Testamento espiritual de Benedicto XVI: La fe
Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará la fe sobre la tierra? Lucas 18:8
Es la gran pregunta que tenemos pendiente. A este paso, cuando venga el Hijo del hombre a pedirle cuentas a su Iglesia, ¿hallará la fe en ella? Ni que sea la fe de la viuda importuna. Cuanto más tiempo pasa, más diluida y más desdibujada va quedando la fe en la Iglesia. Bien lo sintió Benedicto XVI, hombre de fe recia y prodigiosa. Un hombre sabio que lucía la fe de los sencillos La lúcida fe de mi padre nos enseñó a los niños a creer, y como señal siempre se ha mantenido firme en medio de todos mis logros científicos; la profunda devoción y la gran bondad de mi madre son un legado que nunca podré agradecerle lo suficiente. Como tantos de nosotros, tuvo la inmensa fortuna de heredar firme y sin fisuras, la fe y la bondad de sus padres. Gran don que marcó estilo en los países de fe católica durante muchísimas generaciones. Muchos de nosotros hemos tenido la inmensa fortuna de ver brillar en los ojos que se apagaban de nuestros mayores, la certeza total de que en la otra orilla estaba Cristo esperándoles con sus promesas.
Fue ya en 2006 cuando Benedicto XVI redactó su testamento espiritual. Nunca se hacen los testamentos en el lecho de muerte, sino que se redactan con mucho tiempo, en plenitud de facultades. ¿Y cuál fue el contenido nuclear de ese testamento? La FE, el máximo valor de la Iglesia en el que se justifica su misma existencia. Si en algo destacó Benedicto XVI fue en la fe. Estudió incansablemente, escribió brillantemente, predicó y gobernó la Iglesia, puesta siempre su mirada en la fe, que mantuvo siempre límpida, sin los equívocos que luego la han manchado. Dio en efecto seguridad en la fe: la seguridad que heredó de sus padres. Y si algo ha flaqueado en la Iglesia desde su caída, ha sido precisamente la fe.
No otra cosa que una severa manifestación del decaimiento de la fe, son los gravísimos escándalos que azotaron a la Iglesia durante el proceloso pontificado de Benedicto XVI, que fueron usados por los enemigos de la Iglesia contra ésta y contra el papa como dardos envenenados. La fe -dirá el apóstol- viene de la predicación, y la predicación, por la Palabra de Cristo (Romanos 10,17). Por tanto, proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, amenaza, exhorta con toda paciencia y deseo de instruir. Porque vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la doctrina sana, sino que, arrastrados por sus propias pasiones, se harán con un montón de maestros por el prurito de oír novedades; apartarán sus oídos de la verdad y se volverán a las fábulas (2Timoteo 4,2).
Si no hubiese fallado la fe, no se hubiera derrumbado la moral tan estrepitosamente. Estamos en un grave proceso de apostasía, iniciado en Alemania, que se ha acabado diluyendo en el peculiar Sínodo de la Sinodalidad. Ciertamente, el papa Benedicto se ha ido de este mundo dejando una Iglesia que tiene una inmensa necesidad de FE. Y de buen gobierno, claro. La Iglesia se le hizo ingobernable: enemigos de fuera y enemigos de dentro. Y ahora la Iglesia tiene que soportar, sobre las lacras morales, las organizativas: una situación de desconcierto y de inseguridad jurídica del clero, como no la ha habido ni en las peores crisis.
La Iglesia tiene en este momento muchos problemas de enorme gravedad; pero ninguno tan grave como el del debilitamiento y en muchos casos, extinción de la fe. Nos hemos enfrentado al gravísimo problema de los abusos sexuales del clero, el más mediático, que ha dejado herida a toda la Iglesia: hasta el bueno de Benedicto fue acusado de silenciar y ocultar abusos que se habían producido bajo su mandato. Pero no estaba ahí la raíz de esos problemas que en última instancia fueron la manifestación más extrema del debilitamiento de la fe.
Esto lo veía muy claro Benedicto XVI, con diecisiete años de anticipación. Quizás llegó a intuir incluso la extrema gravedad que adquiriría el problema. Estamos sufriendo, en efecto, un devastador movimiento de apostasía. La fe ocupa en estos momentos un lugar absolutamente secundario en la lucha de la Iglesia por su supervivencia. Los problemas de carácter administrativo y canónico tienen hoy totalmente abducida la atención de la Iglesia. Y como dijo el Maestro, haec oportet fácere; sed illa non omíttere (Mateo 23,23). Claro que hay que atender a estas cuestiones, pero sin omitir lo esencial, que es la fe. Una fe que, en el pontificado y en la vida del papa Benedicto XVI fue el eje vitalizador de su misión:
Y quiero dar gracias al Señor por mi hermosa patria en los prealpes bávaros, en la que siempre he visto brillar el esplendor del Creador mismo. Doy las gracias al pueblo de mi patria porque en él he experimentado una y otra vez la belleza de la fe. Rezo para que nuestra tierra siga siendo una tierra de fe y os lo ruego, queridos compatriotas: no os dejéis apartar de la fe.
