Mañana será tarde
Puede que exageremos y abusemos de la palabra Golpe. Los ánimos están exaltados y la mayoría tendemos a la hipérbole, a la descripción más llamativa e, incluso, emotiva. Pero reconozcamos, sin perder el contacto con la realidad, que la situación que malvive la democracia española es, cuando poco, límite. Límite en el Superjueves en el que el sanchismo ha querido aprobar algunos atracos a mano armada que sitúan al Estado de Derecho al borde de su propia resistencia. Ayer se pretendía facilitar próximos ataques al Estado mediante la derogación de la Sedición, la rebaja de la malversación hasta la adecuación a la ‘malversación de los buenos’ y, con mayor gravedad, el cambio de las mayorías para adecuar el alto tribunal a las necesidades de un gobierno felón. Todo por mecanismos de urgencia, prescindiendo de los letrados de las Cortes y de los informes preceptivos de las instituciones del Estado: acabar con la separación de poderes aprobando un código penal a la carta de los delincuentes.
¿Eso es parecido a un Golpe de Estado?: la imagen más reciente que tenemos de algo parecido es la de Tejero entrando en las Cortes pistola en mano amenazando y disparando a la democracia electa española, lo cual nos lleva a un ejercicio erróneo de comparación. Los golpes de hogaño no se producen así. Los golpes del siglo XXI comparecen de forma más sibilina, con entramado leguleyo y disimulo populista. En tal cuestión, el sanchismo muestra una pericia envidiable, por la puerta de atrás y abriendo un proceso constituyente que esconde la pretensión de perpetuarse en el poder y darle a sus socios, en este caso separatistas, todo lo que pretendan. La esperanza de la resistencia interna ha despertado con los últimos pronunciamientos al estilo de Page y Lambán, pero seguramente, siendo importante, no resulta trascendente. Más allá de lo que en términos parlamentarios pueda suceder, surge la inquietud ciudadana, tal vez minoritaria, pero sustanciosa, de qué hacer para defender la estabilidad democrática que viene ejerciéndose desde la aprobación por referéndum de la Constitución en el año 78.
Me pregunto en ocasiones: ¿es consciente la ciudadanía del asalto a las reglas de juego de las condiciones en la que hemos establecido nuestra convivencia desde hace cuarenta y cinco años? Tal vez nos llevemos una sorpresa cuando comprobemos que a los españoles no les acabe de inquietar que la democracia esté en peligro merced a las maniobras de un felón sin escrúpulos apellidado Sánchez. Que lo quiere todo y lo quiere ya. La pregunta inquietante es: ¿Qué más hace falta para que los españoles, con alarmante indolencia, se levanten en legítima protesta contra el asalto indisimulado a las reglas de juego que este gobierno ‘golpista’ elabora en cada uno de sus gestos? (Discúlpenme las comillas).
Puede que hoy sea cenagoso, pero mañana, a buen seguro, será tarde.