Estos son los derechos humanos que Catar no respeta
Queda poco más de tres días para que arranque el Mundial de fútbol en Catar y no se deja de hablar de alineaciones, selecciones favoritas y quinielas de finalistas. El país anfitrión casi ha conseguido su objetivo: un lavado de imagen capaz de tapar las vulneraciones de derechos humanos que sufren cada día las mujeres, las personas migrantes, la prensa o el colectivo LGBTI. La FIFA, otras federaciones nacionales y algunos medios han contribuido a este blanqueo. No obstante, los códigos de conducta que rigen el emirato dejan bien claro lo que se permite y lo que no, lo que es moral y lo que ni por asomo. Las autoridades cataríes recuerdan incisivamente sus normas y restricciones de cara a la celebración deportiva, mientras compran el silencio de los visitantes y aficionados más maleables. Este es el listado de derechos humanos fundamentales que Catar, uno de los territorios más conservadores y ricos del mundo, todavía no reconoce.
Las mujeres, bajo el yugo del varón
La población de Catar está profundamente descompensada. Mientras que los hombres constituyen el 75% del censo, las mujeres suponen un pobre 25%. Sin duda, los hombres valen más en la monarquía ultraconservadora del emirato. Por valer, lo valen todo. Ellas no pueden hacer nada sin el permiso y la aprobación de un varón. Ni estudiar en el extranjero, ni casarse, ni acceder a ciertos puestos de trabajo. Tampoco pueden viajar a otros países, ni recibir tratamientos de salud reproductiva. Las mujeres en Catar viven en la más absoluta sumisión, dependientes para todo de la tutela de un sujeto masculino.
Las mujeres que se divorcian en Catar pierden la tutela de sus hijas e hijos
La figura del dueño y propietario la ocupa primero el padre. En su defecto, lo hacen el abuelo, el tío o el hermano mayor. En Catar, cualquier hombre vale para controlar a una mujer. Una vez se casan, la tutela pasa a manos de sus maridos. En el matrimonio, la legislación sigue discriminando a las mujeres, que sufren agresiones y son subestimadas. Si se atreven a pedir el divorcio, tienen que superar una dura carrera de obstáculos. Las que llegan a la meta, reciben el trofeo en forma de venganza: se quedan sin la tutela de sus hijas e hijos.
Las mujeres cataríes ni siquiera pueden vestirse como ellas quieran. En público, están obligadas a utilizar el hiyab, un velo para cubrir la cabeza y el pecho. Las que muestran un mínimo gesto de rebeldía, sufren represalias. Igual que las que se quedan embarazadas fuera del matrimonio, que son llevadas a juicio y corren el riesgo de acabar lapidadas. Los hombres, en cambio, tienen permitido casarse hasta en cuatro ocasiones.
Penas de prisión para el colectivo LGBTI
En Catar, las relaciones entre personas del mismo sexo tampoco están permitidas. En el artículo 296 de su Código Penal las califican como “sodomía o disipación”. El colectivo LGBTI sufre persecuciones, acoso y menoscabos de forma arbitraria. Ser homosexual en el emirato se considera un delito, penalizado con hasta siete años de prisión. En Catar, por ley, prefieren la homofobia.
De hecho, hace un par de semanas Jalid Salman, embajador del Mundial de fútbol, dijo en una entrevista para la televisión pública alemana que la homosexualidad era un “daño mental”. Soltó el dardo sin ningún tipo de pudor. A continuación, recordó que en el país anfitrión había unas normas y que “todo el mundo tendría que cumplirlas”.
El seleccionador danés, Kasper Hjulmand, en el anuncio de los jugadores convocados para el Mundial de Qatar.
La FIFA prohíbe a Dinamarca entrenar con una camiseta en defensa de los derechos humanos en el Mundial de Catar
Los trabajadores migrantes, sin derechos
Las personas migrantes sufren abusos y explotación en el trabajo de forma autorizada. La kafala es el sistema laboral predominante en Catar y otros países del Golfo Pérsico. Consiste en un modelo de patrocinio que mantiene a los trabajadores legalmente vinculados a sus empresas o empresarios. No pueden cruzar las fronteras del emirato sin un patrocinador que, supuestamente, los respalde. Una vez acceden, quedan a su merced. Tienen dificultades para cambiar de empleo y no pueden abandonar el país a la ligera. Necesitan la autorización de sus jerarcas para prácticamente cualquier movimiento.
Las personas migrantes trabajan sin descanso, bajo temperaturas extremas y sin protección
Además de trabajar de lunes a domingo, sin medidas de seguridad y bajo temperaturas extremas, viven hacinados en campamentos que las propias empresas ponen a su disposición. Son viviendas comunes, donde comparten habitación con hasta otras ocho personas, sin higiene ni protección. Este sistema ha recibido numerosas quejas y las autoridades cataríes se habían comprometido a eliminarlo en 2018, pero todo apunta a que sigue dominando los cánones del trabajo y dando rienda suelta al despotismo de los magnates.
Las leyes de la censura
La libertad de expresión también está restringida en el país asiático. Las voces discordantes no gustan a los jeques cataríes. La legislación es tremendamente abusiva en este sentido y no hay escrúpulos a la hora de perseguir cualquier postura crítica. Sonadas son las detenciones y los ensañamientos perpetrados contra periodistas y activistas por los derechos humanos que operan en Catar. Ahora que se aproxima el Mundial de fútbol, el país anfitrión intenta comprar el silencio de los aficionados extranjeros regalando viajes gratis y entradas para los partidos. Pero gratis en este mundo no hay nada y la moneda de cambio tiene un valor incalculable: su complicidad.
(Público)