Una exmusulmana padeció un calvario por los abusos familiares y la justicia canadiense
Marcelo Duclos.- «Este libro es para toda persona que se siente aplastada bajo la enorme presión y las terroríficas amenazas del islam. Espero que mi historia te ayude y te inspire para que puedas liberarte y desplegar tus preciosas alas». Así comienza Sin velo, un libro escrito en primera persona por Yasmine Mohammed, que en la actualidad se denomina como «exmusulmana». Una víctima del extremismo islámico, de los más aberrantes abusos sexuales y físicos de un padrastro, de una madre cómplice y de la justicia de Canadá. Aunque parezca increíble, un juez de ese país justificó lo injustificable con el argumento de diferencias «culturales».
«Levanta su vara de plástico naranja, su favorita, la cual reemplaza los listones de madera que se quebraban una y otra vez. Al principio me alegré por el cambio, dado que la vara no se astillaría. Pero no me percaté de cuánto más me dolería. Por el resto de mi vida odiaré el color naranja. El hombre azota las plantas de mis pies, su punto predilecto, pues las heridas permanecen fuera de la vista de los maestros. Tengo 6 años, y este es mi castigo por no memorizar como corresponde las suras del Corán».
Este es uno de los primeros recuerdos de la infancia de Yasmine. El perpetuador es el «tío» Mounir. Se trata del esposo de su madre. Ella no es la única mujer de él. Mounir la «aceptó» como su segunda esposa, aunque sea solamente en el marco de lo religioso. Es que viven en Canadá. Sin embargo, las garantías de una democracia occidental no fueron suficientes para la joven que vivió un verdadero calvario por culpa de su familia, pero también por responsabilidad de la justicia de ese país.
Como cuenta en su libro, Yasmine —que recuerda de la peor manera que su nombre es con «Y», no con «J», ya que escribirlo de esa manera una vez le costó una tortura física excepcional por parte de su padrastro, que la dejó atada boca abajo colgando—, no podía contar con su madre. Cada vez que ella le contaba lo que Mounir le hacía, su progenitora (con la que ya no tiene más contacto) se limitaba a escucharla en silencio. Es que ella no era mucho mejor. Una vez, por quitarse el velo, la amenazó de muerte.
Sin nadie en su familia que pudiera ayudarla, la joven tomó coraje y compartió su drama con un maestro. Aunque él hizo lo que debía hacer y se ocupó de que el caso llegara a la justicia canadiense, el juez emitió un fallo bochornoso. «El juez dictaminó que el castigo corporal no iba en contra del derecho de Canadá y que, debido a nuestra cultura, a veces esos castigos podían ser más severos que en un hogar canadiense promedio». Según Yasmine, esto no es una excepción, sino la muestra de un progresismo occidental que termina siendo cómplice de la barbarie religiosa del Islam extremo.
Al castigo físico le siguió el abuso sexual. Esperando que esto sí sea motivo de indignación de su madre, la víctima le contó que su esposo abusaba de ella. Pero como siempre, la única respuesta fue el silencio. Luego de una adolescencia tortuosa como su infancia, Mohammed cambió el infierno de su hogar por uno nuevo: el de un matrimonio forzado con un miembro de Al Qaeda. Con él tuvo una hija. Al corroborar que procederían con la ablación del clítoris de la pequeña, Yasmine escapó con su hija de la ciudad.
Cambiándose de nombre para no ser localizada, pudo acceder a un préstamo para estudiar y se especializó en Historia de la Religión. Hoy lidera una fundación llamada Free Hearts, Free Minds, donde lucha por los derechos de las mujeres que sufren historias como las suyas.