La mitosis catalana
Todo miembro de un movimiento político extremista, radical y fanático debe saber que, en cualquier momento, le puede brotar por su costado un esqueje aún más extremista, radical y fanático. Y a éste, otro. Y al otro, otro. Lo hemos visto con el comunismo alimentado por el marxismo-leninismo: los chinos de Mao hicieron a Lenin un conservador y los coreanos de los Kim convirtieron a Mao en un pequeño burgués, y así. Desde siempre se dijo que tú dejabas en una habitación a diez comunistas, te ibas a cenar, y a la vuelta se habían separado en tres facciones, irreconciliables entre ellas, buscando siempre ser los más radicales y originales. Suele ocurrirle a otros tipos de sectas: siempre hay un puñado de profesionales de lo denso que creen que la mayoría está aflojando las esencias e integrándose en el sistema. Y montan un pifostio.
El independentismo es uno de los movimientos sociopolíticos más extremistas y fanáticos de los que pueblan el parque ideológico español. En las Vascongadas generaron una banda asesina que durante cincuenta años masacró a una sociedad cobarde que no se atrevió a poner pie en pared (y al resto de España) y en la Cataluña de hogaño amenazan, extorsionan, acogotan, asfixian, insultan y exilian a todo aquél de quien sospechen ser un enemigo de la santa causa. Y no digamos si detectan una supuesta debilidad en el seno del movimiento. Ahí se comportan como los estudiantes chinos de la Revolución Cultural.
Ayer, sin ir más lejos, unos cuantos sulfurados acusaron de traidor a Oriol Junqueras. ¡A Junqueras! ¡Traidor! Tanto fue así que el líder de los secesionistas (en vista de cómo se estaba poniendo la cosa) tuvo que abandonar la manifestación paralela que, como demostración de la esquizofrenia política que padecen, protestaba porque Cataluña albergara una cumbre hispano-francesa a la que acababa de ir otro de los suyos a dar la bienvenida. Junqueras se ha comido casi tres años de cárcel, pero los esquejes convertidos en Jóvenes Guardias Rojos nunca tienen suficiente. Se hace cierto el pronóstico que se atribuye a Aznar según el cual, antes de dividirse o fraccionarse España, se dividiría o fraccionaría Cataluña. Lo ha hecho en dos partes, una sulfurada e intransigente y otra acogotada. Pero es que la sulfurada también se ha dividido en dos, y una de esas dos partes, como vimos ayer, también está sometida a mitosis. Conseguirán odiarse todos entre ellos y en todas las direcciones.
Paralelamente, el invitado a recibir a los invitados, Aragonés, pactó con Moncloa el desaire a los himnos y los presidentes: antes de que se pasase revista a los militares en formación, él, que también odia al Ejército, ‘tocó el dos’, que es como se dice por allí arriba quitarse de en medio. Se fue. ¿Alguien creía que un tipo con aspecto de dar la mano flácida y necesidad de teatralizaciones que le legitimen ante los esquejes va a quedarse a escuchar respetuosamente el himno de España a la vera de Sánchez? Cuanto más vociferan más débiles se muestran. Al final va a tener razón Sostres.