¡Gracias Irene! Es de biennacidos ser agradecidos
Como bien sabe cualquiera que esté familiarizado con la Constitución Española de 1978, en ésta se afirma, en su artículo 14, que todos (y todas, por supuesto) “los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social”.
Desgraciadamente, los diversos gobiernos habidos en las últimas décadas han ido retorciendo -a la vez que vaciando de todo contenido- el artículo 14 de la Constitución Española, e incluso con el apoyo entusiasta del Tribunal Constitucional, para que se acabara cumpliendo la máxima del libro satírico de George Orwel, «La rebelión en la granja»: «todos somos iguales… pero, hay algunos que son más iguales que los demás».
Todo empezó con un tal Aznar, entonces presidente del PP y del Gobierno de España, absolutamente e inmerecidamente sobrevalorado. Su gobierno fue el primero que legisló desde «la perspectiva de género» e introdujo en una norma legal la asimetría penal y acabó de forma drástica con el derecho a la presunción de inocencia que les conceden la Constitución y las leyes a la mitad de la población española, aquellas personas que nacen con un colgajo entre las piernas, además de a la otra mitad. Estoy hablando de la ley de 31 de julio de 2003, reguladora de la orden de protección por violencia doméstica.
La norma promovida por el PP de José María Aznar abrió la puerta a lo que vino después: la ley de 28 de diciembre de 2004, contra la «violencia de género», ya con el socialista José Luís Rodríguez Zapatero como presidente del Gobierno de España. También hay que resaltar que fue Aznar el que puso en marcha todo el entramado corrupto y mafioso de los Institutos de la Mujer, que acabaron siendo la base donde se sustenta toda la industria del maltrato y la inmensa red de organizaciones de mujeres generosamente subvencionadas con el noble pretexto de proteger, no se sabe bien de qué, a mujeres supuestamente vulnerables, lo cual permitió que desde entonces sean más de 100.000 las mujeres que parasitan del negocio de «género».
Como bien se sabe (aunque haya quienes no quieran saberlo), siguiendo la máxima marxista (Groucho Marx) que afirma que «la política consiste en buscar un problema inexistente, encontrarlo, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados”, la ley de 28 de diciembre de 2004 (día de los santos inocentes, según el santoral católico), acabó definitivamente con los principales derechos de los varones en España: se suprimió el derecho al recurso de habeas corpus y se abrió la puerta a las detenciones ilegales, se suprimió el derecho a la presunción de inocencia (obligando al acusado de maltrato a la carga de la prueba), también se suprimió el derecho a un juez imparcial y a ser juzgado por un tribunal ordinario y no de excepción. Los denominados tribunales de violencia de género son tribunales de excepción (prohibidos por la Constitución Española de 1978), en los que solamente se juzga a hombres y se les condena de forma más severa que cuando quienes incurren en ilícitos penales son mujeres y generalmente con la versión de la mujer supuestamente maltratada como única prueba. Así lo determina la jurisprudencia del Tribunal Supremo de España, con el aval del Tribunal Constitucional.
A partir de entonces se impuso a los hombres, varones, la presunción de mendacidad y de culpabilidad en los juzgados españoles, y ambas subyacen en todos los pleitos por los que los hombres se puedan ver afectados, desde un pleito de divorcio, por la custodia de los hijos habidos durante la convivencia y por la liquidación del régimen económico matrimonial; hasta una disputa vecinal, o en el ámbito laboral, o por un accidente de tráfico, por poner sólo algunos ejemplos.
A la perversa ley de 29 de diciembre de 2004 han seguido otras, apoyadas de forma entusiasta por todos los grupos políticos con representación en las instituciones, que han supuesto la muerte civil de la mitad de la población de España, unas con el noble pretexto de defender a las mujeres, otras a las diversas minorías sexuales o étnicas, e incluso en defensa de los animales, o por aquello que llaman «derechos sexuales y reproductivos», o cuestiones a cual más creativa, como el «calentamiento global y el cambio climático», normas en las que se menciona de manera más o menos directa que los varones somos los únicos culpables-responsables de todo lo malo de este mundo, pretérito, presente y por venir, por educación, herencia y cultura y que tendemos a establecer relaciones de dominación, intrínsecamente violentas… y bla, bla, bla.
