Las verdades del Parlamento
Son muchas las buenas personas que viven en España, no muy ilustradas, pero con un sentido común galopante que se llevan las manos a la cabeza de las leyes tontucias y nefastas que han salido de nuestro Parlamento. El sufragio universal que aprendimos en el bachiller sabíamos que era un tema serio, pero sin duda, ahora de mayores, tenemos claro que no es el lugar de proclamar verdades. El mundo de la verdad, hoy día, va de capa caída y es por lo que hemos de apostar entre otros. La verdad científica, moral y otras de altura no dependen de tal sufragio universal.
Condorcet, con su Ilustración, afirmaba que las escuelas debían abstenerse de adoctrinar ideológicamente. Por ello y por otras, era preciso preservar la capacidad crítica de los ciudadanos y sustraerla también del ámbito del poder político. Seguía diciendo nuestro “ilustrador” que el objetivo de la formación no era preciso que las personas admirasen legislaciones algunas, sino hacerlos capaces de valorarlas y corregirlas.
Así pues, el sentido del laicismo sería preservar la autonomía personal de la imposición de la autoridad de aquellos momentos, del cristianismo. De la imposición, pero no del influjo de su ejemplaridad y autoridad. Hoy día, en nuestras sociedades occidentales, resulta más urgente preservar la autonomía individual de los ataques del poder temporal que de los espirituales. ¿No es así?
Piensen por un momento que las leyes democráticas que se nos venden no proclaman la mayoría de veces ninguna verdad, moral o jurídica. Me da que no tienen nada que ver con la verdad ya que son disposiciones de las autoridades políticas que deben ir orientadas al bien común y, por ello, no se opone a la democracia quien proclama verdades, presuntas o reales.
El mismísimo Hume, alejado de lo espiritual, comentaría en su momento: “aun cuando todo el género humano concluyera de forma definitiva que el Sol se mueve y que la Tierra está en reposo, no por tales razonamientos el Sol se movería un ápice de su lugar, y esas conclusiones seguirían siendo falsas y erróneas para siempre”. Ya vemos pues que, la verdad no depende del sufragio universal. Nuestro Condorcet afirmaba que un poder que se apropia de las fuentes de conocimiento ejercerá, bajo la máscara de la libertad, una auténtica tiranía”.
Frente a estas posturas de la Ilustración, la nueva religión política, aspira a una plena fusión entre poderes espirituales y temporales por la absorción del segundo en el primero. De las buenas cabezas sabemos de cierto que son muchos ciudadanos los que opinan que una sociedad no puede sobrevivir sin vida ni autoridad espiritual. La persona por sí es un ser religioso por naturaleza. Lo que se trata ahora es de que los poseedores del poder democrático detenten , con él, la autoridad o el poder espiritual. Y por estos carriles andamos más de uno.
Todorov, premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales 2008 y otros grandes premios europeos, nos ha comentado en sucesivas argumentaciones que: “el poder público no debe enseñar sus opciones haciéndolas pasar por verdades”. Por tanto, no corresponde a la ciudadanía sobre lo que es verdad o mentira, ni al Parlamento deliberar sobre el significado de los hechos históricos del pasado, ni al Gobierno decidir lo que debe enseñarse en los centros educativos. La voluntad soberana del pueblo topa aquí con un límite, el de la verdad, sobre el cual no tiene influencia. Y es que, la verdad está por encima de las leyes.
Aquí, como ven ustedes, hay tela moruna que cortar y todo es cuestión de darle vueltas a la sesera, como decía mi abuelo llegando a conclusiones claras y precisas. Todo ello se lo dejo a ustedes. ¿Por dónde empezamos?
*Secretario nacional de Formación, Estudios y Programas de VALORES.