Políticos débiles & democracias débiles
De todos es sabido que grandes sectores sociales, desde hace tiempo, desconfían cada vez más de las formas políticas habituales que se están dando en España: centro, derecha e izquierda andan bastante alejados de la realidad. Hemos pasado de la gallardía y exquisitez de un personal fuera de lo común a un trombo de personas que han hecho de la política un auténtico esperpento donde nos han dirigido a una máxima degradación de los valores de los que ya Valle Inclán hablaba de ellos. Nos van sobrando cada día más fantoches de la política y ésta ya huele desde hace tiempo a crisantemos, flor por excelencia de nuestros cementerios.
El pasado viernes 25, nos despertábamos con la noticia de que para estas Navidades, tanto Desgobierno por hacerla y, Oposición, por sus silencios, avanzan a marchas forzadas en su anteproyecto de la Ley de Familias y cuando esta ley entre en vigor, por sus bemoles, habrá nada menos que dieciséis catalogaciones de familias, como si fuésemos berenjenas, aceitunas o naranjas. Tal ley subyace la utilización de la ciudadanía conforme a parámetros políticos que segmentarán irracionalmente el corazón de todos nosotros. Nos situamos una vez más ante otra ley que solo es una pieza más de la sinuosa arquitectura social que diseña la izquierda y aprueba la derecha con sus silencios.
Estamos a fecha de hoy, guste o no, ante un verdadero problema de gobernabilidad. Los diversos partidos políticos se nutren del mundo ciudadano que hoy existe y, los buenos, los que merecen claramente la pena que estén en la política, ante tal sinvergonzonería, hacen bien en quedarse en casa. Será la única manera de no mancharse las manos de todo lo que roce. ¿Quién baja entonces a la arena política? Cuatro chalados de atar, con garra, pero muchas veces acompañados de mediocres que Dios sabe realmente lo que buscan y muchas veces sin haber pegado un palo al agua en toda su vida. Este es el panorama sombrío actual.
De aquí atrás, los partidos han sido “chavales y buenas mozas ” con cierta flexibilidad y temerosos de los cambios de humor de su electorado. Muchos de ellos han nacido al lado de una fotocopiadora de la sede del partido y no busques más. Los partidos tradicionales acabaron tomando conciencia de que las diversas crisis les había pillado enjugascados, posiblemente satisfechos de sus logros y, si me lo permiten “a salvo de los caprichos del electorado”.
Pasado cierto tiempo, unos y otros, desalojados de sus grandes mayorías y con pérdidas electorales impensables, iniciarían la gran carrera por incorporar medidas de relegitimación con afiliados, simpatizantes y electores; se dice que realizaban elecciones internas; se comenta que reintroducían primarias para elecciones de sus candidatos electorales, consultas directas a afiliados, etc. Pero sin embargo, tales procesos de “democratización aparente”, en mayor o menor medida, diseñados no como instrumentos de apertura social, han generado grandes concentraciones de poder en torno al líder.
Pero he aquí que, aunque el líder fuerte tenga ventajas organizativas, salta a la palestra la ausencia de controles internos que facilitan la transformación de la dirección de los partidos en aparatos electorales de apoyo al líder. La organización se debilita al ser la crítica o la discrepancia rápidamente estigmatizada como deslealtad. El líder y su equipo carecen de incentivos para establecer aburridos acuerdos internos y, la antigua “mesa camilla”, si bien poco democrática, representaba una cierta correlación de fuerzas internas, que ahora es sustituida por el “círculo íntimo”, cuya continuidad está estrechamente vinculada a la del propio líder. Paradójicamente, el recurso directo a los afiliados y los electores, lo atrapa en un círculo de soledad, pues no existen incentivos para tejer alianzas internas, que siempre constituyeron las bases tradicionales de la política. También, la ausencia de controles internos debilita por sí a la institución, la aísla de sus afiliados y electores en el medio plazo.
Ante un partido debilitado, un líder fuerte y efímero ¿cómo extrañarnos de la escasa disposición al pacto en la política española? A medio plazo, los partidos deben encontrar una nueva síntesis para una vieja tensión entre los “partidos demanda” como herramienta de movilización y pertenencia de un electorado y una ciudadanía en permanente transformación, olvidándonos de izquierdas y derechas. Se ha de buscar una sociedad donde el sentido mismo de la intermediación se transforma y la economía de plataformas invierte los términos de las relaciones económicas, donde los partidos políticos deben seguir experimentando no pocos cambios.
“Necesitamos una nueva ley de partidos que, como la alemana, proteja e incentive a los afiliados como sujetos activos del derecho a la participación política y establezca controles y contrapesos en el ejercicio de la dirección política interna. Necesitamos avanzar en la democratización de los sistemas de competición interna en la selección de candidatos electorales”, probablemente la función más importante de los partidos, sin la cual la eficacia del derecho constitucional al sufragio pasivo queda secuestrado por una pequeña oligarquía orgánica. La regulación del sistema electoral debe contemplar los procesos de selección de los candidatos en el interior de los partidos, con normas comunes que garanticen su funcionamiento democrático bajo la supervisión, si es posible, de las Juntas Electorales. Los partidos deben dejar de ser el agujero negro de la democracia.
Quizás ayude volver a pensar en el medio plazo, en la vieja y noble idea del legado que, es importante, porque, con partidos débiles, la democracia siempre será débil, frágil.