La honra muerta
Antes que ceder al chantaje del enemigo en Algeciras, Guzmán el bueno lanzó la daga que terminó con la vida de su propio hijo.
Un pueblo que, tradicionalmente, su posesión más abundante era el hambre, el único bien valioso que tenía era la honra y el orgullo.
Corría diciembre de mil ochocientos sesenta y cinco cuando Perú se unía a Bolivia y a Ecuador, para declarar la guerra España; Méndez Núñez mandaba la Armada española y nos dejó aquella frase: “más vale honra sin buques que buques sin honra” .
A mediados del siglo pasado, la honra tenía valor en este país, antes de volvernos animalistas, ecologistas, veganos, gay friendly y que los distintos gobiernos quitasen la autoridad a profesores, a padres y, finalmente, incluso a los cuerpos de seguridad del estado.
La destrucción sistemática de la familia y de la fe cristiana ha conseguido por ende que la honra no valga nada, convirtiéndola, en una herencia heteropatriarcal, fascista y trasnochada.
De los mil asesinatos de ETA, ¿cuántos padres hijos maridos esposas o nietos han defendido su honra? ¿Cuántos terroristas en sus pueblos natales van con intranquilidad por la calle mirando para atrás?
Para que no me llamen fascista, diré que si el pobre Talión levantara la cabeza, se moriría del disgusto.
Por España y quien quiera defenderla, honrado muera… ¡Pobre Acuña!