cumbre sobre los abusos, no para de vociferar exigiendo sacerdotales víctimas. Y como eso es urgente, se le sacrifican torpemente esos chivos expiatorios. El problema es que las nuevas normas procesales emanadas, adolecen de unas deficiencias que dejan en total indefensión a aquellos clérigos que, lejos de ser culpables, hayan sido calumniados. Y ya se han dado tales casos, porque los clérigos son un blanco preferente de los lobbys mediáticos. Eso nos da, desgraciadamente, un índice de condenas de inocentes, tremendamente superior al que se da en la justicia civil. Sí, ilustre prelado, gracias a ese sistema que tan eficazmente implementas, esos lobbys disfrutan del fabuloso premio extra de la condena de los curas inocentes calumniados.
Derogásteis pues los cánones que prohibían la promulgación y aplicación de penas expiatorias perpetuas sin un proceso judicial, en particular la de expulsión del estado clerical, lo cual lleva a la segunda facultad: la posibilidad de poder infligir -en virtud del canon 1399- la pena de dimisión del estado clerical no sólo por delitos que prevean este tipo de sanción, sino también por comportamientos no expresamente previstos como delitos, ni por la ley particular ni por la universal -queda a la discreción de la autoridad el definirlos- con tal de que sean especialmente graves y sea necesario prevenir o reparar escándalos de cualquier tipo, aunque no sean sexuales precisamente.
Queda así consumada la liquidación del Derecho Canónico, en lo que a disciplina y seguridad jurídica del clero se refiere. Con estas nuevas disposiciones, se convierte al cura en un ciudadano de cuarta categoría, cuya justicia funciona a base de seguridades morales y de discrecionalidades respecto a la gravedad de lo que se le acusa: resolviendo siempre por vía administrativa, que es más rápida y efectiva, sin un real derecho de defensa ni de apelación. Y luego la supresión de cualquier prescripción del delito -violentando el mismo derecho natural, pues el tiempo hace que los testigos desparezcan y los recuerdos se distorsionen-, os lleva a realizar investigaciones (como la actualmente en curso en España) cuando los acusados están ya muertos y los testigos pueden afirmar lo que les dé la gana, pues no tienen que carearse con el acusado.
Este es el gran reset del que hablas, con el que la Congregación para la Doctrina de la Fe ha querido reprimir unos delitos que ya no pueden permanecer secretos, dices, dado el auge del internet. Parece, por lo que dices, que tú mismo debiste contribuir a este cambio de mentalidad cuando afirmas, casi como consecuencia de tu informe que, a partir de ahí, se toma conciencia de la lacra del encubrimiento, que no estaba tipificado aun en el Derecho Canónico.
La conferencia que convocó el papa Francisco -afirmas- concluyó que, para hacer frente al encubrimiento, es necesaria la transparencia comunicativa que es muy complicada en nuestro mundo, pues a cualquier institución pública le es difícil hacer transparente su acción de gobierno. Cierto. Ahí está el secretismo y los continuos extravíos del sumario de la barcelonesa Casa de Santiago. Y continúas: La responsabilidad es que cada uno asuma la responsabilidad que le toca -¡Menuda tautología!-. Y eso es muy complicado en una institución jerárquica. Ahí está el caso del pedófilo cardenal Mc Carrick, que colocó en el episcopado norteamericano a todos sus amigos, mientras en Roma miraban para otro lado… Y la otra – afirmas- es el rendimiento de cuentas: Cuando un superior ha encubierto, ha de dar cuenta y poner su cargo a disposición (sí, pero la justicia nunca, nunca es igual para el jefe que para el subordinado), aun cuando no haya cometido un delito como tal. No puede continuar porque está poniendo en peligro a mucha gente desde una negligencia y, aunque todos nos equivocamos, hay equivocaciones demasiado graves, no tolerables.
Luego constatas la extensión de un problema que, aunque estalla en Estados Unidos, por un sistema judicial que exige indemnizaciones millonarias a los infractores, y luego en Irlanda, los abusos -dices- no están circunscritos únicamente ahí, sino que se extienden con amplias diferencias, eso sí, a los cinco continentes. En ningún momento incides en las posibles causas (desequilibrios, homosexualidad, la inmoralidad del pecado, el deficiente discernimiento de los seminarios) y te contentas con afirmar que es un problema que hay que afrontar… con trasparencia, responsabilidad y rendición de cuentas, supongo. Sin embargo, tal como éstas están planteadas, parecen más bien un brindis al sol o ante la galería mediática al objeto de lavar la cara de unos cuantos y salvar los pocos trastos que todavía puedan quedaros.
La Iglesia siempre replica la sociedad en la que vive, arguyes: Cuando hay muchos casos de abusos sexuales de poder o de conciencia (mucho abuso, sí) cometidos por clérigos en una determinada región o nación estamos ante una sociedad fracturada. Aún cuando reconoces que el número de curas implicados es mínimo, vivimos -afirmas- en una sociedad abusadora.
