Reaccionarios y decentes: la única alternativa al progresismo
Cualquiera que esté bien informado y procure tener opinión y criterios propios habrá llegado a la conclusión hace ya tiempo (y si no lo ha hecho acabará haciéndolo) de que en España se ha producido un cambio radical en los panoramas político y social que, inevitablemente, quien desee que el derecho a la vida, a la propiedad y a la libertad no sean derrotados por los colectivistas, intervencionistas, estatistas de toda clase y condición, debe reajustar su estrategia, reinventarse y cambiar el chip, pues, los nuevos tiempos exigen un replanteamiento de viejas y posiblemente obsoletas estrategias.
Murray Rothbard escribió acerca de ello, hace ya más de treinta años, poco antes de su prematura muerte. En múltiples ocasiones proclamó la necesidad de un reajuste, habló de la urgencia de adaptarse a las nuevas realidades políticas y sociales que habían surgido tras el colapso del comunismo en Europa del Este y la Unión Soviética. En sus artículos, entre otras muchas cuestiones Rothbard propuso una reformulación radical del espectro político y un vocabulario político revisado para expresar la nueva estrategia requerida en el contexto ideológico y político que se había visto alterado tras la caída del muro de Berlín en 1989. Desgraciadamente, todas sus advertencias fueron desoídas o cayeron en saco roto.
Después del fracaso y de la caída del comunismo -y con el nazismo y el fascismo muertos y enterrados hace más de medio siglo- la socialdemocracia era el único programa estatal que quedaba, y sus defensores estaban empeñados en aprovechar al máximo su monopolio ideológico. En la nueva era poscomunista. Pero, aunque muchos piensen que la socialdemocracia es signo de progreso, en realidad es enemigo de la tradición y de la libertad; y, desgraciadamente, una vez eliminados Stalin y quienes dicen ser sus herederos, están en el camino de lograr el poder total.
La socialdemocracia se manifiesta en múltiples formas, desde el feminismo de género, o femiestalinismo, hasta las diversas formas de «victimismo», de tal manera que, ante todos los asuntos cruciales, los socialdemócratas, da igual como se etiqueten o autodenominen se oponen a la libertad y a la tradición y manifiestan abiertamente que la única opción es «más estado» y un gobierno fuerte, a ser posible mundial.
Y hay que advertir que la socialdemocracia va acompañada de un problema muy importante: la socialdemocracia es mucho más engañosa, mendaz y malintencionada que otras formas de estatismo porque pretende, según afirman sus seguidores, combinar el socialismo con las atractivas virtudes de la ‘democracia’ y la libertad de creación, de investigación, etc. Así que, los socialdemócratas harán todo lo posible para envolverse en alguna forma de democracia, pues saben que cualquier opción política que huela a dictadura, será inmediatamente considerada liberticida y totalitaria, y acabará siendo derrotada, más pronto que tarde, haciendo caer e incluso desaparecer su estructura organizativa.
El aparente fervor, la impostada devoción de los socialdemócratas por la democracia sirve como pretexto para atacar a quienes afirman la inviolabilidad “absoluta” del derecho a la libertad de expresión y a la libertad de prensa. La aversión de los socialdemócratas a la libertad de expresión les lleva, cada vez que tienen ocasión a restringir o prohibir el discurso o la expresión de quienes ellos consideran “antidemocráticos”, por el simple hecho de ser sus contrincantes.
En el vocabulario de los socialdemócratas «antidemocrático» es desde cualquiera que pueda ser tildado de incurrir en «crimen de opinión o pensamiento de odio», hasta quien ose cuestionar la ideología de género, o poner en cuestión «el calentamiento global» o «el cambio climático de origen antropogénico», o cualquier cuestión que se les ocurra para descalificar y demonizar a quienes ellos consideran sus enemigos.
Progresismo: la filosofía social de la socialdemocracia
El progresismo es mucho más que un programa social y económico para el aquí y ahora. Es una filosofía social utópica que pretende hacer realidad utopías como la proclamada por Platón (La república y el gobierno de los sabios), o la Utopía de Tomás Moro, o la Ciudad de Dios de San Agustín, o cualquiera de los muchos mundos felices ideados durante siglos… En tales creencias subyace el mito de la Ilustración de que la historia es una marcha inexorable y siempre ascendente hacia la perfección de la humanidad. En el caso de los socialdemócratas, la perfección se define como una sociedad gobernada y diseñada por un estado socialista justo, eficiente e igualitario. Además, a diferencia de los marxistas tradicionales, Los progresistas socialdemócratas creen que la historia no se desarrolla a través de la lucha de clases y la revolución sangrienta, sino a través de la implacable marcha hacia adelante de la democracia.
