Muerte y resurrección de un poeta: Antonio Romero Márquez
La noche del día 22 de diciembre no ha podido “ver pasar las nubes”, pero ha encontrado consuelo final el profesor y poeta Antonio Romero Márquez. Con un breve responso celebrado esta mañana, día 23, en la Capilla del Parque cementerio de Málaga, le hemos dado su familia y amigos, el último adiós.
Pero resucita cada vez que leamos algunas de sus composiciones poéticas. Si nos preguntáramos de aquella manera en que Jesús, el Maestro, lo hizo a sus discípulos: ¿Y vosotros quién decís que soy Yo?; es decir, ¿Y vosotros quién decís que es Antonio Romero Márquez? Estoy seguro de que coincidiríamos en responder unánimemente: Antonio ha sido/es POETA, sí con mayúscula, un hombre muy culto. Y no me atrevo a usar la antonomasia, Antonio es EL POETA, porque me temo que llegaría el eco a algunos oficialistas de la poesía, y la envidia, incluso la ira les haría rasgarse las vestiduras, pues lo interpretarían como blasfemia hiperbólica.
Efectivamente, Antonio ha sido/es poeta, que quiere decir estar en este mundo buscando constantemente, no ya su propia identidad, sino la del ser humano. Porque el poeta no es un escritor al uso; es un hombre con preguntas constantes sobre su identidad y la de los seres humanos, acerca del sentido que tiene vivir, nunca para morir del todo, pues el espíritu sobrevive. Un poeta es un ser elegante y mesurado tanto en la alegría como en la tristeza, pero, sobre todo, el poeta es aquella persona elegida que sabe decir las cosas que a los demás nos gustaría decir, pero no sabemos.
Después de hacernos aquella pregunta, puede que alguno que conoce la trayectoria de su vida, nos diga: pues yo sé que nació en Montilla, que estudió bachillerato en la Universidad Laboral de Córdoba para licenciarse en Filosofía pura en Madrid. Otros, que conocen algo más sobre su labor de profesor, anotarían que, aunque su especialidad fue la Filosofía, aprobó en oposición muy dura la cátedra de Lengua y Literatura de Instituto de Enseñanza Media. Los alumnos malagueños que han recibido sus enseñanzas nos informarían de su labor como catedrático en el Instituto de Bachillerato “Vicente Espinel”, conocido como de calle Gaona, en Málaga.
Aquellos que han estado más pendientes de su obra poética, sacarán la lista de sus publicaciones y premios, desde aquel Silencio y columnas, que obtuvo el Premio Nacional de autores noveles en 1982, hasta el Premio Bahía de Málaga, el Vicente Gaos, el Primer Premio de Poesía Antonio Gala o el Joaquín Lobato, etc.
Los que saben de su estrecha amistad con Jorge Guillén podrán preguntar hasta donde llegó esa relación, qué opinión le merecía a Guillén esa efervescencia de poetas de la Málaga del último tercio del siglo XX o qué le parecía al poeta de CÁNTICO tanta ruptura con el metro clásico y el desaforado uso del versolibrismo, muchas veces, versos libérrimos, pues sus cultivadores olvidan lo que nos dijo Jorge Luis Borges: “el ritmo es la respiración del poema”.
Otros más cercanos a la producción literaria de A.R.M. alabarían sus traducciones: La Elegía de Mariembad, de Goethe o los Sonetos de Rilke, mérito extraordinario, pues sin dominar la lengua alemana, comparando las traducciones existentes en francés e italiano, idiomas que mejor conoce y, sobre todo, el trabajo técnico y estético de respetar las rimas y las estructuras estróficas de los textos originales, consiguió la más completa de las versiones existentes de ese libro. Tanto que la Universidad de Perú le publicó su traducción de esos sonetos del poeta alemán, miembro principal del movimiento Stum und Drang.
Pero yo quiero destacar hoy, tras su muerte, su resurrección gloriosa. Un sujeto poético que pulula por sus versos desnudando su alma, gritando dolor y gozo, amor y desamor, temas que pueden observarse repetidamente a lo largo de su obra: sus cuitas, pasiones, decepciones o, incluso, desarraigos. No sé si ha sentido que el mundo estaba contra él o, más bien, él contra un mundo en el que no se encuentra ubicado: Huyendo de mí mismo me persigo. / Ardo aquí y resplandezco en lo lejano. / Llevo el alma en la palma de la mano / y, obseso, en mi interior a mi enemigo. (En “Sobre sombras y esplendores”, Málaga, 1995).
Sus preguntas constantes, al modo unamuniano, en una autoanagnórisis de angustia: ¿Qué personaje encarno yo en la vida? / ¿Soy Hamlet? ¿Soy Edipo? ¿Soy Don Juan? / ¿En cuál de ellos he dado mi medida? ¿En cuál puse mi afán? […] Y se responde: Debo reconocer, siendo sincero, / que soy en general un mal actor; / pues no acierto a decir lo que más quiero / que es en mí lo mejor.
Aún quiero añadir una virtud más en Antonio Romero Márquez y es su sentido de la amistad: Dichoso fui cuando encontré un amigo / Con quien tener confiada compañía, / Vuelo en altura y dialogar fecundo, que me dedica en uno de sus poemas.
Tengo la satisfacción, y el honor, de haberle organizado varios homenajes. He compartido con él mucho tiempo de conversación y de correspondencia fluida, y ello me ha dado una medida del hombre Antonio que, he de confesar, me conmueve. A mí me ha dedicado varios poemas, me honró escribiendo el Prólogo de uno de mis poemarios, “Zona Maríntima” y hemos podido confesarnos nuestras mutuas inquietudes, siempre aprendiendo yo de él, naturalmente. Para su bella y paciente esposa, hijos e hijas, les trasmito, como mediador de todos los admiradores del poeta Antonio Romero Márquez, nuestras más sinceras condolencias. Descanse en paz.