Entonces, apreciado monseñor, ¿dónde queda aquello de ser levadura en la masa (Mateo 13,33), sal de la tierra y luz del mundo (cf. Mateo 5, 13)? ¿Qué es entonces la Iglesia Católica? ¿Una institución de autoayuda o una comunidad de fieles llamados a transformar la faz de la tierra? Dices que el menor tiene derecho (¡uy, los derechos que le reconoce la ministra Montero!) de que le guarden y velen su maduración hasta que llegue a la edad adulta y él mismo decida lo que puede hacer con su cuerpo, con su libertad y con su sexualidad. ¿Este es el proyecto moral que ofreces a los niños y adolescentes, tú, Prelado de honor de Su Santidad y oficial de la Congregación para la Doctrina de la Fe?
En todos los colectivos hay abusadores, afirmas. La pregunta es: ¿Cómo entre todos hemos de luchar para que la sociedad sea cada vez menos abusadora? Lástima que la pregunta sea meramente retórica, pues no llegas a responderla. Yo esperaba que dijeses que la única manera de transformar esta podrida sociedad es anunciar el Evangelio para que los hombres encuentren a Cristo, lo reconozcan como Hijo de Dios, lo busquen como su Salvador y lo amen como su Redentor. Ese es el camino que no propones en ningún momento… Que si el abuso es una relación asimétrica y tóxica, que si no hay que revictimizar al abusado, que si la Iglesia tiene derecho a tener sacerdotes de fiar… ¿Para qué están entonces los Seminarios Conciliares? ¿Para formar santos sacerdotes, pastores que rijan, gobiernen y santifiquen al pueblo de Dios con su palabra y los sacramentos o para promocionar al episcopado al Sr. Rector siempre rodeado de superiores incompetentes? Así nos luce el pelo. No puedes esperar que los adolescentes estén más protegidos en la Iglesia que en su casa cuando los criterios para discernir una verdadera vocación sacerdotal se reducen a constatar unos mínimos conocimientos teológicos y un escanciado servilismo en los candidatos.
No has hablado ni del pecado ni de la gracia, ni del anuncio del Evangelio ni de la castidad, ni de la educación moral de la juventud, ni siquiera del propio Jesucristo, más allá de constatar que eres sacerdote y necesitas rezar para no hundirte ante tanta podredumbre. En fin, amigo, simplemente has explicado las características de un “protocolo anti-abusos” de una especie de fundación benéfica, -ni siquiera piadosa- que quiere limpiar su imagen ante una sociedad que fehacientemente la rechaza no por los abusos, sino por el proyecto moral que todavía representa y que debería transformarnos a imagen de Cristo, justicia y santidad verdaderas (Efesios 4,24).
Te has manifestado, eso sí, como un excelente funcionario eclesiástico, con una magnífica y prometedora carrera profesional, indumentaria para pisar sólo altos despachos, locuaz, pero sin salirte del guion oficial, nervioso en exceso y, como bien dices, necesitado de paz interior. Y… ni una sola cita del Evangelio, ni una sola palabra dedicada a Dios o a la misma fe en Jesucristo.
¿No crees que estamos cayendo en el pecado de aquellos fariseos a los que se refirió el mismo Señor? Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, según está escrito: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinden culto, ya que enseñan doctrinas que son preceptos de hombres (Marcos 7,7).
Los protocolos, monseñor, acaban sirviendo sólo para eludir las responsabilidades personales, tal como afirmaba T.S. Eliot: “Ellos tratan constantemente de escapar de las tinieblas de fuera y de dentro a fuerza de soñar sistemas tan perfectos que nadie necesitará ser bueno” (Los coros de la Piedra).
Sólo una fe auténtica y operante en la práctica del bien nos hace justos y nos da la salvación (cf. Romanos 10,9). Nunca los protocolos. Sin embargo, parece que en tu sagrada Congregación ya no lo saben.
*Sacerdote y colaborador de AD.
La gorda roba niños de Bilbao ya esta en su casa comiendo doritos y preparando la siguiente,,,otra socia suya juez dice que esta malita…
SAN MIGUEL ARCÁNGEL 24.03.2021
LA LEY DE DIOS ES YA SUPLANTADA por conceptos muy humanos, a conveniencia de grupos arraigados a la élite que dirige al mundo, con la finalidad de crear el Cisma dentro de la Iglesia.
https://www.revelacionesmarianas.com/CISMA.html
No soy un experto en temas eclesiásticos y, probablemente, la siguiente reflexión no sea muy acertada o incluso reprobable, pero la diré por si pudiera servir de algo. Por un lado veo una crisis ingente espiritual en Occidente, y, por otro lado, veo que el Vaticano no solo no sabe dar respuesta a esta gran crisis espiritual, sino que no lograr desprenderse de sus escándalos relacionados con la sexualidad y de lograr una fuerte cohesión interna entre sus prelados. Todo lo contrario está ocurriendo con la Iglesia Ortodoxa, en donde países como Rusia se sientes cada día mas fuertes moral… Leer más »