El objetivo final de esta transformación progresiva e inevitable de la sociedad no es, como proclamaban Carlos Marx y sus seguidores la erradicación de todas las clases sociales, de la economía de mercado (léase capitalismo) y abolir la propiedad privada para alcanzar la propiedad colectiva de los medios de producción, bajo la dictadura del proletariado. La aspiración de la socialdemocracia es la consecución de un estado socialista e igualitario dirigido por burócratas, intelectuales, tecnócratas, ‘terapeutas’ y una nueva clase, los gestores de la moral colectiva, en colaboración con grupos de presión de «víctimas» que luchan por la igualdad. La clase capitalista y empresarial no será liquidada, ni sus medios de producción serán expropiados. En cambio, se mantendrá la economía de mercado, pero fuertemente gravada, regulada y restringida. Los socialdemócratas no participan de la idea de “lucha de clases”, por el contrario, aspiran -dicen- a una especie de “armonía de clases”, en la que los capitalistas y el mercado trabajen por el bien de la sociedad y del aparato estatal parasitario.
Revisión del espectro político
Como resultado de la eficaz propaganda de los socialdemócratas, todas las agrupaciones políticas acabaron abrazando el nuevo credo: la «democracia», sinónima de «progresismo», un absoluto moral último, que ha acabado reemplazando virtualmente a todos los demás principios morales, incluidos los Diez Mandamientos y el Sermón de la Montaña. Hasta tal punto hemos llegado que, la izquierda ya incluye a liberal-conservadores, conservadores y neoconservadores, liberales de izquierda e incluso forman parte de ella todas o casi todas las élites intelectuales, académicas y mediáticas aliadas y grupos de víctimas oficialmente reconocidas por el sistema, el estado socialdemócrata o estado del bienestar.
Es por ello que, quienes no se cobijan bajo el paraguas del progresismo el mejor vocablo que los define es el de «reaccionario», reaccionario en lo político y en lo económico… pues, los hasta ahora denominados conservadores o similares también son progresistas, socialdemócratas y participan de los mismos objetivos y principios de la socialdemocracia.
La palabra “reaccionario” es la más adecuada para denominar a quienes se oponen a la agenda progresista. La palabra se empezó a usar durante la Revolución Francesa para nombar a quienes pretendían restarurar el Antiguo Régimen. Posteriormente fue Marx, quien usó el vocablo, de forma peyorativa para describir a quienes le antecedieron y a sus contrincantes en la Asociación Internacional de Trabajadores y las que le siguieron (segunda internacional, etc.) en el siglo XIX, cuyos esquemas económicos utópicos – a su entender- implicaban viajar para atrás en el tiempo a la era precapitalista y preindustrial de feudalismo y gremialismo medievales. Siguiendo el ejemplo de su maestro, los comunistas y socialdemócratas posteriores usaron «reaccionario» como una palabra difamatoria contra los defensores del capitalismo por oponerse a la supuestamente inevitable marcha de la historia hacia el socialismo. Tanto en la cosmovisión comunista como en la socialdemócrata, la moralidad más alta, si no la única, es ser “progresista”, estar… del lado de la inevitable siguiente fase de la historia. De la misma manera, la inmoralidad más profunda, si no la única, es ser “reaccionario”, reaccionar oponiéndose al progreso inevitable, o incluso y en el peor de los casos, trabajar para hacer retroceder la marea y restaurar el pasado, “para hacer retroceder el reloj”.
El odio que se atribuye hoy al término “reacción” o “reaccionario” se debe estrictamente a su uso polémico por parte de los ideólogos marxistas. Fuera de la política, el término tiene una connotación positiva en muchos contextos. En particular, la reacción antígeno-anticuerpo “es la reacción fundamental en el cuerpo mediante la cual el cuerpo se protege de moléculas extrañas complejas, como patógenos y sus toxinas químicas”. El sistema inmunitario humano es reaccionario. Reacciona contra los invasores y los aniquila y restaura el cuerpo humano a su saludable status quo anterior… En Física se habla de acción y reacción y conservación del movimiento, y un largo etc.
Reaccionar significa responder o actuar de una manera determinada como respuesta a un estímulo, defenderse de un ataque, responder a una agresión, oponerse a algo que se considera inadmisible, según el diccionario de la Real Academia Española.
