El mecanismo de transmisión de la agresividad
Lo primero es pensar en el concepto de Agresividad.
“La agresividad es un estado emocional que consiste en sentimientos de odio y deseos de dañar a otra persona, animal u objeto, pretender herir física y o psicológicamente a alguien”.
Características propias de las personas agresivas
1. Tendencia a la impulsividad.
2. Poca propensión a la Amabilidad.
3. Los hombres tienen predisposición a la agresividad física, mientras que las mujeres tienden más la agresión psicológica.
4. Tendencia a mostrarse controladoras.
5. Mayor predisposición a romper las reglas.
6. Predisposición a ver ataques personales donde no los hay.
No obstante, quiero destacar también un aspecto más amable de la Agresividad cual es:
“Empuje y decisión para emprender una tarea o enfrentarse a una dificultad”.
Qué duda cabe que para afrontar nuestras obligaciones diarias cotidianas se necesita de un cierto grado de agresividad, sin el que ni podríamos ser capaces de levantarnos de la cama por las mañanas cuando suena el despertador.
La agresividad aparece en situaciones en las que la persona se siente amenazada. Puede ser un peligro, una situación peligrosa, censurable o injusta, o la falta de atención por parte de otras personas. Pero también las condiciones ambientales la pueden generar.
Pasemos ahora al ejemplo clásico de transmisión de la Agresividad, a fin de poder centrarnos:
El Jefe de la empresa o superior jerárquico llega hoy al centro de trabajo con ira, con una serotonina endiablada o simplemente con mal humor.
Es imprescindible que este primer eslabón de la cadena (el jefe) encuentre a una víctima que le libere de ese malestar, y normalmente encuentra a un subalterno o empleado que no le pueda devolver los golpes. Tengamos en cuenta que si el jefe agresivo trata de violentar a un igual, entonces la situación se podría volver en una trifulca peligrosa. Por lo tanto partimos de un primer elemento necesario para transmitir la agresividad, que es la cobardía natural del agresivo, unida a la docilidad o debilidad del siguiente eslabón.
El empleado que ha sido vapuleado por el jefe, llega a la casa ese día con un humor de perros, y busca a la siguiente víctima. Si puede, abroncará a su mujer o a sus hijos. Siempre se repetirá el mismo esquema: maltratador y víctima indefensa. Fluye así la agresividad siempre hacia abajo.
Bueno, la señora injustamente censurada, paga su coraje con el hijo que ha traído malas notas del colegio, el cual recibe una tremenda reprimenda, mucho mayor que lo que hubiese sido lo normal, de hablar y de aconsejar.
El chaval va entonces y encorajinado, le propina una tremenda patada al perrito de la casa que estaba durmiendo plácidamente y no se esperaba este brutal trato.
El pobre animal responde dándole un mordisco fuerte a la zapatilla que encuentra por el suelo. Y aquí acaba por ahora la cadena, pues se llega hasta un eslabón que ya no puede reaccionar.
Como se ve a lo largo del proceso, la agresividad ha ido siguiendo un curso descendente en poder o autoridad desde el principio. Y no existe posibilidad de relación consciente entre el primer eslabón (jefe) y el último (perro). Si existiera un equilibrio o una justicia inamovible, lo correcto sería que el perro se topara con el jefe y le diera a éste la terrible mordida, devolviendo al origen el problema y cerrando el círculo. Pero esas cosas en la vida real no ocurren.
En los últimos tiempos, la gente me comenta lo irritable que está todo el mundo. Nadie aguanta nada. La gente se muestra “picajosa” (todo les pica). Las personas tratan de colarse por delante de los demás sin respetar las más mínimas reglas de la educación, en las colas del banco, en los comercios, en la parada del BUS, en todas partes, originándose pequeños altercados por doquier.
Pero es que yo mismo lo noto cada mañana cuando conduzco el coche en dirección a mi trabajo. Muchos conductores no respetan las normas de la conducción: se adelanta al otro de mala manera porque piensan que va muy despacio.
En otros casos circulan a bajísima velocidad formando una cola de coches por detrás, y en el último momento dan una carrerita y se saltan el último semáforo en naranja, dejando a todo el mundo cabreado por detrás y parados con el semáforo ya en rojo. Esta es una gracia que se hace mucho en Málaga.
A la pregunta de qué le está pasando a la gente, no cuesta demasiado contestar. Simplemente están transmitiendo la agresividad a los otros, y esta es una peligrosa transmisión, porque los otros no son sus inferiores, sino sus iguales, y la posibilidad de una mala respuesta (de no sumisión) es real. Por eso hay tantas trifulcas.
Respecto del primer eslabón de la Cadena Social de la Agresividad, hay que señalar lo siguiente:
La gente tiene muy poco dinero y muy pocas expectativas de conseguirlo, mientras los medios de comunicación nos meten ganas de todo con su publicidad en televisión, y eso frustra a muchos. Además esos mismos medios nos muestran el lujo insufrible de las élites que nos gobiernan, de sus privilegios, de las puertas giratorias, del dinero que colocan a salvo de la rapacidad de la Hacienda, cuando a nosotros ésta nos lleva la cuenta del más mínimo ingreso o gasto.
Todo sube de precio, el gasoil, la electricidad, el supermercado, absolutamente todo. Pero por el contrario, nuestros sueldos y los pocos bienes que poseemos, han perdido un 10 por ciento de su valor debido estallido de la Inflación.
El miedo a la muerte que han promocionado los medios de control de masas. Es como si el miedo a morir por COVID-19 fuese lo único importante. Antes de la pandemia, no se moría la gente, pero ahora sí. Es estúpido pensar así de la muerte. Siempre podemos morir por mil causas, es lo normal en esta vida. Pero una nueva frustración se agrega a la ciudadanía y provoca agresividad en la gente: no quiero morirme de COVID.
Hay días que me levanto propenso a la Utopía, y pienso en el Paradigma del Jefe y el Perro. Queridos lectores, ¿no os encantaría que los ciudadanos de abajo pudiéramos devolverle a esas élites los golpes que nos propinan con su indiferencia y desprecio, a diario? Aunque sólo fuese por un día.
A los que creen que con emitir un voto cada cuatro años, se van a resolver estos problemas, les digo que van listos.
Soñar es gratis señores.
He disfrutado leyéndolo… me ha gustado mucho, pues toca lo profundo de la cuestión. Bravo