La noche de la muerte del Sol
Sin señales aparentes en la naturaleza, llega el solsticio, la noche de la muerte del Sol, tan cantada y llorada por nuestros ancestros que, desconocedores del cambiante eje de la Tierra, inventaron mitologías y relatos para explicarse el misterio. Continúa la rueda de la vida. Amanece el invierno en silencio, sin campanas anunciadoras de lluvia de hojas. Muy diferente a las claras señales del otoño, al que le abren paso las amarilis o azucenas de santa Paula, de un color rosa exultante y un delicioso perfume dulzón. Aparecen sin avisar, de un día para otro, como en un acto de prestidigitación, acompañadas de los higos de san Miguel, de las uvas maduras, de las castañas tempranas, de los membrillos y de los girasoles que sazonan sus pepitas bajo el sol lánguido y decadente de final de estación.
Siempre me he sentido atraída por los girasoles, sin saber por qué. Lo descubrí un día, a través de la lectura sobre la proporción áurea, el número sagrado presente en la Naturaleza, que se manifiesta en el crecimiento de las plantas, las piñas, el ordenamiento de las hojas de un tallo, en la formación de las caracolas, en dimensiones de pájaros e insectos, ¡y en el cuerpo humano!
Las piedras no son ajenas a esta maravilla. Muchos templos guardan esta proporción mágica, celosamente guardada y sabiamente transmitida por los canteros. Estos monumentos, propios de todos los credos y latitudes, tienen la particularidad de estar ubicados en lugares especiales hábilmente elegidos, vórtices energéticos catalogados según su densidad de radiación en lugares de poder, octógonos radiantes o ángulos sacros. El templo simboliza el refugio, el centro, que propicia el encuentro con lo más profundo de nuestro ser y el contacto con lo celeste. Todo está interrelacionado y todo es unidad. Es la gran maravilla de la Creación. ¡Cómo no sentir nuestra pequeñez y nuestra grandeza a la vez!
Llega el invierno con sus vientos fríos y nevadas blancas, jalonadas con muñecos de nieve de rojas bufandas. Días cortos, nieblas, heladas y lluvias. Muerte aparente, pero el mensaje no puede ser más halagüeño y esperanzador: tras esta quietud sabia y necesaria, nacerá una primavera con brisa suave, flores de colores, pájaros cantando haciendo sus nidos y, nuevamente, el sol brillante iluminándolo todo. Es la gran maravilla de la vida. ¡Feliz Navidad a todos los lectores!
Que precioso…