Gaudeamus igitur, iuvenes dum sumus
En pocos días, el próximo 28, nuestra Universidad festejará a su santo Patrón Tomás de Aquino. Ni qué decir que, tal Institución que debería ser la cuna de la sabiduría, a fecha de hoy es el Tócame Roque de la inoperancia, de la agitación y reivindicaciones políticas. Aún resuena en mi memoria unas palabras de D. Claudio Sánchez Albornoz, donde indignado proclamaba la siguiente proclama: Vais a decir que soy un reaccionario, pero para mí la Universidad es sagrada. Gritad lo que queráis, alborotad, defended vuestros intereses, pero fuera de la Universidad; la Universidad es un templo”. Se quedó corto D. Claudio: “lo que debía ser un templo de la sabiduría, como dice el Catedrático Daniel Arias, “aquí ya no enseñamos, engañamos! Así está el pasteleo que se llevan por estos lares para nuestra desgracia.
Dos temas en tan breves líneas me gustaría destacar: la gente de buena fe y la universidad y, lo que nos trae una vez más Tomás de Aquino en este posmodernismo que hace fosfatina a todo el que se acerque. Sobre la gente de buena fe, las hay y bastantes. Sobre buenas cabezas en esas filas y que podrían darnos “sopas con hondas” tenemos la tira, pero se esconden como auténticas comadrejas para no ser identificados y seguir con el aburguesamiento que tienen por costumbre. Les duele España, se quejan como “almas en pena” pero de ahí a tirarse al ruedo no esperen mucho. Eso sí, muchos artículos, muchos dimes y diretes pero el pueblo español necesita líderes ahí donde haga falta y, hoy, aún más en la Universidad, en la Política, y otras, que es donde se cuecen las habas. Hablar en directo ante los medios de comunicación y sacar a relucir nuestras teorías , hasta ahí, de acuerdo, pero no me pidas más. Hemos pasado de ser un país aguerrido en su historia a ser demasiados con repuntes de horchata en las venas.
Dorando aún más la píldora, si tanto cristiano dícese que hay en España, aunque pocos los que se mojan de veras, se levantasen de sus tumbas aquellos “primeros que dieron su vida por algo que merecía la pena” no les quepa duda que la patada en el trasero a más de uno nos vendría como agua de mayo. La Universidad, nuestro país, sigue siendo un auténtico imán con ansias de proclamar la verdad. Ser enemigos de la pereza y de la ignorancia es ser pan comido ante los templos de la verdad y la sabiduría, ante un país que reclama valentía.
El posmodernismo, por otro lado, baila muy distante de lo que Tomás de Aquino , el mismo San Buenaventura y los aguerridos que anduvieron desde Roma hasta el mismo Kant. Apreciamos sin duda una tendencia malintencionada a imponer la capacidad de autodeterminación de la persona sobre cualquier tipo de consideraciones, incluidas el bien común, el valor de la vida o los intereses de nuestros menores. El nuevo paradigma que sustituye a la dignidad como fundamento de los derechos humanos está entrañando grandes riesgos.
No nos olvidemos que aquello que tiene precio puede ser sustituido por algo equivalente; en cambio, lo que se haya por encima de todo precio y, por tanto, no admite nada equivalente, eso tiene dignidad. Solo la persona tiene dignidad, sólo él posee un valor insustituible y por ello debe ser tratado siempre como fin y no meramente medio. De ello, Tomás de Aquino desde sus siglos ancestros, nos ha dado más ejemplo que las mediocres Universidades de hoy día.
Estamos ante el patrón de los estudiantes, el Aquinate, grandísimo pensador que nos dejaría claro aquello que: “un ser humano tiene libertad de elección en la medida en que es racional pero sin embargo, en el último medio siglo, los templos que deberían ser “de la sabiduría”, las propias universidades, la libertad -o una acepción de ella: la capacidad de autodeterminación-se ha situado como valor supremo; incluso, en ocasiones, contra lo racional.
El entendimiento individualista de los derechos de nuestras universidades nos quieren conducir a que el único límite de la voluntad individual sea el prejuicio de terceros que va calando en nuestras sociedades. Hoy por hoy la dignidad de la persona, el bien común, el orden público y la moral deben seguir siendo los límites de la autonomía personal y, aunque deba hacerse una lectura acorde con los valores constitucionales imperantes en sociedades abiertas, no parece que su supresión sea una alternativa conveniente ni ventajosa.
Una visión tan expansiva de la libertad posmoderna tiene el riesgo de convertir todo lo que no puede o debe prohibirse en un derecho humano cuando, a poco que se reflexione, esto no es ni debe ser así. Me da la impresión que, desde el mundo jurídico, si se aceptase toda la caterva de la autonomía personal y libertades hasta nos sobrarían todos los demás derechos humanos. Cantemos con esperanza el Gaudeamus igitur deseando que gente de buena fe y de templado tesón sean capaces del olvidarse del “yo” y piensen más en el “nosotros”.
*Vicesecretario nacional de VALORES