La denominada perspectiva de género es omnipresente y no hay institución o ámbito que escape a su influencia, incluyendo centros de enseñanza o medios de información, creadores de opinión y manipulación de masas…
Hasta que llegó doña Irene Montero, a la cual, tal como anuncio en el título de mi artículo hay que estar enormemente agradecidos.
Desde que la psicóloga, consorte de Pablo Iglesias y madre de sus tres retoños, ha logrado que se apruebe por parte del Congreso de los Diputados de España la denominada «ley trans», toda la asimetría legal, las leyes «de autor» han quedado de facto abolidas. Sí, créanme, no estoy disparatando.
La denominada «ley trans» ha convertido en ley aquello de que todo lo deseable es un derecho. La legislación promovida por el Ministerio de Igual-da concede carácter de ley a los sentimientos, a la propiocepción, o si quieren usar el vocablo más requeterrepetido en los últimos tiempos, a la «autopercepción». Desde este momento (mejor dicho desde el jueves, 2 de marzo de 2023) cualquier persona puede, desde los 16 años, cambiar a voluntad su sexo y/o su nombre en el registro civil.
Desde este momento cualquier mujer puede, porque le da la real gana, manifestar que se siente hombre, o cualquier hombre afirmar que se siente mujer… todo ello a gusto del consumidor.
¿En qué consiste eso que afirma de que se siente «mujer» si se ve que usted es un macho de pelo en pecho?
Eso es algo muy difícil de explicar… a ver como se lo cuento… es algo así como ser del Betis -manque pierda- es un sentimiento, de amor a los colores del arcoiris… se siente o no se siente… y usted no es nadie para ponerlo en duda. Es más, desde que se ha aprobado la ley trans, como a ustede se le ocurra ponerlo en duda, lo denuncio y se le puede caer el pelo.
El caso es que, desde el jueves, de la semana pasada se ha acabado la asimetría legal y el derecho de autor, pues todos somos iguales: mujeres.
Y digo mujeres porque, si a alguien se le ocurre reivindicar que es hombre inmediatamente pasa a ser ciudadano de segunda categoría y renuncia a toda la ristra de beneficios, trato de favor, ayudas preferentes, subvenciones, etc. que se les otorga a las mujeres, por el simple hecho de serlo. Y, tal como afirmaba anteriormente, uno puede convertirse en mujer manifestando que se siente mujer, que se percibe mujer, y que la naturaleza le otorgó un cuerpo equivocado… y no es necesario presentar ningún documento acreditativo, u hormonarse o someterse a ninguna clase de cirugía.
Desde ahora, todos los varones podemos librarnos de las terribles consecuencias de la ley de violencia de género de 28 de diciembre de 2004, basta con decir que uno se «autopercibe» mujer, también de las diversas discriminaciones a las que nos someten continuamente en los pleitos de divorcio, por la custodia de los menores, etc. También podremos participar en cualquier prueba selectiva de las que se convocan para cubrir plazas de empleados públicos sin restricciones, o acceder a ayudas diversas «para mujeres», para alquiler de vivienda, o competir en pruebas deportivas con mujeres, o inscribirnos en gimnasios femeninos o cualquier asociación exclusivamente para mujeres, o incluso hacer uso váteres o aseos de mujeres… y, por qué no: ir en cualquier lista de candidatos a cualquier comicio como «cuota femenina» ya que basta con decir que uno se siente mujer… se acabó también la parida de la paridad y bobadas progres por el estilo. Por cierto, Pedro Sánchez aún no se ha enterado de la ley trans que ha aprobado el Congreso de los Diputados de España, a propuesta de su gobierno, y ahora vuelve a dar la matraca con cuotas, listas cremallera, igualdad de sexos en los consejos de administración de las empresas y ocurrencias por el estilo… ¡Vaya tela!
En fin, como decía: «de biennacidos es ser agradecidos», así que demos las gracias a Irene Montero, felicitémosla, enviémosle muestras de agradecimiento… y más todavía: propongamos que se erijan monumentos conmemorativos, se le dediquen calles… pues, la ley trans, sin duda traerá un gran progreso para España y los españoles, con ella lograremos avanzar a mejor, especialmente en el camino de la igualdad de todos los españoles ante la ley, y contra cualquier clase de discriminación; basta con ir al registro civil y manifiesta que uno se siente mujer y que desea cambiar su sexo.
No hace falta cambiar de nombre, ¡ojo!