Hay que acabar con el virus del género y sus variantes: muchos hombres sufren maltrato
La pandemia nos ha puesto a todos a hablar de los virus y de las diferentes teorías sobre ellos. La teoría de Antoine Béchamp, tan defendida por Stefan Lanka, cobra fuerza sobre la de Louis Pasteur. Cada vez son más las voces que apuntan a la necesidad de un replanteamiento de la biología y el papel de los virus. Quizá no sean nuestros enemigos.
También se ha hablado hasta la saciedad sobre los virus quimera o de laboratorio, aquellos a través de los cuales los científicos realizan su vocación frankenstein y las élites financiadoras dan rienda suelta a sus psicopatías. Pero hay otro tipo de virus que no se pueden ver al microscopio, y que están haciendo estragos en la sociedad creando una auténtica pandemia de consecuencias devastadoras. Me refiero a los virus mentales y emocionales, productos artificiales de la ingeniería verbal/social, es decir, de la manipulación de quienes en presencia y tras bambalinas dirigen el mundo. Uno de estos virus es el del género y sus múltiples variantes, mucho más peligroso que cualquier covid con sus deltas y omicrones de turno.
Nos han acostumbrado a dar prioridad a los temas económicos y utilitaristas. El estado del bienestar y de la abundancia nos ha hecho frívolos y superficiales. Así, hemos ido olvidando nuestra condición de seres espirituales, y si dejamos que esta parte se calcifique nos convertiremos en simples seres nacidos para trabajar, comer, dormir, procrear y retozar. Lo típico de cualquier mamífero, pero demasiado poco para el hombre, que debe cumplir con su destino evolutivo hacia el superhombre. Pero no a cualquier precio; no a través de la inteligencia artificial, con artilugios postizos, implantes de memoria y chips para modular nuestras redes neuronales desde el exterior y crear pensamientos y sentimientos ad hoc. Nos referimos al superhombre por la vía natural de la evolución. La epigenética tiene mucho que decir al respecto. Pero en este artículo quiero incidir en la ideología de género, la gran plaga moral de nuestros días. Si hace un tiempo definimos esta doctrina como una ideología totalitaria, hay que incluir el calificativo de excluyente. Sus representantes, aprovechándose de su poder político y mediático, marginan, acosan, chantajean y extorsionan, en primer lugar, a los hombres, que son las auténticas víctimas; después, a las mujeres que les plantamos cara y nos atrevemos a decirles abiertamente que no nos representan; a los medios de comunicación que no comulgan con sus ruedas de molino, a los políticos que osan estar en desacuerdo, y a los mismos jueces, a quienes pretender reeducar para que admitan las aberraciones gestadas en mentes desequilibradas. Desequilibradas, digo bien. Basta echar un vistazo a sus biografías desprovistas de maquillaje, retoques y omisiones.
Marx siempre se lamentó de no haber propuesto en su manifiesto la eliminación radical de la familia. Decía que no era suficiente que los hijos fueran propiedad del Estado. Las hembristas del género –que de femeninas tienen muy poco— han solucionado el problema, sin decreto, recreando la teoría de la lucha de clases, sustanciada en el conflicto entre hombres y mujeres. Uno de los postulados de esta ideología es la abolición de la familia. Por eso han creado diferentes tipos de unión en las que todo es posible.
Aunque el feminismo radical tiene su origen en el pensamiento de personajes del siglo pasado como, Margaret Mead, Margaret Sanger o Alfred Kinsey, más otros que han ido aportando sus ideas, la auténtica construcción de la ideología se debe al pensamiento de tres mujeres: Germaine Greer que, a través de la revolución sexual, propone un cambio de sociedad; Kate Millet, autora del concepto de patriarcado como modelo de opresión a la mujer; y Shulamith Firestone que aglutina el pensamiento de las anteriores y crea la dialéctica del sexo, como ideología postmarxista. A partir de aquí se identifica el feminismo con el supremacismo sobre el hombre, el sexo descontrolado, la contracepción, el aborto y la eugenesia. Con el tiempo, la ideología se fue radicalizando cada vez más, apoyada por leyes injustas que discriminan al hombre, como la controvertida ley de violencia de género, en virtud de la cual al hombre se le priva de su derecho a la presunción de inocencia, mientras a la mujer hay que creerla por decreto, aun sin pruebas. Se han acuñado frases como “a la mujer hay que creerla siempre” –Carmen Calvo— y “los hombres nacen con el gen del maltrato” –Manuela Carmena—. Por no hablar del “sí es sí” tan ridículo como su la creadora. Con frases tan sabias no es de extrañar que la sociedad esté cada vez más polarizada y las relaciones entre hombres y mujeres sean cada vez más tóxicas y antinaturales.
