Margaret Sanger: enferma sexual e icono de las feministas progres
Magdalena del Amo.- Nada de lo que ocurre en estos tiempos distópicos es casual. En el tema del género –uno de los asuntos mollares del NOM— y sus diferentes flecos, que se sustancian en el odio al hombre, la inversión de valores, la aversión a la familia, a los no nacidos y a todo lo que huela a tradición y al humanismo cristiano de la sociedad occidental, todo fue cuidadosamente programado, ensalzando a personajes mentalmente inestables para crear la corriente contranatura que habría de imponerse –por ley—en las dos primeras décadas de este siglo, de la mano de políticos descabezados y amorales, con el fin de establecer un paradigma involutivo y transhumanista.
Los personajes a los que me refiero fueron encumbrados y financiados por los predecesores de los que hoy dictan todo tipo de normas para sostener sus estrategias, basadas en falacias científicas, como la citada del género, las pandemias o el cambio climático. Entre los personajes que influyeron en el nuevo paradigma moral que daría lugar a la actual Cultura de la Muerte hay que destacar a Margaret Sanger, Margaret Mead, Alfred Kinsey o David Gamble. Ellos fueron creando el caldo de cultivo propicio para que ideas extravagantes, debidamente aderezadas, fueran aceptadas por el gran público. En lo personal, todos ellos protagonizaron vidas desastrosas. Sin embargo, son iconos de los ideólogos de la nueva sociedad que se está imponiendo, y si buscamos en Google aparecerán posicionados en los primeros puestos, como héroes y heroínas creadores de paraísos.
Conocer la personalidad de Margaret Sanger es fundamental para comprender la situación de legalidad actual del aborto en el mundo, dado que los planteamientos de la mal llamada “salud reproductiva” que tanto la ONU –asesorada por la International Planned Parenthood (IPPF, por sus siglas en inglés—como casi todos los gobiernos han impuesto como objetivo, tuvieron su germen en las proyecciones y la amargura de esta mujer estadounidense nacida en 1879.
Los rasgos de inconformismo enfermizo de su personalidad muestran sus traumas de infancia y adolescencia, y más que a la falta de holgura económica que ella achacaba, se debían a carencias afectivas. Sus nueve hermanos fueron para ella una rémora y los culpables de que a ella le faltase lo necesario. Veía a otras familias con menos hijos que vivían mejor, y le parecía que reían más y que eran más felices. Su mente de niña empezó entonces a conformar dos arquetipos: familia con muchos niños igual a familia pobre, infeliz y triste; familia con pocos niños igual a familia que vive sin estrecheces, feliz y divertida. Ella misma declararía que, para ella, la distinción entre felicidad e infelicidad estribaba, más que en la pobreza o en la riqueza, en familias grandes o pequeñas. Esta deducción conseguiría llevarla a rango de axioma unos años después con la implantación de las políticas de planificación familiar.
Su padre era enemigo de toda suerte de religión y tenía prohibido que sus hijos recibieran enseñanza religiosa. Esta influencia contribuyó a su posterior materialismo, que habría de afianzarse cuando se casó con su primer marido, William Sanger, un arquitecto anarquista y más antirreligioso aún que su padre.
De este matrimonio nacieron tres bebés. Desconocemos si tuvo algún aborto aunque sí figura en su biografía que mantuvo relaciones sexuales durante sus estudios de secundaria. Hacemos alusión a ello porque su comportamiento hacia los niños deja ver una de las consecuencias del Síndrome Postaborto: la dejadez en el cuidado de los hijos. Su biógrafa dice de ella que le aburría la vida del hogar y los niños, y que aunque le gustaba besarlos y abrazarlos, cuando tenía que ocuparse de ellos “afirmaba tener un ataque de una misteriosa ‘enfermedad nerviosa’ y se aferraba a la primera oportunidad para salir de casa”. “Mamá rara vez se encontraba en casa. Se limitaba a dejarnos con cualquiera que tuviese a mano, y se iba corriendo a no sabemos dónde”, diría años después su hijo Grant [1].
Sanger acudía a reuniones sobre socialismo radical, eugenesia y “sexo libre”. Esto último no solo era materia de debate sino que se practicaba. Sanger se hizo una gran defensora de ello –en teoría y en la práctica— y ello le llevó a la ruptura de su matrimonio.
Los datos que nos aporta su biógrafa perfilan un problema de adicción sexual grave, quizá buscando esa afectividad que nunca tuvo en la infancia. Su voracidad sexual era tal que se vio obligada a elaborar la “teoría evolutiva de la creación del genio” para justificar su desajuste. La implantación del “sexo en libertad” como medio para conseguir el paraíso en la tierra se convirtió en el eje de su vida. Sus iconos fueron su amante Havellock Ellis a quien ella llamaba el Rey, y Emma Goldman, promotores ambos del sexo libre.
Era partidaria de la eugenesia para eliminar lo que ella llamaba “lo más débil de la sociedad”. Párrafos como este revelan sin subterfugios su pensamiento: “En la historia temprana de la raza, la llamada ‘ley natural’, reinaba sin interferencia. Bajo su inmisericorde regla de hierro, solo los más fuertes, los más valientes, podían vivir y convertirse en progenitores de la raza. Los débiles, o morían tempranamente o se los eliminaba. Hoy, sin embargo, la civilización ha aportado la compasión, la pena, la ternura y otros sentimientos elevados y dignos que interfieren con la ley de la selección natural. Nos encontramos en una situación en la que nuestras instituciones de beneficencia, nuestros actos de compensación, nuestras pensiones, nuestros hospitales, incluso nuestras infraestructuras básicas, tienden a mantener con vida a los enfermos y a los débiles, a los cuales se les permite que se propaguen y, así, produzcan una raza de degenerados” [2]. Cuando fue a visitar a Hitler para proponerle sus ideas de crear la súper raza, premiando a las parejas seleccionadas que tuvieran muchos hijos, este quedó encantado.
