La superioridad moral de la izquierda
Quizás, si la diputada Carla Toscano hubiera dicho a Irene Montero que su único mérito era el de haber sido esposa de, nombrada por y sin preparación, palabras que Pablo Iglesias dedicó a la señora Ana Botella; es decir, la mujer de Aznar, la del relaxing cup of café con leche, el resultado hubiera sido el mismo: la izquierda suele poner el grito en el cielo cuando alguien, que no sean ellos, hace lo que ellos suelen hacer.
Cuando la izquierda acosa, se llama jarabe democrático; si lo hace la derecha, se llama escrache o acoso. Fíjense en la bonita y sutil diferencia. Franco fusilaba y llenó las cunetas de cadáveres; los comunistas, por el contrario, te daban un paseíllo que, aunque parezca más saludable, terminabas con la espalda pegada a un paredón.
Una madre encuentra a su hija muerta en la cama (después de atiborrarla a pastillas) o una madre y una hija mueren al caer desde un quinto piso (de forma voluntaria y premeditada al menos la madre), mientras que un padre siempre asesina.
Desenterrar a Franco o a Queipo de Llano, además de “justo y necesario”, es memoria democrática. El día que un gobierno decidiese desenterrar, como decía la canción, a la “puta , roja y ordinaria” de Dolores Ibarruri, la memoria democrática, por arte de birlibirloque, se transformaría es fascismo de estado, no les quepa duda.
Así que aunque nadie miente al decir que la Montero fue mejor que Tania Sánchez y mucho mejor que Dina Bousselham, la superioridad moral de la izquierda impide decir dónde, con qué artes y si volvía a casa sola y borracha o volvía con alguna rata cheposa.