Por lo tanto, ser un reaccionario político-económico es tener como objetivo enderezar los entuertos, lo que no funciona de nuestras instituciones económicas, sociales y culturales perpetrados por políticas progresistas, poner remedio a lo que los socialdemócratas-progresistas hacen que no funcione correctamente; hacer retroceder «su reloj» expulsando a los cárteles mafiosos y su burocracia de los terriotorios que controlan, de sus posiciones de poder e influencia y restaurando, regenerando el cuerpo social para que recupere la salud.
Murray Rothbard aplicó de forma muy inteligente, sagazmente, su análisis del progresismo para explicar el misterio del amargo e histérico odio izquierdista hacia Francisco Franco y Augusto Pinochet, de España y Chile, respectivamente. El odio de la izquierda hacia estos hombres era incluso mayor que hacía Hitler. Porque Franco y Pinochet habían frustrado la marcha de la historia, en realidad habían hecho retroceder el reloj al encabezar exitosas contrarrevoluciones contra los supuestamente elegidos democráticamente gobiernos de izquierda. Hoy somos testigos de las mismas condenas frenéticas, injurias, reproches… demanera desquiciada de los progresistas contra Donald Trump en los EEUU, Viktor Orban en Hungría y Giorgia Meloni en Italia porque estos hombres y esta mujer han cometido un «pecado» aún más grave contra el credo progresista que en el que incurrieron Franco y Pinochet. Pues, han logrado el poder mediante elecciones democráticas utilizando una retórica reaccionaria explícitamente antiprogresista. Desenmascarando, dejando al descubierto de esa manera el mito de que la democracia es la garante del inevitable progreso social hacia un estado socialista igualitario.
Si los actuales políticos populistas en Estados Unidos y Europa creen o no en su propia retórica y son auténticos reaccionarios, no viene al caso. Su ascensión al poder en elecciones democráticas, a pesar de la interminable corriente de burlas, odio y desprecio que les arrojan las élites políticas, mediáticas y académicas occidentales, demuestra que sería posible una reacción genuina con el líder correcto.
Un movimiento reaccionario necesita “un líder carismático que tenga la capacidad de cortocircuitar a las élites de los medios y llegar y despertar a las masas directamente”. Para ser efectivo, aparte de ser decente (pues se pretende que agrupe en torno a sí a los ciudadanos decentes) el líder de un movimiento político disidente debe ser un “demagogo”. Hombre o mujer, da igual el sexo, debe presentar la verdad en un lenguaje simple, eficaz, pero emotivo. Los intelectuales progresistas, socialdemócratas lo tienen muy claro, es por ello que atacan severamente, con furia, violentamente cualquier iniciativa reaccionaria que vaya en la direccion de lo que se viene exponiendo.
Redefiniendo la práctica política como una guerra
El problema es que los malos, las clases dominantes, han conseguido que las élites intelectuales y los medios de información, creadores de opinión y manipulación de masas sean sus aliados, para que asuman la tarea de engatusar, embaucar a la mayoría de los ciudadanos para que se sometan a sus gobiernos y consientan que los adoctrinen hasta adquirir “falsas conciencias”, como diría un marxista.
Y esto ocurre porque, desde principios del siglo XX, los políticos progresistas y liberales y sus compinches empresariales y financieros han inducido a un número cada vez mayor de intelectuales a disculpar y legitimar a los diversos gobiernos a cambio de subsidios o de acceso a empleos más o menos lucrativos, dependientes de las agencias gubernamentales y oficinas reguladoras, del estado del bienestar, la enorme burocracia utilizada por los mafiosos y corruptos como bolsas de empleo para premiarlos. La tarea de moldear la opinión pública ha sido encomendada a una clase privilegiada y mimada de intelectuales, académicos, científicos sociales, tecnócratas, científicos políticos, trabajadores sociales, periodistas, trovadores, bufones, tertulianos…
Entonces, ¿qué es posible hacer para romper este formidable monopolio y destruir la alianza del estado del bienestar, del consenso socialdemócrata y sus apologistas intelectuales privilegiados?
Rothbard recomendó “una estrategia de audacia y confrontación, de dinamismo y entusiasmo, una estrategia, en definitiva, de despertar a las masas de su letargo y desenmasacarar a las élites arrogantes que las gobiernan, las controlan, las gravan y las estafan”.
No se olvide que lo que las élites gobernantes temen es un populismo reaccionario, de gente decente. Prefieren una discusión supuestamente cordial, con comedimiento, solemne y sin acritud. Los políticos progresistas temen especialmente y advierten contra la llamada política del resentimiento, precisamente porque el resentimiento estaría dirigido hacia ellos por parte de aquellos a quienes saquean y de los que parasitan. La única alternativa es regresar a la política ferozmente ideológica y altamente partidista de tiempos pretéritos con un componente claro y rotundo de amargo resentimiento personal hacia los progresistas y socialdemócratas diversos.