Margaret Sanger proclamaba la superioridad de la raza anglosajona a la que ella pertenecía. Consideraba inferiores a los latinos, negros y judíos. Uno de sus lemas era: “Control de la natalidad: crear una raza de purasangres” que después se sustituyó por uno menos fuerte: “Bebés por elección, no por azar”. Estas teorías que Margaret Sanger empezó a publicar a principios del siglo XIX no solo han tomado cuerpo, sino que se han superado. Hoy, la manipulación de embriones para traer al mundo hijos sin defectos, sacrificando al resto de los embriones fecundados, es un hecho.
Sin embargo, para los pobres, los negros y los hispanos tenían reservadas otras medidas. Habló con políticos para que los gobiernos esterilizaran a las mujeres a cambio de donativos. En su día no se aceptó, pero en la actualidad estas políticas se están aplicando en varios países de Hispanoamérica, Asia y África, a través de la “Agencia para el Desarrollo Internacional” (USAID por sus siglas en inglés). El fin de diezmar a estas razas siempre estuvo en la agenda de los poblacionistas.
Para Sanger la sociedad estaba plagada de imbéciles, y la excesiva fertilidad de estos hacía que se perpetuaran los defectuosos, los delincuentes y los dependientes. Margaret Sanger no ocultaba su racismo. Era partidaria de hacer uso de los métodos espartanos y de cualquier otro que llevara a la esterilización de los individuos “tarados” para evitar que procrearan.
Al hablar de eugenesia, a todos se nos viene a la mente la Alemania del Tercer Reich, pero la eliminación de los débiles fue siempre un viejo sueño de los eugenésicos anteriores a Sanger, como Galton o el propio Darwin, todos ellos con gran influencia de Malthus. Por otro lado, la eugenesia era aceptada, antes de la Segunda Guerra Mundial, como necesaria para la salud racial.
La obsesión de Sanger por controlar la natalidad la llevó a fundar en 1916, en Nueva York, la primera clínica para el control de los nacimientos, y a crear la “National Birth Control League” (Liga Nacional para el Control de la Natalidad), que tras cambiar de nombre en varias ocasiones, aterrizó en la actual “Planned Parenthood Federation of America” (Federación de Planificación Familiar de América) que dio lugar en 1942 a la IPPF, la mayor promotora de abortos del mundo, que también ve con muy buenos ojos la eugenesia. De hecho, fue la más acérrima defensora del diagnóstico prenatal para las embarazadas con riesgo de tener niños defectuosos. La IPPF se creó con fondos de la “Fundación Brush” y estableció su sede central en Londres.
Antes de la Segunda Guerra Mundial, varios consejeros de la Planned Parenthood lo eran también de la “American Eugenics Society” (Asociación eugenésica de América); por ello después de la guerra se vieron obligados a cambiar de nombre para que no se les relacionara con los nazis.
Sanger viajó a la India e intentó convencer a Mahatma Ghandi de que le diera su apoyo. Este le contestó que “las ayudas artificiales (anticonceptivos) conducen a la satisfacción inmoderada de los deseos y son por tanto desmoralizantes y debilitantes”. La idea del libertador sobre el autocontrol nada tenía que ver con la práctica del sexo descontrolado de Sanger. A Hitler, sin embargo, le había encandilado la idea de premiar a los mejores de la raza para que procrearan y crear así una raza de supermanes. En su libro Women and the New Race (Las mujeres y la nueva raza) Sanger escribió: “Lo más misericordioso que una familia numerosa puede hacer con uno de sus miembros más pequeños es matarlo” [3].
En definitiva, el aborto hoy es promocionado en el mundo por la IPPF, organización resultante de las propuestas delirantes de un ser que no es ejemplo de nada ni para nadie. Su voracidad sexual estuvo incluida hasta hace poco en el manual de patologías DSM-IV, como ninfomanía. (Hasta la llegada de la bazofia cutre y rojera que tiene a las instituciones invadidas y putrefactas).
Margaret Sanger se casó varias veces y tuvo docenas de amantes. Cuando dejó de ser atractiva para el sexo opuesto compraba la compañía de chicos jóvenes. Iba de fiesta en fiesta para aliviar su soledad, pero como ya nadie le hacía caso, recurrió al alcohol. Durante la noche vagaba borracha y tuvo que ser internada en una clínica hasta el fin de sus días, en septiembre de 1966, a los 87 años.
Mientras escribimos esto nos mueve un sentimiento ambivalente de pena y rabia. Pena porque la pobre mujer era una enferma y, por tanto, digna de lástima y de ser tratada por profesionales. Rabia porque las ideas que hicieron de esta mujer un guiñapo humano son el paradigma de la liberación feminista y así se están imponiendo en el mundo bajo las dictaduras progres.
NOTAS Y FUENTES:
1 Margaret Sanger, The Pivot of Civilization, p. 237, Maxwell Reprint Company, Nueva York, 1969, citado en Donald de Marco y Benjamin D. Wiker, Arquitectos de la cultura de la muerte, p. 264.
Margaret Sanger, Birth Control and Women´ s Health, en “Birth Control Review”, I, núm. 12, diciembre de 1917, 7.
3 Women and the New Race, New York, Brentano´s, 1920. Reimpr. Geo. W. Halter, 1928, p. 67.
Del libro Déjame nacer. El aborto no es un derecho, Magdalena del Amo, La Regla de Oro Ediciones, Madrid, 2009.