Un ejército de incompetentes e inútiles gobierna a 45 millones de personas
No soy el mejor conocedor de los historiales modernos relacionados con gobiernos de coalición, pero me he tomado la molestia de comprobar los últimos ejemplos europeos y he corroborado que existen casos de fuerzas políticas no excesivamente afines que, en un momento de exigencia nacional o de oportunidad insalvable, han establecido un pacto para gobernar situaciones, digamos, poco manejables. Las sociedades donde eso ha ocurrido han derrochado un ejemplar pragmatismo y una nada desdeñable capacidad de renuncia a la inquina política partidista. No existe el paraíso: la Arcadia feliz de las verdes praderas de la tolerancia mutua son más una ensoñación que una realidad. Sin embargo, determinados colectivos parecen estar más preparados para la cesión y el acuerdo que otros, y España no está entre los primeros, a pesar de que haya habido ofertas de pacto concreto que casi siempre han partido desde la derecha en dirección a la izquierda.
Nunca un gobierno de coalición, ni siquiera en los más edulcorados paraísos, está exento de tensiones: no dejan de ser dos fuerzas, o más, que han pugnado por el poder con programas distintos y objetivos diferentes, con clientelas en ocasiones opuestas y con miles de cuadros intermedios en espera de su oportunidad; y, sin embargo, aunque pueda parecer demasiado infantil manejar el argumento del bien común, efectivamente una idea de beneficio final colectivo preside las avenencias y las desavenencias de gente de signo contrario que son capaces de sacrificar supuestos e insalvables muros ideológicos. ¿Ese podría ser el caso de nuestro país?: tal vez en algún cuento de hadas, pero difícilmente en este escenario y con alguno de sus protagonistas. Es posible que a la derecha le complaciera –en busca de una dimensión histórica– protagonizar uno de esos pactos de ensoñación, transversal, de lado a lado, de opuesto a opuesto… pero la izquierda no lo aceptaría. Y tampoco lo propondría, aunque mandase como fuerza mayoritaria. Rajoy ofreció un pacto de gobierno a Sánchez en su día y la respuesta fue pareja al ya célebre «no es no».
Sin embargo, no he dado con ningún escenario parecido al del gobierno que ocupa el poder en España con el pacto Frankenstein. Dos fuerzas políticas, una socialista, otra comunista, ambas populistas, han escenificado sus desavenencias hasta el punto estupefaciente de acusar una a otra de «fascista» y lindezas parejas sin que ello haya causado una llamada al orden o una ruptura formal de la coalición. Se dicen entre ellos –y se escenifican– desaires e invectivas que en ningún país medianamente estructurado serían aceptables, ni para la imagen colectiva ni para la gobernabilidad de las cosas de comer. Un ejército de incompetentes, inútiles, arribistas, primarios, indocumentados, ignorantes, sectarios, vocingleros y estúpidos, desde quien preside el consejo hasta quien sirve los cafés, gobierna los destinos de 45 millones de personas sin que pueda hallarse, en el historial inmediato, un ejemplo que se asemeje.
Una vez más, la excepción ibérica.
Pues entre estos 45 millones de personas están los que los han votado. Y eso es lo que más duele.