Querido Ramón
Querido Ramón: Nada de lo que te pueda relatar en estas líneas te es ajeno. De hecho, es lo mismo que te están escribiendo diversos colegas que, por edad y ejercicio, han coincidido contigo en este tránsito jubiloso de la democracia española que tanto ayudaste a arrancar. Al igual que la mayoría de mis compañeros de oficio, he pasado media vida profesional gozando de la brillantez de tus exposiciones, de la picardía de tus pullas, de la sensatez histórica de cada una de tus reflexiones, de la mordacidad de tus críticas a tirios y troyanos, de las exploraciones documentadas de cada una de tus viajes por el mundo, de tu decir milimétrico en el uso del español… en fin, de tus cosas, esas que amablemente nos regalabas en las comidas irrepetibles que organizabas en tu casa con precisión de cirujano. Puedo haber leído, sin exagerar, una decena larga de obras tuyas, desde la célebre ‘Estructura Económica’, hasta la descripción de China, de la remunicipalización de España, del Clima, de la Guerra Civil, de Cataluña y de otros más que no recuerdo pero que tengo aquí a mano en la estantería y que, como decía Umbral, no me voy a levantar para comprobarlo. Cada retrato tuyo de la realidad me ha parecido siempre un colorista reflejo, inteligente y rompedor, de la realidad de tu país y el mío, al que has servido, por cierto, con lealtad y fervor. Todo lo dicho puede discutirlo muy poca gente, por no decir ninguna.
Bien, y ahora dirás: ¿cuándo viene el estacazo? No viene. No tiene razón de ser. ¿Tú quieres un remate espectacular con redoble de tambor a tu carrera política e intelectual?: pues adelante, sube al estrado, lleva tus papeles, desgrana tus teorías, desafía la mediocridad de tu auditorio, pondera la España que tenemos y la que deberíamos tener, dibuja el futuro que solo un hombre sabio de espíritu joven como tu puede trazar ante un auditorio sembrado de políticos de ración. Te deseo una tarde de gloria. Estoy deseando escuchar tus planteamientos, tus réplicas y tus dúplicas: a los viejos aficionados al parlamentarismo brillante que fue común en España al final del siglo pasado nos rejuvenecerá escuchar la prédica que se usó siempre en la mejor tradición de la dialéctica política…
Ahora bien (y ahí viene la adversativa), no todos te van a entender. Estamos seguros de que tu discurso será una pieza oratoria de primera, pero la mayoría convendremos que su utilidad no pasará de contentar a un auditorio necesitado de vigores intelectuales de antaño. Tendrás tu gran fin de fiesta, tu colofón glorioso a una carrera intelectual sin parangón, pero no conseguirás dañar a quien quieres sustituir mediante la moción de censura. Antes al contrario, se está frotando las manos. Te tratará con displicencia, ignorará tus planteamientos y girará su armamento contra el ausente, la víctima propiciatoria que buscan tanto Abascal como Sánchez: Núñez Feijóo. Pero no te importe. Tus seguidores estaremos contigo por lealtad a tu amistad y tu talento. Aunque todo esto sea un disparate.