Los sobres oportunos
Resulta siempre sospechoso que un Madrid lleno de bombas, con textos autógrafos comunes, coincida con debates incómodos para el Gobierno
Baile de sobres. Como las balas en la antesala del ministro del Interior. Hay por ahí unos individuos, desde territorio español, que están enviando petardos a diversos objetivos relacionados con la guerra de Ucrania, todos ellos enfrentados a la causa rusa de ocupación y devastación. Nada que objetar: el culpable de enviar sobres con dinamita es el que los envasa y le pone dirección concreta, bien lo sabemos los que hemos recibido alguna caja con sorpresa explosiva. No habrá de ser este humilde columnista el que ponga en duda la certeza de la pólvora, esa que puede arrancar las manos de quien abra un paquete o de quien lo transporte. Hay alguien por ahí que decide ajustar cuentas con quien ha acudido al socorro de un país invadido por un sátrapa con ansias imperialistas: los servicios de inteligencia, a buen seguro, podrán deducir de quién se trata y pondrán a disposición de las autoridades a los aficionados que andan jugueteando con pirotecnia varia. Digo aficionados porque cualquiera con dos dedos de frente sabe que ningún sobre con elementos explosivos llega a su destino sin pasar por los más elementales controles. No es menos cierto que muchos de los que hacen llegar artefactos de estas características lo que quieren no es tanto que lesionen a sus destinatarios como que se sepa que se han enviado.
A la presidencia del Gobierno, al parecer, llegaron hace unos días sobres con metralla de mascletá. Cualquiera con dos dedos de frente sabe que eso jamás pasa del control de paquetería, y quiero imaginarme que no es una situación inesperada. Me gustaría saber lo que encuentran en Moncloa en cada paquete que se recibe. Sí me llama la atención el manejo de los tiempos: coincidiendo con el inicio del debate que aspira a despenalizar el delito de sedición (a favor de los delincuentes que incurrieron en el mismo), seis días después de los hechos, comunican que se recibió en la puerta de Moncloa (de la puerta no pasó), un paquete bomba. No dudo que sea cierto, pero sí sospecho de su utilización propagandística, como dudé de las balas que, supuestamente, llegaron a la antesala del ministro del Interior poco antes de las elecciones en la Comunidad de Madrid. De aquellas balas nunca más se supo, y solo queda para la comedia nacional la reacción teatral de Yolanda Díaz cuando supo que a otra ministra le habían enviado una navajita con pintura. No me negarán que resulta llamativo que la investigación policial de aquellos hechos no haya desembocado en absolutamente nada.
Resulta siempre sospechoso que un Madrid lleno de bombas, con textos autógrafos comunes, coincida con debates incómodos para el Gobierno, como el que se desarrolla en el Congreso para despejar el camino a los sediciosos hacia sus permanentes objetivos. Se conoce que no era suficiente el partido que enfrentaba a la Selección Española con la Japonesa. Hacía falta algo más. Toda la parafernalia al servicio del despiste oportuno es poca. Somos tontos, de acuerdo, pero no tanto.