Es realmente conmovedora esta apelación a la fe: don de Dios y respuesta libre del hombre, que empezó por la fe de la familia; pero a continuación invoca la fe de todo el pueblo, de toda la sociedad; evoca la fuerza de su hermosa patria en la que ha visto brillar el esplendor del Creador mismo. Y lanza esta orden perentoria: ¡Manteneos firmes en la fe!” Y prosigue con su alegato en favor de la fe sin renegar de la ciencia, antes bien, aprendiendo a discernirla de tanta basura “científica” que se ha lanzado alevosamente contra la fe: No se confundan. A menudo da la impresión de que la ciencia -las ciencias naturales, por un lado, y la investigación histórica (especialmente la exégesis de la Sagrada Escritura), por otro- es capaz de ofrecer resultados irrefutables en contradicción con la fe católica. He vivido las transformaciones de las ciencias naturales desde hace mucho tiempo, y he podido comprobar cómo, por el contrario, las aparentes certezas contra la fe se han desvanecido, demostrando no ser ciencia, sino interpretaciones filosóficas sólo aparentemente pertenecientes a la ciencia; del mismo modo que, por otra parte, es en el diálogo con las ciencias naturales como también la fe ha aprendido a comprender mejor el límite del alcance de sus pretensiones, y por tanto su especificidad.
Es el testamento espiritual del papa Benedicto, que antes de morirse quiso dejar bien claro cuál es la arteria que provee de sangre y de vida a la Iglesia. Y no es otra que la fe. Claro que no acaban ahí los problemas de la Iglesia; pero ahí empiezan y no paran hasta que asfixian a todo el cuerpo por falta de oxígeno, si se obstruye o se dinamita la fuente de vida. Y termina con una reflexión taxativa sobre tantas corrientes pretendidamente teológicas que han ensuciado la fe:
Hace ya sesenta años que acompaño el camino de la Teología, en particular de las ciencias bíblicas, y con la sucesión de las diferentes generaciones he visto derrumbarse tesis que parecían inamovibles, demostrando ser meras hipótesis: la generación liberal (Harnack, Jülicher, etc.), la generación existencialista (Bultmann, etc.), la generación marxista. He visto y veo cómo de la maraña de hipótesis ha surgido y vuelve a surgir lo razonable de la fe. Jesucristo es verdaderamente el camino, la verdad y la vida, y la Iglesia, con todas sus insuficiencias, es verdaderamente su Cuerpo.
“A los que he hecho daño de alguna manera –dice este gran defensor de la fe-, les pido perdón de todo corazón” La Iglesia ha perdido un gran papa. Que Dios lo acoja en su seno.
para María Luisa:
Hace unos siete días leí en este periódico los siguientes versos:
El presente en su inocencia
Solo lo tienen los niños
que viven en la presencia
de Dios, en su amor prendidos
Pregunto: ¿son suyos Sª Mª. Luísa?.
Me gustaron tanto que me supieron a poco. ¿ conoce su continuación, caso de existir?
Sí, son míos… Los hice como comentario sobre el artículo. No tienen continuación. Pero ahora le añado estos esperando que también le gusten.. El niño. Me quedé embelesada viéndolo dormir su carita era espejo del cielo que bañaba la luz de la luna serena. Y sus labios, parecían querer sonreír y se le marcaban unos dulces hoyuelos en su suaves mejillas de seda… Algo tan precioso no se puede tocar : porque infunde un sagrado respeto saber que Dios reside en su corazón, por eso, mirándolo absorta, creía soñar. De los ángeles se oía el revoloteo cuando le cantaban… Leer más »
Con cansancio, rendido, después de predicar el mensaje divino a la gente que escucha silenciosa Su Palabra asombrosa, Jesús se ha dirigido a la barca que se mueve caprichosa cabeceando sobre un agua que azul la rodea, cálida, rumorosa, la engalana de espuma delicada como un encaje, como leve tul, de nácar irisada. Es el misterioso lago de Genesaret. Es su paisaje severamente austero, atemporal, extrañamente bello, circundado de escarpados montes que vieron la tragedia del diluvio, con sus rocas de durísimo basalto enrojecidas por el ardiente efluvio de un sol abrasador, que incandescente casi las funde y en fuego las convierte.… Leer más »