Los medios de comunicación siguen al pie de la letra estas consignas. La televisión aprovecha cualquier oportunidad para el adoctrinamiento, sea a través de los concursos, las noticias, las tertulias, la publicidad y la prensa del corazón. Injuriar y calumniar a los hombres se ha convertido en uno de los sacramentos del laicismo de género. Discrepar está prohibido. Prueba fehaciente de ello es el dramón que se traen sobre Rocío Carrasco, Rociíto, una pobre y atrabiliaria mujer, que no pudo superar el fracaso de su prematuro matrimonio, a cuyo exmarido le culpa de todos sus males y fracasos hasta el punto de haberle colgado el sambenito de maltratador. Hay que decir que la justicia no ha visto indicios y, por tanto, no hay caso. Pero ella ha hecho de la venganza su razón de vida. Venganza contra su ex, su familia y sus dos hijos. Aunque no lo parezca, este no es un tema de corazón sino de política de altos vuelos, que tiene como fin contribuir al adoctrinamiento social, es decir, manejar las emociones del telespectador a través de las lágrimas y los mocos de la que se define a sí misma como querulante. (La querulancia es una patología, un delirio paranoico que mueve a la persona a pleitear de manera desmedida y obsesiva). Escribiré sobre este caso y sus diferentes flecos, pero continuemos con la mafia del género.
Digo mafia porque no se me ocurre otra palabra para definir el juego sucio que se traen entre manos las mujeres del género que secuestran a sus propios hijos, acusando a los padres de abusar sexualmente de ellos. Más allá del hecho en sí, lo más grave es que las secuestradoras son apoyadas por el gobierno socialcomunista. Irene Montero llama a estas delincuentes “mujeres protectoras”. El caso sangrante de María Sevilla –nada menos que asesora de Podemos para asuntos de infancia— es el más conocido, pero hay muchos más que responden al mismo patrón. ¡Otro ejemplo del mundo al revés!
Pero los datos hablan por sí solos. Según el Centro Internacional para Niños Desaparecidos y Explotados (ICMEC, por sus siglas en inglés) ubicado en La Haya, el 70 por ciento de los secuestros son perpetrados por las madres. Como este dato no es del gusto y conveniencia del Gobierno, en el informe de 2021 del Centro Nacional de Personas Desaparecidas (CNDES), dependiente del ministerio del Interior, han eliminado el género. El Gobierno de España es acusado de opacidad desde los tiempos de Rodríguez Zapatero.
¡Ya basta! Urge poner freno a los disparates generados por esta ideología totalitaria que concede a las mujeres el privilegio de mentir y roba a los hombres la presunción de inocencia. Los hombres deberían defenderse de este acoso desproporcionado. Deberían reivindicar su masculinidad natural en lugar de acomplejarse, y poner freno a esta castración mental sin precedentes.
La dinámica con los niños en los centros escolares es enfermiza. Los agobian con el adoctrinamiento de género, el maltrato, el machismo y los discursos distorsionados sobre la igualdad. A las niñas las intoxican con sus ideas sobre el empoderamiento a través del sexo, del poliamor, del “sí es sí”, y sus prejuicios sobre el amor romántico, que consideran violento. Los padres deberían están más al tanto y no permitir que seres sin ningún tipo de moral adoctrine a sus hijos. El lema “solas y borrachas queremos llegar a casa” sintetiza la disfunción de este grupo de chifladas. No buscan que nuestros niños crezcan y se desarrollen mentalmente sanos y equilibrados. Quieren personas desequilibradas y erradas.
Respecto a estas mujeres siempre me pregunto con qué hombres se han criado, qué tipo de padre tienen, qué hermanos, primos, tíos o amigos. Solo habiendo vivido con cafres se puede justificar la proyección desmedida de sus frustraciones. También es cierto que muchas se adhieren a la ideología para estar en primera línea o, al menos, no ser vetadas. Los hombres relacionados con la política, aunque la mayoría no están de acuerdo, siguen la corriente porque viven de ello. No es una novedad decir que el género es una suculenta fuente de ingresos. Alcemos la voz. Digamos en alto lo que pensamos en privado. Hay que plantar cara a esta distopía.
Aconsejo, una vez más, la lectura del libro “El varón castrado” de José Diaz
Herrera.
Muy buen articulo en el que se habla de la IA algo que va a cambiar todo y el fin de la familia formada por hombre y mujer e hijos, todo esto va unido, el viejo sueño de hacer al hombre inmortal en su cuerpo material y mortal a través de la ciencia esta ahí con la IA y un vehículo o cuerpo que no será de carne y hueso si no que puede ser de metal. Es lo que se llama en masonería El Progreso de la humanidad. La trascendencia espiritual no se contempla, ese es el problema actual,… Leer más »