La estrategia de los decentes-reaccionarios debe apuntar hacia las mentiras, la corrupción y los escándalos de miembros concretos de los miembros del consenso socialdemócrata y especialmente de los miembros de la coalición gobernante.
El principal objetivo debe ser conseguir que los decentes y reaccionarios comprendan una idea simple, asimilada hace mucho tiempo por la izquierda, de que la política es la guerra.
Como decía Carl Schmitt, “el adversario intenta negar el estilo de vida de su oponente y, por lo tanto, debe ser rechazado o combatido para preservar el propio”. Está en juego nuestra forma de vida, nuestra civilización, nuestra existencia. Además de lo anterior, la política implica lo que Schmitt llama “enemistad” o la distinción entre “amigo y enemigo”, conceptos “que deben entenderse en su sentido concreto y existencial, no como metáforas o símbolos”. Pues, citando de nuevo a Schmitt: “La guerra se sigue de la enemistad. La guerra es la negación existencial del enemigo», Sin duda alguna, se trata de una guerra en el sentido existencial. Las élites gobernantes, en virtud de su control del aparato del Estado, no solo amenazan con violencia física e incluso la muerte (muerte física o muerte civil) contra los gobernados por no someterse a sus impuestos y normas, sino que también practican la violencia y el asesinato contra los disidentes o insumisos entre los gobernados.
Conclusión
Murray Rothbard afirmaba que cualquier desafío político serio a los progresistas, a los socialdemócrata de toda clase, por parte de un movimiento de personas decentes y reaccionarias unido y consciente de sí mismo sería una guerra, y una guerra con matices religiosos, una cruzada.
«Estamos comprometidos, en el sentido más profundo… en una «guerra religiosa» y no solo cultural, religiosa porque el liberalismo de izquierda-socialdemócrata es una visión del mundo sostenida con pasión, religión en el sentido más profundo, sostenida por la fe: la visión de que el meta inevitable de la historia es un mundo perfecto, un mundo socialista igualitario, un Reino de Dios en la Tierra…. Es una cosmovisión religiosa hacia la cual no debe haber cuartel; debe ser opuesta y combatida con cada fibra de nuestro ser…. Y la metáfora es propiamente militar. La lucha que se avecina es mucho más amplia y profunda que la indexación de las ganancias de capital (ajustar pagos de ingresos mediante un índice de precios, para mantener el poder adquisitivo de los ciudadanos). Es una lucha a vida o muerte por nuestras propias almas y por el futuro de nuestra civilización, de nuestra forma de vida… La guerra de la reacción, el alzamiento de la gente decente requerirá sobre todo coraje, las agallas para no doblegarse ante la respuesta difamatoria, vejatoria, calumniosa… casi segura, predecible de los medios de información, creadores de opinión y manipulación de masas, los opinadores, trovadores, bufones y toda la legión de «todólogos»… Y, sobre todo, necesitamos lo que la izquierda teme especialmente: una adhesión a la metáfora militar, al concepto de nosotros contra ellos, los buenos contra los malos, me refiero a luchar para preservar un orden social en el que todos —cristianos y no cristianos, nativos e inmigrantes, blancos y de todas las razas y minorías de toda clase y condición, hombres y mujeres— encuentren su lugar “adecuado” en la sociedad . . Debemos empujar para hacer retroceder todo lo que guarda relación con la socialdemocracia y el progresismo, no sólamente para salvarnos del Estado depredador que nos saquea y priva diariamente de los más elementales derechos (a la vida, a la libertad, a la propiedad, a la búsqueda de la felicidad…) sino para frenar la cultura nihilista y el relativismo moral, y restaurar nuestras tradiciones. Debemos clavar la estaca de madera en el corazón del Enemigo, para matar de una vez por todas el monstruoso sueño del nuevo orden mundial en el que sus promotores pretenden que todos seamos pobres, deshumanizados y «felices».
La lección para las personas decentes-reaccionarias es que sólo hay dos bandos en la lucha política actual. No hay término medio. O eres progresista o reaccionario. O te unes al socialismo en sus múltiples variantes, o te unes a la reacción, a la lucha para hacer retroceder el progresismo, el estado del bienestar (mejor dicho: el bienestar del estado, sus cárteles mafiosos, sus capos y su red clientelar y de burócratas); o te sumas al progresismo o te sumas a la guerra contra la socialdemocracia para hacerla añicos.